Ya nada le quedaba a Jane; la vida se obstinaba en someterla, a los seis años, y tan solo diez años después la vuelve a condenar tras las rejas. Sin embargo, estaba más cerca de su enigma: esa parte de su vida que sus recuerdos le negaron, y el camino que deberá transitar para conseguirlo será demasiado cruel con ella.
Esta vez no tenía escapatoria; un par de días después del ilícito hecho tomaron las medidas necesarias para que no volviera a repetirse lo mismo. Unas correas envolvían los brazos de la joven hasta el codo tras su espalda, y lo mismo con sus piernas, donde una gruesa soga subía hasta sus pegadas rodillas.
— No he sido sincera contigo —dice Elizabeth, y corta el silencio que regaba de tensión la sala—. Déjame aclarar tus dudas.
— Muy tarde, ¿no creéis? —expresa la joven con cierta mofa e ironía.
Acto seguido, se coloca frente a la muchachita que estaba sentada en la orilla de la cama, y aprieta sus cachetes para acercarla más a ella. En su mirada se escribía un claro mensaje: ella era quién regía en el salón, en el castillo, en Inglaterra, y –sobretodo– en su cuerpo. Jane la observa sin pestañear con arrugada expresión, no quería dejarse intimidar, no obstante, sus transparentes ojos grisáceos desprendían un temeroso centelleo. La soberana baja su mentón y la arrima aún más cerca así escuchara cada vocablo dicho por su boca:
— Compláceme, Jane. Déjame corromperte de todas y cada una de las maneras que encuentre hacerlo. Entrégate a mí, y suplícame por más aunque tu garganta se quiebre en llanto. Y cuando mi sed se sacie y no halle rastro de pureza e inocencia en ti, te dejaré ir. ¿No crees que estoy siendo muy bondadosa contigo? Vivir en mi castillo, alimentarte, vestirte, y ofrecerte una sentencia inferior al de otros presos de tu calibre.
La prisionera estaba obligada a tragarse sus palabras por la fuerte presión que ejercía la Reina en su mandíbula, de modo que no le quedaba más remedio que apretar sus manos hasta el punto de herirse con sus propias uñas. La intensa rabia la torturaba; un cosquilleo se disparaba desde el centro de su acelerado pecho hacia cada ínfimo sector de su piel. Elizabeth nota que consigue su cometido, y prosigue:
— El tiempo que dures aquí tú lo decidirás mediante tu conducta. Aunque... seré aún más bondadosa contigo; la paciencia es mi virtud, iniciaré a profanar tu cuerpo de una manera más... piadosa.
Apenas la suelta toma su cuero cabelludo de un tirón, por consiguiente, la joven suelta un agudo gemido.
— No es mucho lo que pido, poco comparado a lo que recibes de mí. No tienes que agradecer, Jane, la generosidad es otra de mis virtudes.
— ¿¡Por qué!? —berrea la infeliz chica.
La soberana la ignora; no quería reabrir ciertos temas de su pasado. «¿Por qué?», piensa mientras se regresaba a su posición inicial, y ordena:
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Bajo el velo de la Reina (novela +18)
Historical FictionLa virginidad de la Reina Elizabeth I de Inglaterra ha sido un enigma; durante su reinado del siglo XVI nunca desposó a un hombre. El motivo no era debido a su mala fama; tenía un desfiladero de enamorados pretendientes. En consecuencia, surgieron m...