"La gente cambia. Yo ya no te quiero, tendrás que aprender a vivir con eso por el resto de tu vida. Tarde o temprano tenías que darte cuenta."
Intentó no llorar al recordar aquellas palabras, nunca había dudado de Jimin, nunca. Nunca imaginó que el menor lo usaría para su beneficio, nunca imaginó verlo con otra persona, nunca imaginó verlo feliz con alguien que no fuera él.
Lentamente cerró la puerta detrás de él y caminó hasta el sillón. Observó su alrededor, ¿cómo iba a olvidarlo? Su rastro estaba sembrado en toda la casa. Dirigió su mirada hacia la mesa de noche, habían crayones esparcidos por toda la mesita. Hizo su paso hacia la cocina y vio varios dibujos pegados en el refrigerador.
Tomó uno y lo observó detalladamente.
"Mira papi, somos tú y yo."
Pegó el papel a su rostro y las lágrimas no esperaron ninguna orden para empezar a bajar por sus mejillas. Sorbió su nariz y arrugó el dibujo, procediendo a arrojarlo al cesto de basura.
Subió las escaleras y notó la puerta del cuarto de Jimin abierta. Habían legos en el suelo, entró y empezó a recogerlos todos una última vez antes de deshacerse de todos ellos. Al terminar observó las curas que cubrían sus manos.
"Aveces parece que tú eres el niño pequeño Nam."
Recordó la sonrisa del menor y la manera en que besaba delicadamente todas las curitas en sus suaves manos.
Miles de recuerdos inundaban su mente, cada uno con la misma persona, todos emanaban el mismo sentimiento, la misma emoción. ¿Cómo haría esto ahora?
¿Cómo olvidabas a alguien que había marcado tu vida de una manera tan especial?
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