Postludio. Where we can reach eternity

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Niño errante de la tierra

¿Sabes cuanto vales?

Has caminado este camino desde tu nacimiento

Están esos que te dirán que estas equivocado

Intentaran silenciar tu canción

Pero aquí es donde tu perteneces.

Wanderer's lullaby - Adriana Figueroa


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Basch se sentó sobre el césped húmedo por las primeras heladas del año. Acomodó su capa para no mojarse sus pantalones, o su túnica, y sacó de entre sus ropas, con sus manos de apariencia infantil, un saco que había preparado la noche anterior, el cual contenía un poco de queso y pan. Esperaba que fuera suficiente, pues Roderich siempre había sido de buen apetito.

Miró a su alrededor, aprovechando los minutos de calma que le otorgaba invariable llegar primero a todo lugar que visitara; no que le molestara el paso lento de su amigo, o el suave sonido de su voz, que cuando se alteraba sonaba como el trinar de un avecilla.

Estudió con curiosidad esas extrañas flores que eludían la primavera y decidían mostrarse floreciendo casi en otoño. Aquellos brotes blancos eran los favoritos de Roderich, que las llamaba las flores eternas, pues nunca habían presenciado la muerte o el marchitar de ninguna.

Basch pensó que ese pensamiento provenía de la dulzura infantil que aún mantenía su amigo. Aunque le daba un poco de razón: la apariencia de las flores de nieve, como algunos las llamaban, parecía nunca cambiar, hasta eligiendo los mismos lugares para florecer; y la misma característica de constancia de las flores eternas, ocultaban la causa por la que en el fondo le gustaban.

Si las flores de nieve nunca cambiaban, entonces Roderich no terminaría desorientándose como resultaba frecuente, y no tendría problema encontrando el sitio (no tendría dificultad topándose con el camino a aquel inconfundible espacio). En otros tiempos, ambos habrían caminado cerca de las montañas para pasar sus días sentados, en total tranquilidad, siempre uno al lado del otro. Era lamentable que tras la llegada de los dichosos Habsburgo las cosas hubieran cambiado tanto, al punto de que apenas lograban encontrarse tras días de no verse, siempre recordando prometer el siguiente día en que volverían a aquella pradera.

(Le llenaba de rabia ver a Roderich con los ojos puestos en el suelo, destrozado del alma, y humillado por quienes se suponían debían guiarlo como nación.)

Pero Basch, por una vez (y gracias a la sonrisa de Roderich tras cada promesa de volver a él), quería ser optimista: tenía fe de que pronto volverían a permanecer juntos, de que su distancia desaparecería y los humanos que los regían entenderían qué tan importante resultaba la presencia del otro en su vida; sabrían comprender que siempre habían estado juntos.

—¡Basch! —llamó una voz sin aliento y el helvético vio a ese chiquillo de ojos grandes, siempre cándidos, correr hacia él.

Tendría fe: no importa cuánto tiempo tardara, quería creer que volverían a obtener la dicha de aquellos primeros días en la misma pradera.

«Ese rincón, perdurará», tenía la certeza; Basch esperaba el día venidero en que se encontrasen libres, cumpliendo sus promesas.

Snow flowers bloom with eternity [SwissAus | Edelweiss] [Hetalia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora