22.Everlasting memories

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Si tuviera que vivir mi vida sin ti cerca

Todos los días estarían vacíos

Las noches parecerían muy largas

Contigo lo veo por siempre, oh tan claro

Quizás estuve enamorado antes pero nunca se sintió tan fuerte

Nada va a cambiar mi amor por ti

Debes saber por ahora lo mucho que te amo

Nothing's gonna change my love for You - George Benson

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Basch se acomodó su abrigo, no realmente afectado por el fresco de la mañana de aquel otoño; de todas formas, prefería tomar precauciones, especialmente con lo impredecible que podía ser la temperatura cerca de los Alpes. Esperaba que Roderich viniera bien abrigado, no se hallaba de humor para lidiar con verlo resfriado.

No que estuviera obligado a hacerlo; no considerando que solo podían acaecer dos resultados del encuentro. ¿Qué iría a decirle Austria? El hombre siempre fue de evitar conversaciones importantes que pudieran poner en evidencia sus verdaderos sentimientos, y es por eso mismo que él se había vuelto tan bueno interpretando los cambios sutiles en su persona.

Era peculiar cómo el lugar, a pesar de los cambios que la naturaleza había hecho en él, permanecía muy similar a siglos anteriores, siempre con aquellas flores blancas presentes y ellos juntos. Supuso extraño que ese momento ocurriera donde ambos cruzaron sus caminos por primera vez.

Suiza revisó por doceava vez que la carta siguiera resguardada en el pedazo de tela que le dio Lily para que no se maltratara, celosamente resguardada en el amplio bolsillo de su gruesa chaqueta. ¿Qué pensaría de lo que leyó en aquella misiva, recibida días antes? Esas palabras contenían una revelación, una declaración tan devota, tan sincera, que de haber llegado en el momento que se escribió... Pero no quería pensar en escenarios que nunca ocurrieron, igual hubieran terminado haciéndose daño. ¿Y qué le garantiza que las emociones no murieron en aquel momento? Si bien, en esencia, ambos continuaban siendo los mismos, muchos aspectos cambiaron de forma irreversible.

—Siento la tardanza —se aclaró la garganta alguien a su espalda. El paso lento, casi pausado, le revelaba de quién se trataba.

—No, está bien —dijo Basch dando media vuelta para observar a Roderich de frente.

—Supongo que no deberíamos dar muchas vueltas a lo que venimos a decir —Suspiró Roderich, y sacó un objeto rectangular envuelto en terciopelo.

Basch asintió en silencio, sacando la carta que Roderich le había enviado. Miró al contrario esperando que él iniciara aquella conversación. Cuando el austriaco pareció pensar varias veces sus palabras, el suizo decidió comenzar, sujetando con uno de sus brazos tendido a su costado la carta ajena.

—Al parecer —dijo él con cierta duda en su voz, nervioso de hablar de sus pensamientos—, si ambos hubiéramos intentado alcanzar al otro; si yo lo hubiera intentado...

—No, que es culpa de ambos —interrumpió suavemente Roderich—. Tuvimos miedo: tenía miedo. No solo por necesitarte, sino por las consecuencias que eso podía traer; fueron tiempos diferentes.

Basch lo sabía, ambos vivieron aterrados por ese deseo de la compañía del otro, y por ser conscientes de que ni ellos mismos sabían qué hacer con dichos sentimientos.

—Me di cuenta que quizás confundimos muchas las cosas —dijo Roderich, mirando el sobre envuelto en sus manos.

—¿Qué es lo que tú confundes? —preguntó sereno Basch, aunque incapaz de encontrar los ojos de Roderich, por más que aunara suficiente valor de dar unos pasos al frente para acercarse al otro.

—Basch, yo... —susurró trémulo.

Toda la elegancia, dignidad y orgullo de Austria, se resquebrajaron; y fue como observar la misma vulnerabilidad que tuvo el privilegio de ver aquel día que encontró a Austria al otro lado de los Alpes, por primera vez.

—Porque de ser... —Suspiró Basch con una sonrisa, gesto extraño pero lucía natural en ese momento, como en sus recuerdos. El helvético alzó sus ojos verdes con todo el aplomo que alguien con siglos de vida podía acumular, y se acercó unos pasos más a Roderich, pasando sus manos (muchas veces llagadas protegiendo su hogar), por el rostro del otro, acunando sus mejillas—. Porque, si es la misma confusión que la mía; si todo lo que dices en tu carta, las razones de por qué me necesitabas; o el decir que nunca fui un lacayo para cubrirte la espalda, sino todo lo que fue importante para ti, si eso es verdad, si aún...

—¿Tú también confundiste algo? —preguntó Roderich temblando, sus manos le cosquillean al imitar el gesto de Basch en el rostro ajeno, cubriendo con su palma sus mejillas—. Creo... —Roderich tomó una buena bocanada de aire, y evadió a toda costa algún comentario caprichoso con tal de evitar exponerse. Pero ese momento, donde ambos podían ser sinceros, lo había esperado mucho tiempo—, más bien, siempre lo supe. Pero en ese tiempo no podíamos decir nada... Al final, demasiada distancia y tiempo se interpuso entre nosotros, porque así lo permitimos.

Basch con una sonrisa de esas que no mostraba más que a quienes debía una parte importante en su vida, confesó uno de sus temores—. Era de esperarse; nos hubiéramos lastimado: nos hubieran lastimado.

A pesar de ser inmortales, Austria recordó que poco importó para separarlos de los prejuicios de su gente. En sus memorias a veces todavía calaba la mirada lacerante de repudio (de asco) de sus reyes cuando contrajo nupcias con otras naciones que hubieran nacido varones; aún si estos fueron quienes lo obligaron.

(Recordó los muchos actos de odio de quienes se atrevieron a hablar de la naturaleza de su amor, por más noble que fuera.)

—Te necesitaba porque lo fuiste todo para mí: es verdad cada palabra –dijo Roderich sonriendo por fin, recargando un poco su perfil en la calidez de la palma de Basch; enredó sus dedos en el cabello rubio que cubría las mejillas del otro hombre, antes de inclinarse a abrazarlo.

Basch sintió sus ojos un poco húmedos, y el peso de siglos levantarse de sus hombros; percibió cada angustia, cada anhelo, sosegarse con la calidez del cuerpo ajeno en el abrazo, que correspondió con toda su fuerza y deseos: con un amor que pensó moriría reprimido, de una felicidad insatisfecha.

Su rostro encontró comodidad al rozar con una de las mejillas de Roderich y en un instante en que sus labios acariciaron la piel, decidió alejarse un poco, y alzar su cabeza, alcanzando labios ajenos, que le esperaron en un beso casi inmóvil pero abrumador.

En ese breve gesto, más bien casto, se dieron cuenta del significado real de su amor, del dolor de su separación, del cariño profundo y albergado en el refugio de su memoria; uno que fue casi resguardado por la remembranza de las flores de nieve inmortales, sus eternas testigos de las tristezas y dichas de ambos.

Volvieron a abrazarse con fuerza, encontrando la imposibilidad de poner en palabras infinidad de anhelos que quedaron pendientes de decirse siglos atrás; pero aún no estaban listos, aún se sentía demasiado abrumador saber lo que había habitado tanto tiempo en la mente (en el alma) del otro.

El otoño agitaba suavemente las flores que parecían nunca cambiar, que se convirtieron en el símbolo de eternidad y tanto una antigua, como nueva, promesa para ambos; floreciendo en rincones de memorias preciosas que pensaron mantener ocultas.

En los brazos del otro, percibieron el tiempo volver a nacer, augurando un comienzo, una oportunidad.

Y esas parcelas imperecederas de capullos de nieve, brotes de noble blancura, bien podrán continuar floreciendo, tanto las nacientes como las venideras en la total libertad de observar, de seguir atestiguando, un perpetuo amor.

Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora