Capítulo 25

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«Va a matarme. Va a matarme. Va a matarme...».

No puedo dejar de repetir eso en mi cabeza una y otra vez, alterada hasta la médula. Asustada hasta la mierda.

Miles de escenarios catastróficos en donde mi mamá estalla en gritos y diciéndome cosas feas e hirientes saltan a mi cabeza de repente. No puedo dejar de imaginármela regañandome frente a todos y reprendiéndome por la ropa que llevo puesta y, además, de que vengo sola con un chico. Con Blake.

La desaprobación que veo en su mirada, cuando me recorre de pies a cabeza observando mi atuendo -el vestido que me llega por encima de las rodillas y las mangas que dejan al descubierto mis hombros-, no se compara con el enojo que le veo impreso en las facciones.

Pero lo que más me aterra que se dé cuenta -que casi creo que puede leer o adivinar solo con verme a los ojos- es que sepa de dónde vengo y por qué no estaba aquí con Helena.

Tengo toda la imagen y la vibra de que acabo de darme un buen acostón con alguien. Y es que eso no es mentira.

lo hice. Dos veces. Y con quien ocurrió está a mi lado.

De seguro debo traer la estupefacción mezclada con el miedo impreso en las facciones, y no ayuda mucho el que yo venga con este diminuto vestido, el cabello todavía húmedo, sin poder caminar del todo bien porque todavía siento las piernas débiles y extrañas, y las mejillas ruborizadas. Además de que el aroma de Blake parece haberse quedado impregnado en mi piel y casi podría jurar que mi madre puede olerlo.

No es una tonta. Sabe muy bien que algo pasó.

Pero el verdadero terror se detona con violencia en mi sistema cuando recuerdo que no llevo sujetador y con la fina tela y la manera en que se aprieta a mis senos se me deben notar los pezones... Y mi madre seguramente ya lo notó.

Ahora estoy segura y convencida: va a matarme.

Cruzo mis brazos sobre mi pecho con rapidez, aunque mi estupidez ya la ha visto ella.

Va a decirme que crucé el límite. Que soy una perdida, una descarada. Hasta podría esperar que me llame zorra, solo por vestirme así.

Solo espero que si hay alguien allá arriba que escucha nuestras súplicas, que sea capaz de escuchar la mía que pide que espero que esto -el pensar que ella ya lo sabe- solo sea parte de mi paranoia y que espero que no sea tan cruel conmigo.

«Por favor, no digas nada. No ahora. No aquí....». Ruego, internamente.

-Eileen -inicia mi madre y tengo que reprimir el absurdo impulso de cerrar los ojos con fuerza, al escuchar cómo pronuncia mi nombre.

Está molesta.

Y yo solo quiero desaparecer.

Me obligo a sostenerle la mirada y seguramente Helena advierte el terror en mis ojos, ya que salta a mi rescate enseguida.

-Te envié un mensaje avisando que tu mamá estaba aquí -dice en mi dirección; el nerviosismo en su voz es casi palpable-. Saliste muy temprano a hacer esa tarea a casa de Miriam, por eso supuse que no podías contestar porque estabas ocupada.

El alivio que me recorre es tan grande, por creer que eso mismo seguramente le dijo a mi madre justificando mi ausencia. Pero también quiero golpearme por ser tan descuidada y no haber revisado cuánta batería tenía mi teléfono. De haberlo sabido hubiera evitado que se apagara y, quizás, hubiera respondido a las seguras llamadas desesperadas de Helena.

-Se descargó -contesto, en un hilo de voz, aún sintiendo la mirada de mi madre sobre mí-. Ayer no lo conecté.

Entonces mi madre se pone de pie.

Tocando lo prohibido ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora