Austria continuó con su rutina; siguió actuando según los requerimientos y deseos de sus reyes, del que rigiera su destino en turno. Quizás lo más difícil, era a veces lo asfixiante que podía ser el silencio (la soledad).
Poco supo de España posterior a su separación, aunque ahora tenía otros asuntos que le ocupaban su mente; y al parecer, se sentía algo aturdido, lo suficiente, para siquiera querer anhelar otras cosas más ingenuas, o intentar pedir disculpas por el dolor causado a la nación ibérica.
Con el pequeño Reino mediterráneo bajo su cuidado (que le sorprendía fuese uno de los herederos de Roma), y alguna que otra alianza breve que se cruzó en su camino, como fue una tensa unión con Francia, Austria tenía suficiente para no pensar en nimiedades (en cosas que sus reyes tantas veces le reclamaron por no ser importantes...).
Con Feliciano, el pequeño Veneciano, bajo su regencia, fue cuando otra etapa comenzó, un acercamiento con su nación vecina, Hungría, con quien las relaciones en las últimas décadas habían sido buenas, aunque no muy directas, así que poco convivió con la personificación del territorio con raíces eslavas.
A lo mejor fue lo aislado y vulnerable que se sentía la forma en que rápidamente cedió a cualquier unión que le ofrecieran.
No tuvo razones particulares para negar otra alianza más, el inicio de un nuevo imperio cuando sus reyes le hablaron de sus planes. De cualquier forma, las opiniones de ellos poco importaban para las intenciones de sus gobernantes, ¿Qué importaba las llagas y sufrimientos que tuvieran que cargar? Esa pregunta la confirmó en cuanto conoció a Hungría.
—¿Ella? —cuestionó Roderich algo confundido, pensando en haber escuchado mal—. ¿Hungría es una doncella? Pero, por lo que había mencionado Prusia, indicaba lo contrario —se atrevió a decir la nación a sus reyes, alzando la cabeza para mirar el rostro de su regente, olvidando la perfecta etiqueta de su cuidada reverencia.
—Puedes ponerte de pie, Österreich —ordenó con voz calma el monarca—. Entiendo tu confusión, pocas naciones son mujeres de nacimiento, seguramente se trató con suma discreción hasta ahora. Sin embargo, esto es conveniente para su próxima unión.
Austria sintió un poco de disgusto ante la aprobación implícita de la naturaleza biológica de Hungría (aunque suponía, que ninguna unión con una nación masculina había sido visto con agrado por ninguno de sus gobernantes).
Ahí comenzaron visitas frecuentes de ambas partes. Al principio, Elizabeta (nombre por el que la presentaron en su primer acercamiento directo), con ricos vestidos, y una expresión de absoluta amargura, fue como lo recibió cuando presentaron la propuesta de su futura unión y matrimonio. Se mostró tosca con él, y claramente desacostumbrada con sus ropas.
La mujer le dirigía miradas llenas de resentimiento que hacía brillar con intensidad sus ojos verdes. Austria sintió una comprensión natural ante ese comportamiento, incluso se identificó con él recordando su normal aprehensión con cada una de sus alianzas (¿Cómo olvidar su terror ante su primer matrimonio?).
Poco podían hacer ellos ante la decisión tomada. Sin tantas preparaciones previas, su matrimonio se organiza con una rapidez y certeza pasmosa por parte de sus gobernantes.
Extrañamente, cuando ambos comienzan a convivir y compartir un poco de sí mismos, logran formar una amistad, un lazo que pudo profundizar después. Era tan inusual que en una unión entre dos naciones pudiera haber un cariño desinteresado, uno que le recordaba al que le profesó Antonio, o alguien más en años más nobles, preciosos.
Hungría encontró conmovedor la forma en que él poco distinguía su trato con ella por ser mujer. La trataba como una igual, incluso elogiando su fuerza, como sus triunfos en batalla de los que él mismo había sido víctima. También fue una sorpresa grata ver como Veneciano y ella encontraron fácil desarrollar un cariño mutuo.
—¿Quieres ayudarnos al Señor Austria y a mí con el postre de hoy? —ofrecía Hungría con frecuencia, luciendo bastante feliz de que los tres pasaran tiempo juntos. No era raro ver la especial ternura que la eslava mostraba a Veneciano.
Hungría también comenzó a admirar las cosas que iba descubriendo en Austria. La amistad fue un resultado bien recibido por sus reyes, y por ellos mismos. Aunque, cabe decir, no es que su relación estuviera libre de discrepancias, problemas, que en el momento poco afectación tuvieron, aunque, como todo, a veces toman unas décadas para que esas dificultades vuelvan, convirtiéndose en algo doloroso.
—¡No escuchaste mi opinión en nuestra última reunión! Poco hiciste tampoco para que me escucharan nuestros reyes —reclamó Elizabeta, con la frustración oscureciendo sus bonitos ojos—. ¡Pudiste haber intervenido para que me escucharan!
Austria se sentía terrible con lo ofendida que estaba Hungría. Y tenía razón de su rabia: él, siempre guardando las apariencias perfectas, no dijo nada ante el normal comportamiento que tenían sus reyes con Elizabeta; y es que podía ser una nación, pero era una mujer para ellos al final.
Así que muchas de las opiniones que ella llegaba a comentar poco se tomaban en cuenta, y llegaban a ser discutida cuando Elizabeta mostraba su imperioso carácter para no dejar que la ignoraran. Roderich la admiraba, en su fuerza e inteligencia: y no obstante, su naturaleza le empujaba a seguir los dogmas sociales en los que había sido educado según la época.
Mucha de la fuerza de las decisiones recayó en Austria, no sólo por la naturaleza de Hungría, sino por la creciente influencia política que tenía la nación germana en su imperio unificado. Fueron incontables las ocasiones en que el germano quiso decirle a su esposa que no eran designios decididos por él, que nada de en cómo iban determinando sus roles dependían de su influencia, pues todo era decidido finalmente por sus regentes.
—Tendrías que ser mucho más firme si tienes que decir algo, Roderich —le decía a veces disgustada Hungría, mostrándose a veces inconforme de la débil voluntad que sentía en Austria.
Y a pesar de todo, de alguna forma, mantuvieron el imperio; conservaron su cariño en las décadas que estuvieron juntos. Roderich agradeció discretamente la compañía de la húngara: era como si fuera su familia, una amiga constante.
Esas cosas, tristemente, también le recordaban a aquel que vivía al otro lado de los Alpes; ¿pensaría Suiza en él?
De una u otra forma, siempre negó que nadie más que él cuidara su jardín, ese pequeño rincón lleno de flores de nieve.
____________________________________________________________
N/A: Nos acercamos a la primera y segunda Guerra, a partir de ahí la historia se acercara a su final.
(Esto se lo dedico a Mile quien me ayuda a corregir, pero esta vez lo revise yo así que no quedo perfecto, pero con todo lo que esta pasando en el sur de América, preferí no molestar c:)
ESTÁS LEYENDO
Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]
FanfictionSiempre juntos, ¿porqué fue diferente? Nacieron uno al lado del otro en tierras de flores de nieve, siempre lo fueron todo el uno para el otro. Siglos en donde uno de ellos recogía las piezas, los pedazos, del otro destrozado en batalla; cargando e...