Nadie sabía con seguridad de donde había venido o cuánto tiempo llevaba en la ciudad. Kato-muerte era un misterio. Las autoridades se mostraban serenas para mantener a los demás calmados pero le temían por igual.Normalmente podías encontrarlo caminando por la ciudad en la noche, sentado en alguna caja de la calle o mirando los aparadores de las tiendas. Lo veían paseando frente a restaurantes y heladerías o mirando a la gente salir del cine. Más de una vez un kato se desmayó al descubrirlo mirando la televisión a través de la ventana. Le gustaba acercarse a grupos grandes y sentarse entre ellos, a veces pasando desapercibido, otras, sembrando el pánico. Pero cuando no estaba en ninguno de esos lugares podías encontrarlo sentado en una banca de un parque cercano al que ya nadie iba. El parque de la muerte le apodaron.
Muerte reapareció en dicho parque, se sentó en una banca bajo uno de los faroles y movió sus pies en el aire con la mirada perdida. «¿Qué había hecho mal esta vez?» se preguntaba sin conseguir pensar en una respuesta.
Miró un rato la luz parpadeante de uno de los faroles y luego sacó una vieja consola portátil de su túnica. Solo tenía un juego, el cual había jugado incontables veces y ya se sabía de memoria pero igual le seguía entreteniendo. Cuando encendió la consola la parte de atrás se desprendió. Muerte la recogió y la volvió a poner como pudo pero la consola ya no encendió más. De todos modos empezó a tocar los botones y simular que jugaba algún juego imaginario mientras hacía los sonidos con la boca.
De repente, dos gotas de agua cayeron sobre la pantalla. Muerte alzó la mirada creyendo que llovía de nuevo, cuando sus ojos se encontraron con otros. Había estado tan concentrado jugando que no notó que había alguien delante de él, más bien, lo último que esperaría era que alguien se le acercara por voluntad propia. Su cabello estaba mojado al igual que toda su ropa y respiraba muy cerca de su cara con una sonrisa extraña, luego se apartó un poco.
—Eres Kato-muerte, ¿no? —dijo el chico sin dejar de sonreír.
Muerte lo miró confundido; era la primera vez que alguien había iniciado una conversación con él y no sabía cómo reaccionar, entonces recordó los programas de televisión que había visto.
— ¿Qué... quieres? — preguntó algo ansioso.
—Tócame. — pidió el chico mirándolo a los ojos.
Muerte se quedó en silencio unos momentos, trataba de entender a qué se refería, luego volvió a mirar su consola y limpio el agua de la pantalla.
— Pervertido. —dijo fríamente.
— ¡No, estúpido, solo tócame el brazo! —exclamó y se arremangó la camisa.
— ¿Tienes un fetiche con que te toquen el brazo? —dijo Muerte en tono nervioso sin apartar la vista del juego.
—¿Qué? ¡Te estoy diciendo que me mates! —dijo el chico y con ira le tiró la consola al piso.
Muerte se quedó congelado al ver su consola hecha pedazos.—La rompiste...—murmuró sin salir de su asombro.
— ¿Estás enojado? ¿Quieres matarme ahora? —preguntó el chico con una sonrisa burlona.
Ese kato presumido se veía muy desaliñado, llevaba una camisa gris de mangas largas toda demacrada, pantalones negros con agujeros y estaba descalzo. Se encontraba completamente empapado como si hubiera estado nadando hace unos minutos y el cabello le caía por toda la cara. Tenía unas ojeras muy pronunciadas y la mirada caída, sin vida. Pero lo más llamativo, aparte de que era bastante más alto que el promedio, eran unos colmillos muy largos y afilados que se asomaban cada vez que sonreía.
Muerte lo miró un segundo—¿Un vampiro? —murmuró, pero no le dio oportunidad de responder. —¿Vas a repararlo, señor vampiro? —le dijo señalándole su consola con cara preocupada.
Vampiro rió con una mano en el estómago. No era una risa normal, era más bien una risilla burlona. Era gracioso que el primer kato que no se asustara al enterarse de que era un vampiro fuera la muerte.
— ¿Y si te digo que no, que harás? ¿Me matarás?
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Kato in katoland
Fantasía¿Y si te dijera que existe una ciudad donde todos son la misma persona? ¿Sería una utopía perfecta o una oda al narcisismo? Bienvenido a Katoland.