Desgraciados los piadosos

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Era una estatua, un hombre de yeso inmortalizado en el momento más infortunado de su vida

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Era una estatua, un hombre de yeso inmortalizado en el momento más infortunado de su vida. No transpiraba, ni siquiera temblaba del miedo, pero su respiración poco a poco se apagaba. Hasta el alma quiso huir de su recipiente al escucharla decir, "lujuria". Incluso el mismo tiempo voló por debajo de la puerta, o a través de la brisa de las ventanas. Ya nada quedaba; estaba sola ante la fiera. El escenario se desprendía en varios fragmentos de rompecabezas que se separaban entre sí: creando una realidad abstracta.

Levanta sus asustados ojos del pecho, y contempla su alrededor. Buscaba, a lo mejor, algún sentido. Y se percata de que cada ángulo de ella, hasta el más ínfimo, estaba reflejado en esos malditos espejos chismosos que la rodeaban. Solo el techo la salvaba de tener que ver su empobrecida fachada. Era una persecución; todas las miradas, humanas o inanimadas, apuntaban hacia ella. 

— Mantén la calma —aconseja la monarca con su vil lengua de víbora.

Poco a poco afloraba su verdadero ser; unas brillantes escamas tornasoladas salían por debajo de su piel.

— Me han advertido sobre tu desobediencia —Señala con el índice a uno de sus hombres y luego lo direcciona a ella.

Por consiguiente, uno de ellos se le arrima y tira del cuello de su vestido. Ella alza con violencia su pierna izquierda la cual estaba entre las piernas de este entonces la arroja con efusividad hacia atrás. Jane cae de espaldas con los codos sobre las sabanas mientras veía a otro de los hombres sacar la espada de su cinto por lo que se levanta y se apresura a deslizar en aquel filo el cordel de sus muñecas que caen en rebanadas al suelo.

Luego de liberarse da un gran brinco hacia un costado para evitar un ataque, y huye hacia uno de los pilares que conformaban la cama. Un par de ellos se posicionan delante de la Reina, y otros dos la persiguen. Comienza a escalar con la fuerza de sus piernas, pero uno la sujeta del largo de su vestido y después de sus talones, haciéndola descender. Jane lleva el puño hacia su boca en forma de O, y le escupe: un punzante hueso del tamaño de un alfiler se inserta en su moflete, y otro más por debajo de su ojo izquierdo. El hombre la suelta así proteger sus ojos de una inminente ceguera. El cordero que degustó horas atrás fue su mejor y más delicioso aliado.

Cuando llega a la cima, arranca a correr. Busca la ventana más próxima y salta, aferrándose a la parte superior de esta. Estaba varios metros por encima de los demás. En ningún momento miró hacia abajo, pero intuía que estarían encolerizados ya que el sentido de su oído se había esfumado. Presiona el marco, y con la otra mano en la hoja, tira de él así abrirla más. Luego se escabulle hacia las afueras: el aire golpetea su cara, y hace danzar su pelo. Se sujeta de los bloques que vestían la arquitectura exterior del castillo por lo que su cuerpo estaba tendido. «Maldita loca, Jane», pensó mientras veía sus pies muchos metros por encima del suelo terrestre. Comienza a balancearse al estirar lo que más le permitían sus cortos brazos para avanzar hacia el balcón que divisaron sus ojos. Por otra parte, Henry sermoneaba a sus hombres:

Bajo el velo de la Reina (novela +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora