La historia de Kato-flor (Parte 4)

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Eran unas escaleras en mal estado, rechinaban con cada paso y la madera se veía desgastada. Las paredes de ladrillo estaban cubiertas de moho negro y un olor extraño llenaba todo el lugar, carne quemada. El aire se hacía más pobre a medida que decencia pero Bufanda empezó a tararear, de repente estaba más animado. Poco a poco se iba haciendo más oscuro hasta que ya no se podía ver nada pero a él no parecía importarle. Finalmente llegó a una puerta cerrada con candado, tanteó el candado con la mano, buscó una llave en su bolsillo y lo abrió. Al entrar volvió a cerrar la puerta, encendió un interruptor y una pequeña bombilla que colgaba del techo disipó la oscuridad.

No había allí más que una mesa vieja, un armario de metal, una silla, algunas bolsas negras y un pequeño incinerador cuyo humo salía por una larga tubería que nadie podría decir con seguridad hasta donde llegaba. Bufanda desató una soga que estaba atada en la pared e hizo girar una polea. Algo empezó a descender desde la oscuridad.

Era un chico un poco subido de peso con la cara tan roja como un tomate y algunos moretones. Estaba amordazado, con pies y brazos atados y colgado de cabeza. Respiraba con dificultad. Sus ojos ya estaban rojos probablemente de la presión que provocaba estar en esa posición. Bufanda soltó la polea y la dejó girar a su gusto, el chico bajó con tal rapidez que se golpeó al caer al piso y quedó inconsciente.

Aparte de su cara roja lucía como un chico normal, unos 15 años o más, piel clara, cabello rubio. Llevaba el uniforme de alguna escuela y una hermosa flor azul sobre su cabeza.

------Los que pasó antes-----

Todo empezó hace dos días. Bufanda regresaba de sus compras habituales cuando notó algo extraño: No había ninguna canción.

Normalmente cada vez que cruzaba cerca del parque a esa hora de la mañana escuchaba una canción. Flor solía cantarle a las flores cuando nadie lo miraba. Su voz era dulce y cantaba muy bonito. —¿Por qué hoy no está cantando?—se preguntó.

Se acercó al lugar donde Flor siempre se sentaba y lo vio cabizbajo, con la mirada perdida. Algo no estaba bien. Pero no importó de cuantas formas Bufanda intentara preguntar qué le pasaba, Flor siempre mentía diciendo que no era nada.

—¿Por qué no me lo quiere decir?— se cuestionaba Bufanda. —Ya antes me había contado otros problemas ¿Por qué este es diferente?—

Verlo triste se sentía como si una mano invisible le apretara el corazón. No lo dejaba dormir. Esos ojos no eran de una tristeza ordinaria era como si algo se estuviera apagando lentamente. Tenía miedo, era como ver una llama apagándose en la oscuridad. Si dejaba que todas las llamas que lo rodeaban se apagaran, ¿qué pasaría con él? Se quedaría solo, nadie podría callar esas voces y perdería lo único que le hace mantener la cordura. La sola idea le aterraba.

Al día siguiente decidió seguir a Flor hasta su dimensión, necesitaba descubrir que pasaba. Rompió una de las principales reglas de la ciudad: "Nunca entrar a una dimensión que no es la tuya." Esto principalmente era para que no se hicieran pasar por otro Kato y por las repercusiones o confusión que podía causar a sus habitantes ver dos personas iguales en el mismo lugar.

Bufanda lo siguió a través del espejo-portal de su casa. Los cuales en realidad habían sido prohibidos y confiscados hace años por que facilitaba romper las reglas, en cambio habían hecho un portal común para todos en medio de la ciudad. Así tenían más control de todo el que entraba y salía. Pero Bufanda se las había arreglado para conservar esa vieja versión. Solo debía conseguir el código de la dimensión de Flor, lo cual no fue difícil, solo tuvo que ver cómo digitaban el número cuando Flor se iba a su casa.

Puso el número en el panel numérico al borde del espejo y entró al portal. Cuando salió se encontraba frente al espejo de la habitación de Flor en la dimensión de las flores.

Por suerte Flor no lo vio llegar, se estaba bañando para ir a la escuela. Bufanda lo escuchó llorar en la ducha, se agarró el pecho mortificado y salió por la ventana. Esperó que saliera de casa. Iba a seguirlo todo el día desde la distancia. Se dijo que no intervendría hasta descubrir que pasaba, pero al final no consiguió cumplir su palabra.

No se pudo colar en la escuela, hubiera sido problemático que alguien lo viera y confundiera con Flor. Pero a la hora de salida vio cómo unos chicos lo molestaban. Principalmente un chico rubio con una flor azul. Cuando Flor los encontró en su camino intentó cruzar de prisa pero el chico le metió el pie para que se cayera y luego lo pateó en el estómago para luego irse riendo con su grupo de amigos. 

Fue algo rápido, algunos no lo notaron, a otros les pareció algo habitual y solo miraron con indiferencia o fingieron que nada pasaba. Flor solo se puso de pie y se fue cabizbajo. El rubio parecía el líder, el que incentivaba a los otros chicos a seguirle el juego, el que daba todas las ideas y el que más disfrutaba molestarlo. Los otros chicos solo se limitaron a mirar y reír.

Bufanda decidió seguir al líder a su casa pero tuvo que esperar varias horas. El chico y sus amigos salieron a comer y luego se quedaron un largo rato en la casa de alguno de ellos. Ya había anochecido cuando al fin el líder salió de allí. Estaba solo. Bufanda lo había estado esperando pacientemente y empezó a seguirlo. Cuando no hubo nadie cerca, le puso un pañuelo con cloroformo. No quería que gritara ni forcejeara. Tampoco quería ser visto cerca de una escena, ya que podrían culpar a Flor en su lugar.

Al final había actuado por impulso, estaba lleno de rabia y lo golpeó varias veces antes de llevárselo. No estaba seguro que ese chico era el motivo de la tristeza de Flor, por ello quería confirmarlo antes de actuar.  Se alegró inmensamente cuando Flor al fin le contó todo. 

------En el presente-----

El chico abrió los ojos luego de un balde de agua. De inmediato se dio cuenta que ya no estaba amordazado, tomó todo el aire que pudo y empezó a gritar. –¡Auxilio!, ¡Alguien ayúdeme!- fue lo único que alcanzó a decir antes de que Bufanda le metiera su bota en la boca. No dijo una palabra pero sus miradas se cruzaron y de inmediato el niño quedó conmocionado. -¿Kato?- pensó

—Vamos a hablar—dijo Bufanda hablando despacio y sonriendo sin apartar el pie.— ¿Ya viste mi incinerador? — Se lo señaló con la cabeza y el niño lo siguió con la vista.— Es muy pequeño, no cabe ni una persona. ¿Así que sabes lo que tengo que hacer para que quepan? —

El niño negó con la cabeza y lágrimas brotaron de sus ojos.

—Si vuelves a gritar vas a descubrirlo—

El juego de luces del incinerador y de la bombilla que se balanceaba suavemente sobre ellos hacía que la cara sonriente de Bufanda pareciera más amenazadora de lo que en realidad era.

—Ahora hablemos— Dijo finalmente y retiró el pie.

Kato in katolandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora