7. Lonely traitor

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Existían muchas cosas de las que Suiza no se creía capaz de confesar, y quizás nunca lo haría; entre ellas era el estar en vela esperando las noticias de su amigo al otro lado de los Alpes cuando éste iba a batalla. La segunda, las veces que hizo frente, que desafió, a sus jefes por ir en rescate de Austria; peleas que se volvieron más frecuentes conforme las tensiones de la gente de tierras austriacas, especialmente la nobleza, encontraba maneras de explotar a sus vecinos.

Siguió intentando hablar con sus jefes, convencer a los demás territorios que comenzaban a unirse bajo una identidad distinta a las tierras bajo los dominios de Habsburgo. Las tensiones simplemente aumentaron hasta alcanzar el inevitable punto álgido, una cúspide donde todo el resentimiento de su gente se unió con su remordimiento, con esa confusión que se generó de sus sentimientos aún incomprendidos hacia Austria.

No supo cómo tomar cuando Roderich cada vez respondía más a sus cartas, cada vez le daba más excusas para verlo; sin mencionar el cambio en el comportamiento del austriaco, ese no era su amigo: ese no era... la persona que juró proteger, que significaba tanto para él.

Fue demasiado angustiante para él, su alma se dividía dolorosamente entre lo que su gente deseaba, y lo que él quería. Miró con rabia todas esas discusiones con sus propios jefes intentando ir con Roderich, incluso pelear en lugar de él; por supuesto, muchas de sus peticiones fueron prohibidas. Los conflictos territoriales por culpa de la casa de los Habsburgo se hicieron presentes con frecuencia, al punto de que los nobles austriacos regían parte de su territorio, incluso cortando las comunicaciones para mantener bajo control a la naciente Confederación Suiza.

De una, u otra forma, gracias a todavía tener cierta apariencia infantil, ambos lograron evitar enfrentarse; pero Suiza sentía crecer su enojo contra Roderich al ver como no alzaba un dedo para ayudarlo, ni siquiera pronunciaba una palabra para defenderlo de los Habsburgo que tomaban toda oportunidad para aprovechar sus alianzas.

Entonces, llegó el día con la consecuencia natural de las acciones de la monarquía austriaca. Con la muerte de uno de los regentes dentro de su tierra, Basch vio las intenciones de un nuevo sucesor, lo cual levanto asperezas con un territorio en particular y los demás.

—Expulsaremos Zúrich, los demás estamos de acuerdo en darle la espalda a los Habsburgo —sentenció uno de los principales líderes a Basch—. Queremos unidad y fuerza; bajo el yugo de esa familia no seremos más que el territorio administrado de otro emperador. Zúrich se ha unido a Austria, en contra de esta voluntad.

Roderich se había unido a uno de sus propios territorios en su contra, su amigo, su persona más importante... ¿Se armaría para intentar matarlo? Pero...ellos prometieron, Roderich me prometió...

Él dijo, tantas veces...

Sintió que el aire de sus pulmones abandonaba su cuerpo junto con su capacidad de hablar, su mano comenzó a temblarle cuando toco el mango de la espada que colgaba de su cinturón. A pesar de todo, de sus ganas de correr al otro lado de los Alpes y obligar a su amigo a que se lo dijera en su cara, se mantuvo firme, mirando al frente.

—¿Basch? —Llamó uno de los consejeros de quien dirigía esa reunión con los otros señores—. ¿Te encuentras bien? ¿Has comprendido la tarea de apremiante importancia que se ha otorgado?

—Por supuesto —respondió con fuerza, sorprendiéndose a sí mismo, lastimándose un poco más.

—Entonces, te es asignado encargarte del enfrentamiento a quien representa esa familia.

Sobre los hombros de Basch, cayó la tarea trágica que más temió; aun sin necesidad de ponerlo en las palabras exactas, sabía su objetivo: tenía que matar a su amigo; solo alcanzaría la victoria si lo veía morir otra vez.

Por ello, le quedó claro que no volvería a ver a su amigo de esa manera: ahora eran enemigos, y cualquier contacto con Roderich fuera del campo de batalla estaría prohibido, aún si nadie se lo dijera. Su destino a partir de ese punto consistía en aprender a odiar a quien amaba, a la existencia que pasó noches en vela pidiendo en plegarias a la muerte que no se lo llevara.

Con horror, vio la ausencia de dudas en Roderich al apoyar las intenciones de Zúrich de permanecer con los Habsburgo, ignorando el deseo de su gente, y por supuesto, las consecuencias que eso traería para Basch. Era evidente que ninguno sabía de las circunstancias del otro: eran ignorantes de las intenciones de los humanos que los regían; se encargaron de romper cualquier unión que existiera entre los seres inmortales que cargaban el espíritu de sus naciones.

Ellos no habían nacido para vivir como seres mortales, mucho menos para amar: la felicidad no tenía que ser necesaria para existencias tan imperturbables en el tiempo como ellos. Por eso, Basch fue entrenado sin descanso para dirigir un ejército, para proteger únicamente a su gente como barrera impenetrable.

Mientras que Roderich, aún si su cuerpo y sus ojos fuesen considerados como inútiles, con nula destreza, para cumplir con muchas de sus labores en el campo de batalla, fue entrenado con extrema dureza, y toda ausencia de cualquier atisbo de amor. Sus lecciones, cada vez más arduas, buscaron no solo prepararlo para la política, sino separarlo de aquella otra nación a la que el austriaco se aferraba con ingenua desesperación.

Pero tenían que volverlo la nación perfecta, dejarlo listo para unirlo, de ser necesario, a toda nación que deseará formar alianza con ellos; lo estaban preparando para el matrimonio, tema del que Roderich todavía era ignorante.

—A veces no sé si sería más sencillo que fueras una mujer —le dijo una vez su jefe sin que su joven nación entendiera sus palabras, o sus implicaciones de estas—. Me es lamentable ver que no tiene caso seguir enfocándonos en tu entrenamiento militar; ¿Acaso no te avergüenzas?

Roderich lo vio estando de rodillas, jadeando con fuerza tras ser sometido en entrenamiento por el caballero que estaba encargado de su tutela. Su Rey, que se sentaba a observar con ojo crítico sus lecciones, miró con disgusto como afectaban sus palabras las primeras veces a su nación; en cambio, en tiempos presentes, el austriaco solo alzaría su rostro tras recuperar el aliento, para mirarle con la destacable dignidad del más culto de los nobles.

—Lamento mi falla, alteza —respondió con simpleza, sin emoción aparente, y con una voz perfectamente modulada.

Sus piernas siempre eran un problema en conjunto con su espalda; sus ojos con mala vista tampoco ayudaban, especialmente contra un caballero tan experimentado como era su maestro. Estaba cansado, muy cansado, y aterrado de que pronto tendría que salir a buscar a Basch, con la intención de usar la espada en sus manos contra él.

—Qué horror ver lo débil que te ha hecho querer ser humano —dijo su Rey antes de marcharse con voz ronca y bajando los ojos al suelo al negar con su cabeza—. Esas décadas intentando buscar algo tan mundano como la amistad con la otra nación fueron un desperdicio, y permitió el nacimiento de ideas absurdas en ambos. ¡Espero te hagas responsable, Austria!

Roderich sintió el impulso de temblar ante el sonido atronador de la voz del regente, que lo miró de forma impersonal unos segundos, hasta que se vio satisfecho por el control que su nación ya mostraba sobre su persona, aun completamente humillado.

Esas décadas, esos siglos que eran un desperdicio, eran lo poco que le quedaba de Basch en esos tiempos que debían intentar matarse el uno al otro.

En su mente solo podía ver sus promesas rotas.

Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora