Desorden

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Afonía.

Sólo un agudo zumbido de oídos.

Tony exhaló forzosamente. Y respiró polvo.

Su dormitorio, abrazado por la oscuridad de la noche, estaba en ruinas.

No quedaron ventanas. La estructura metálica del edificio fue lo único que resistió la onda expansiva. El cielo estrellado se veía entre el humo. Cercano y sereno; sin luna. La brisa fría de la madrugada le besó la piel.

Tony desclavó la espalda del armario con un solo pensamiento en mente: Steve.

Se arrastró por la habitación. La sangre le inundaba el ojo derecho, muy probablemente parte del techo que se había caído le hizo una brecha. Sólo podía entrever el firmamento, y las titilantes e inútiles luces de emergencia.

―Ste-ve ―tosió, sin dejar de avanzar― ¡STEVE!

Stark gateó, apartando los millares de cristales que poblaban el suelo, cortándose las manos, abriéndose paso entre los escombros para encontrar a Rogers. La enorme pantalla de plasma se desenganchó de la pared y estalló al caer. Jamás escuchó el estruendo.

Tony sollozó de impotencia; aquello, simplemente, no podía estar pasando.

JARVIS, su fiel e inaccesible inteligencia artificial había sido desconectada. Nadie, que él supiera, podía hacer algo semejante; y menos delante de sus narices. Las claves de desconexión sólo las conocía él. Ser hackeado era una idea tan estrafalaria que de ningún modo se lo planteó. Era imposible, JARVIS no tenía errores. Él mismo creó y repasó su código de programación cuantiosas veces. Y la torre, aún sin sus sistemas informáticos de salvaguardia, tampoco era un sitio fácil de allanar.

― ¡STEVE! ―Tony volvió a gritar, con la angustia rompiéndole la voz. Temió que, por el denso humo, Steve hubiera dejado de respirar.

Algo se movió al lado de lo que interpretó como una de las patas de la cama y se impulsó a alcanzarlo. Steve, sepultado, jadeó con fortaleza y empujó lejos un bloque de cemento que tenía encima antes de apresurarse a agarrar las temblorosas manos de Tony. Éste le ayudó a incorporarse.

Al ver vivo a su compañero, Stark resopló intentando no derrumbarse de alivio, aguantando las lágrimas sin derramar que le colmaban los ojos. Steve le tocó le frente y le limpió con el pulgar el río de sangre que le fluía desde la ceja hasta el lagrimal. Ambos se levantaron, apoyándose amargamente en el otro.

Tenían que abandonar esa planta. Recomponerse, saber a lo que se enfrentaban y entonces contraatacar.

El suelo crujió debajo de ellos y Tony estiró el brazo derecho enérgicamente, rogando que su armadura acudiera a tiempo.

―Hay que moverse ―aulló Steve, tirando de Stark hacia la puerta. Su escudo de Capitán América estaba dos habitaciones más a la izquierda. Rogers calculó unos veinte metros. Fuera como fuese, tenía que llegar hasta allí.

Igual de desorientado, Tony caminó con él, brindándole apoyo en cada tropiezo, salvándole de caer un par de veces. Sentía que las piernas le fallaban y el corazón latiéndole desbocado en el pecho. Jamás se había hallado así de indispuesto, de aturdido; salvo cuando Iron Man lo rescató hace unas semanas de aquella bomba química. Pero allí, la supervivencia de Stark no estaba en peligro.

Apenas habían llegado al vestíbulo, Tony vio rodar una granada de gas.

Reaccionando con rapidez, Steve la pateó lejos. Manteniéndose de pie por sí mismo y adelantándose, se colocó en guardia, listo para atacar. El polvo limitaba el campo de visión a unos escasos pasos. Frente a él, la ceniza del aire resguardaba la imagen difusa de alguien más.

Descontrol. (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora