Somos sangre

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-Bueno, aquí estamos- escuchó Kron de Nemek al llegar a una verde pradera partida por puna especie de cabo que descansaba sobre esta en el que una hermosa cueva se veía adornada con pinturas varias.

Desde dicha formación se podía apreciar el espectáculo más hermoso de todo el mundo: aquel que todo lo ve y hacia el que la almas de todos los caídos se dirigen, ese enorme disco que trae alegría y hace que las plantas crezcan; bajaba de los cielos todas las tardes y se perdía en el horizonte colorado mientras el grave canto de las olas del gigante azul lo devoraba soplando vientos veloces y fuertes que estremecían a su paso los árboles tras la misma roca y sus hojas rozándolas unas con las otras y silbando al compás de la vida acompañado por hermosas aves blancas que con sus voces agudas incitaban a las gentes también a unirse al bello sonar; tal vez con una flauta, otras veces con tambores y palos, pero siempre estaban presentes para disfrutar.

Homo-Sapiens queda fascinado, había visto paisajes hermosos en su gran viaje a lo largo de Eurasia; había presenciado enormes montañas, tan altas que era la vista incapaz de tocarles la cima; había visto playas con diminutas e incontables islas resguardando sus costas cual armada defendiendo su puerto en plena guerra y también había cruzado desiertos calientes como el fuego bajo un cielo tan azul que parecía palpable, pero la belleza de aquel paisaje superaba con creces a todas las demás. El oeste de las tierras que más tarde se denominarían Italia era ahora el hogar invernal del Clan.

De repente, una figura anciana y familiar salió del bosque que encerraba al acantilado, detrás de esta emergió otra, esta más jóven. Sus cuerpos eran cortos de estatura, tenían cráneos inclinados faltos de barbilla, sus narices eran gruesas y tenían grandes músculos, eran Neanderthales. El más anciano de ellos levantó la mirada del suelo, al ver al clan, su rostro expresó un temor enorme.

-¡Cuidado, un hombre del desierto!- exclamó mirando a Kron, tomó una piedra y se la arrojó al instante, el hombre alto pudo a penas cubrir su rostro con sus brazos para evitar alguna herida grave.

-¡No, no!- exclamó Yuko defendiendo a su amigo del familiar agresor.

-¡Es un demonio!- gritó nuevamente mientras comenzaba a acelerar hacia Kron, quien al haber retrocedido un poco tras la pedrada se encontraba a tan sólo unos pasos del abismo. El jefe de los Neanderthales se interpuso poniendo un pie delante del otro a modo de resistencia y detuvo al recién llegado con su pecho, su menor compañero observaba la escena algo nervioso.

-¡Se han vuelto locos!- volvió a gritar el hombre.

-¡Detente ahora!- rugió Yuko.

El recién llegado anciano miró fijamente al rey de los Neanderthales con un rostro maravillado por lo que acababa de descubrir.

-Yuko- dijo con una voz entrecortada mientras extendía su mano para acariciar la marrón cabellera del Neanderthal, oscura desde pequeño como el tronco de un árbol, sus manos temblorosas se apoyaron en su frente y procedieron a peinarlo. El muchacho se vio sorprendido y se acercó rápidamente.

-Después de todo este tiempo, aquí estás- agregó con los ojos humedecidos y limpiando de su boca la sangre que brotaba de su nariz, el viejo poseía un mal misterioso.

Yuko lo miró extrañado. -¿Tu quién eres?- preguntó ansioso.

-Mi nombre es Malik, hermano de Mirnia, él es Kanok, tu primo- respondió.

El nombre "Kanok" fue como una avalancha en el rostro de Yuko, instantáneamente llegaron a él miles de recuerdos de su juventud, imágenes que hasta ese momento no había comprendido y que de vez en cuando se dejaban ver en su memoria. El nariz ancha se acercó cautelosamente al individuo y lo abrazó con amor y fuerza.

¡Esta es mi tierra!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora