Estoy nerviosa —temerosa— de que mi plan falle.
Es una enorme posibilidad que todo salga mal, pero ya estoy aquí, frente a él, y no puedo retroceder mis actos.
Lo encaro, asegurándome de que mis ojos marrones determinen seguridad. Demasiada seguridad y confianza. Más de la que había recordado tener alguna vez y, casi a la altura de mi rostro, están sus ojos grisáceos y curiosos sobre mí.
Él es lo que yo deseo.
Lo que quiero tener justo ahora.
No me importa lo que tenga que hacer con tal de que sea mío.
Todos saben que yo obtengo lo que quiero, sin importar las consecuencias.
Puedo notar, por como ladea la cabeza y entrecierra los ojos, que está dudando en si confiar en mi palabra o no.
Sus ojos me escanean un momento y, sopesando aún más mis palabras, se cruza de brazos, al tiempo que su voz ronca y enigmática murmura:
—¿Cómo sé que es verdad?
Con eso confirmo que aun sigue dudando.
Tampoco dije que hacerlo caer sería tan sencillo...
Lo miro directo a los ojos, sin un ápice de nerviosismo ahora.
Estamos tan cerca..., sólo un metro nos separa uno del otro.
—Porque tengo pruebas —respondo firme, sin que me tiemble la voz.
—Muéstramelas.
En ese momento saco mi teléfono del bolsillo trasero de mis vaqueros; lo tomo entre mis manos y desbloqueo la pantalla. Busco rápidamente en la galería las imágenes que necesito, apenas entro y las veo, una sonrisa maliciosa, como la de alguien que sabe que su objetivo se cumplirá mucho antes de que se vea, tira de la comisura de mis labios, pero la reprimo lo más que puedo para que él no sea capaz de notarla; porque con eso se daría cuenta de mi mala jugada.
Lo único que necesito son tres imágenes.
En realidad, sólo me basta una para mostrar mi punto. Pero en caso de necesitar más pruebas tengo dos extras, por si acaso. Por si esto se complica.
Apenas abro la galería aparecen tres primeras fotos —las últimas que guardé hace cuatro días—, dirijo mi dedo a la pantalla y abro una de ellas.
Entonces, extiendo mi teléfono hacia él, que sin pensarlo dos veces lo toma.
Sus dedos y los míos hacen un ligero contacto en el proceso, apenas un roce, pero eso basta para sentir una corriente electrizante recorrerme entera, haciendo estremecer mis sentidos.
Él mira finalmente la fotografía donde está esa chica.
Sus ojos se abren en grandes por la impresión y la conmoción que seguramente le causa aquello. Entonces pasa a mirarme a mí, con la misma impresión incrustada en sus facciones.
Llegados a este punto, ya no puedo ocultar la sonrisa en mi rostro, porque sé que me ha creído... Porque sé que he logrado mi cometido con éxito.
Ya lo tengo en mis manos.
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Tocando lo prohibido ©
Teen FictionSabía que estar con Blake era como jugar con fuego y que, tarde o temprano, me quemaría. Sabía que todo él era la tentación en persona. Significaba pecar. Él gritaba peligro y lujuria por todas partes. También sabía, por sobre todas las cosas, que n...