El azulado del cielo se veía despejado en ese inmenso lecho donde el sol se alzaba radiante. Jane lleva su mano a la frente para observar su cegador alrededor, y se inclina a remangar su pantalón y de paso también las mangas a la orilla del mar. Sobre sus hombros se recostaba un palo del que colgaba a cada lado unos baldes donde depositar su comida. Comienza a avanzar entre las burbujeantes y blancuzcas olas, y cuando el agua llega a su cintura saca una flecha amarrada a su espalda. ¡Plof! La punta traspasó el ala de un pez, y prosiguió a sacarlo así depositarlo en el cubo. Repitió y repitió esta maniobra con alguna que otra sin éxito hasta que de pronto algo se aferró a sus tobillos que la hizo caer de bruces en la arena. Luego, es echada sobre un macizo hombro, quien exclama con ímpetu:
— ¡Atentos, compañeros! ¡He atrapado un gordo pescao! ¡Tendremos reservas para el hartazgo!
El hombre levanta un brazo en señal de victoria y con el otro sostiene la espalda de la joven. Ella inicia a patalear y a hacer berrinche: "¡Ya suéltame, Kiros!". Sin embargo, este ignora sus quejidos y se dirige con animal montado hacia los demás hombres que reían y bufaban.
— ¡Acercaros, amigos, destripemos a este salvaje!
— ¡Dios nos ha escuchado! —comenta Thomas—. ¡Traed a ese pescado fresco para lanzarlo a vuestro candente fuego!
— ¡Hiciste caer mis presas, maldito imbécil! —blasfema la chica.
Kiros sale del agua, y enseguida la tira al suelo para amarrarla con las ligas que minutos atrás le había lanzado el líder mientras reían, jocosos, menos Jane. Sin embargo, él hormiguea sus costillas y ella no pudo evitar soltar cuantiosas carcajadas.
— ¡Ya! ¡Basta! ¡No... no me ma... ten! ¡Por... fa...vor! —dice Jane con las mejillas adoloridas de tanto estirarlas.
Sigue retorciéndose en el suelo por lo que sus uñas se llenan de arena. Las risas lo cubren todo: la brisa traída por las olas, el fulguroso sol incendiando sus poros como velas, contentas voces ininteligibles, el zarpar de los barcos que corta el mar como delicada tela.
De pronto, abre los ojos ante el ruido de su propia risotada con las manos estrujando las desparramadas sabanas. Kiros no era más que una gorda almohada. Una desilusión envolvió su madrugadora cara. Levanta su espalda y enseguida escucha unos golpes en la puerta. Suspira, y como un borracho en pleno delirio místico se queda tensa unos minutos sin atender al llamado, que iba en progresivo aumento.
— Águila sin alas —murmura.
Sin embargo, al menos en algo su sueño no había sido una mera ilusión; los rayos del sol de ese día se abrían paso con poderío. Una multitud inundaba el jardín del palacio real de su majestad; la ceremonia recién estaba dando inicio y la Reina aún no había hecho su entrada por lo que todos aguardaban su célebre llegada.
ESTÁS LEYENDO
Bajo el velo de la Reina (novela +18)
Historical FictionLa virginidad de la Reina Elizabeth I de Inglaterra ha sido un enigma; durante su reinado del siglo XVI nunca desposó a un hombre. El motivo no era debido a su mala fama; tenía un desfiladero de enamorados pretendientes. En consecuencia, surgieron m...