Cap. III: Sorpresa

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Regalo. Esa palabra sonaba muy bien y ahora resonaba mejor, en cada rincón de sus oídos y perdiéndose hasta su mente. Donde su imaginación comenzaba a gobernarla y Sana sobre ella lo complementaban.

Esos eran los primeros minutos recién pero ya estaba incitándose, por costumbre como siempre pasaba con su esposa. Alzó apenas sus caderas y Sana se meció, de atrás hacia adelante y ella lanzó un suspiro.

—No puedes abrir los ojos o te los cubriré ¿entiendes?—asintió, asomando su lengua para humedecer los labios y evitando desobedecerle. Estaba comenzando a perder la cabeza pero así mismo maquinaba, pensaba que con una venda negra todo se vería mejor.

—¿Sana?

—¿Uhg?

— ¿Eso dolerá?—preguntó algo temerosa. No la veía pero oía como la rubia removía algo, lo que sostenía y luego su risa. Sana rió con burla, disfrutando tenerla bajo ella, a su merced. Dominada como una pequeña pieza en un rompecabezas gigante.

Se estiró hasta su oreja. La rubia atrapó su lóbulo y el sonido mientras lo chupaba le envío una sacudida a todo su cuerpo. Se estremeció contra el colchón, sobre la sábana y jadeó cuando lo mordió, cuando tiró de el antes de pegar sus labios. Una boca sobre la otra y la de ella presa, aguardando porque la de Sana se moviera y la besara. Pero no. La rubia permaneció inmóvil.

—No, Tzuyu. No dolerá—gimió. Su voz sonaba sexual, ronca y su nombre se pronunció tan lento y tan pausado que una palpitación creció en su pene. Sana volvió a rozar sus caderas, sintiendo ese dolor que sus entrepiernas comenzaban a generar.

—¿De verdad?

—No miento por las noches, mi amor. Lo sabes—sus uñas se clavaron en su pecho, a la altura de sus clavículas y ella echó la cabeza atrás. La rubia las arrastró hacia abajo, sin espera ni cuidado. Sintió un pequeño ardor, en ese camino y luego la curación: la boca de Sana se pegó a su abdomen y ascendió por esa línea, calmando el dolor momentáneo del rasguño.

Finalmente oyó la pregunta, si estaba lista y asintió. Y una gota caliente cayó en su ombligo.

—Mierda... Arde, Sana.

— ¿Tú?—se meneó, alejándose de la mira pero la rubia la aprisionó entre sus piernas, hundiendo las rodillas en el colchón a cada lado.

—De verdad, Sana. Está hirviendo—gimoteó forzando sus ojos a que no se abrieran. Aquella sorpresa de Sana iba a dejar su piel roja, estaba segura, porque no era más que un recipiente lleno de chocolate caliente, derretido y con una cuchara para volcarlo sobre ella— ¿podrías soplarlo, por favor? Porque... ¡Dios, Sana! ¡Carajo! ¿no me estás oyendo?—algo más que una gota había caído en su pelvis y chocaba ahora contra su bóxer, caliente como la cera de una vela y sin cuidado en su piel.

La rubia se mofó, inclinando su cabeza y el aire tibio de su aliento pegó directo a su miembro, en un apaciguador soplido y aplacando el ardor. Apretó los dientes cuando el recipiente descansó en su pecho, para que Sana terminara de desnudarla.

Su pene apuntó directo hacia si misma, excitado y duro esperando por los siguientes movimientos que podrían calmarlo.

—¿Mejor?—le preguntó y sin tiempo a responder, la lengua de Sana se arrastró a lo largo de su miembro. Empuñó las manos, encerradas y arqueó su espalda. Pero con una mano en el hueso de su cadera, Sana la regresó contra la cama—quédate quieta.

Bufó, molesta e intentó no alterarse cuando en los siguientes segundos no pasó nada.

Algo frío rozó su piel y oyó un sonido de sacudida. Ladeó la cabeza, agudizando su oído y cuando pretendió preguntar algo, el peculiar ruido de crema se disparó contra su cuello.

Planes Simples | Satzu G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora