Cap. I: Mía

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Chou Tzuyu ya no tenía aquellos 31 años en que abandonaba su cama antes de las 6 y su departamento a las 7. Ya no podía ni sabía cómo manejar los horarios a sus antojos ni lograr sus objetivos con una sonrisa. Porque había dejado de ser la consentida, la envidiada y la del discurso perfecto, impecable con el que lograba sus cometidos.

Chou Tzuyu cumpliría los 32 y ahora otras sonrisas la manejaban, le ordenaban y ella obedecía. Una etapa se había cerrado en su vida, abriendo de inmediato otra. Las nuevas páginas en la que se leía ahora no se pasaban rápido ni se volteaban arrugándolas. Pero avanzaban.

Chou Tzuyu ya no encendía su móvil para esperar la llamada de su jefe. Alguien la llamaba cada mañana, desde su cama y la obligaba a abandonarla para otro tipo de responsabilidades. Que no iban más allá de ser madre, cabecera de la familia y no debía salir de las paredes de su casa.

Sin embargo, a pesar de los cambios, Chou Tzuyu continuaba siendo aquella muchacha alta, de melena castaña y ojos tan oscuros que llegan a ser hipnotizantes, que nadie puede resistir a mirar. Y aquella sonrisa de medio lado, arrogante y victoriosa, aún derretía y traspasaba a Sana, su esposa y ese era su único cometido.

Habían pasado unos meses y se aseguró mentalmente que ese siempre iba a ser el lugar que menos afección le proporcionaba. No importaba qué tanto lo disfrutara Sana, Sana con ella y ahora Jihoon también. Ella lo odiaba.

Porque ahora no era solo su hija mayor paseándose tienda por tienda y modelándose prendas durante horas en los vestidores. Sana lo hacía y su hijo también. Bueno, en realidad, él solo ocupaba el lugar de las zapatillas y se probaba cientos de pares antes de elegir uno.

Así que debía aguardar por los tres. Afuera, aprovechando la llegada del verano, los esperaba sin paciencia en el banco frente a las puertas de entrada.

Quizá los shoppings no eran de su agrado, porque no lo eran, pero ahora tenía como matar el tiempo. Gustoso tiempo que usaba con Minju en brazos mientras las dos dejaban pasar los minutos, horas en realidad, y evitaban aburrirse.

—¿Quieres que mamá te compre algo?—le preguntó directamente a sus ojos. Minju descansaba sobre sus muslos, acostada sobre ambos y ella la sujetaba por debajo de sus brazos, moviéndolos y logrando la diversión de la pequeña. Con apenas seis meses de nacida, Minju pareció entenderle, porque lanzó la característica risa de bebé, complacida y negó con la cabeza—esa es mi hija.

Sus brazos y piernas se movían, con intención de llegar a la boca y la niña mordió su puño. Tzuyu sonrió, Minju atrapaba apenas algunos dedos y los llenaba de saliva antes de quitarlos de su boca. Porque parecía reemplazar su propia mano por un chupón que jamás había usado y hasta el momento no se había acostumbrado a ellos.

—¿Tienes hambre?—le preguntó acariciando su abdomen y el griterío de las risas regresó—bueno, mamá también tiene y si calculamos que mami acaba de entrar a otro probador...quizá podríamos ir por un helado.

Se puso de pie, colgándose el bolso de su hija a un costado y la retuvo contra su pecho. Acostumbrada, Minju le rodeó el cuello con su brazo y caminó de esa manera hasta un local a pocos metros.

Tzuyu echó una mirada hacia atrás, bajo las puertas de la heladería y se cercioró que su familia no estuviese buscándola. Cuando notó que no, no lo hacían porque seguramente continuaban entretenidos con más ropa, se coló hacia el interior y pasó directo a la mesa de servicio.

Leyó los distintos sabores y, a pesar de que no tenía un favorito, eligió vainilla para compartirlo con Minju. Una muchacha, detrás del mostrador, se lo sirvió con una agradable sonrisa y ella lo pagó, para perderse en una de las últimas mesas, la única desocupada.

Planes Simples | Satzu G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora