La mudanza ya estaba concluida.
Su nuevo hogar estaba lindo, además amaba a su abuela.
Su nueva escuela era linda y había niños amigables.
El tiempo pasó y la niña fue creciendo, observando y aprendiendo.
No siempre aprendió cosas buenas, hubo algunas malas que le costó entender que no estaban bien y pagó las consecuencias algo caras.
La niña ya con edad suficiente para darse cuenta que algunas cosas estaban mal, intentaba hacer el bien, pero otra vez la vida cerró su boca.
Una ocasión en la que llegó la directora a su salón preguntando por una persona que había rayado las butacas con palabras altisonantes, ella quiso decir, ella sintió que era correcto decir la verdad y la dijo, pero se le miró como si hiciera algo aún más malo y se le pidió que guardara silencio. Nadie le creyó y los que creyeron la juzgaron de "soplona".
Así aprendió a observar y callar.