Temores

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Arien permanecía tumbada con los ojos cerrados entre los henos de paja. No dormía, solo descansaba unas horas mientras los enanos roncaban a pierna suelta. Shanga estaba acurrucado junto a ella y de vez en cuando ronroneaba al soñar.

La elfa escuchó el roce de vestimentas sobre la paja y despegó levemente los párpados.

Bilbo estaba sentado comprobando que todos estuvieran dormidos. Sacó el anillo de su bolsillo y lo contempló durante largo rato. Arien lo observó sin que el hobbit se percatara. Cuanto más observaba ese anillo más sentía su poder. Este era fluctuante, en ocasiones notaba como una fuerza la llamaba y atraía, pero luego de pronto desaparecía como si nunca hubiera existido.

Sin duda alguna no debía posponer el recordarle a Gandalf sobre su pesadumbre.

Sumida en sus preocupaciones notó a Bilbo guardar de nuevo el anillo en su bolsillo y conciliar finalmente el sueño.

Cuando la calma volvió a reinar en la estancia ella permaneció sumida en sus pensamientos.

Llevaban la mitad del camino hasta la montaña recorrido y apenas parecían estar más cerca que cuando salieron de Rivendel. El viaje se estaba complicando por momentos, con Azog y su vástago siguiéndoles la pista muy de cerca Arien tenía que duplicar la eficacia de sus cinco sentidos para intentar prever su próximo movimientos.

Pero lo que la elfa no sabía era que al pálido orco lo respaldaba un poder más grande de lo que ella podía imaginar. Apenas había comenzado a conocerlo.

Unas horas más tarde, la puerta de la casa se abrió y Beorn entro por ella. La elfa se levantó sin hacer el menor ruido y se acercó hasta el cambia pieles

- Mi señora- dijo él saludando con un gesto con la cabeza apenas la vió aparecer en el recibidor- Nunca imaginaría ver a la propia Princesa de Plata en mi casa; es un verdadero honor. Mis disculpas por los acontecimientos de esta tarde

Ella asintió con una sonrisa.

- No sabía que erais vos, Beorn. Había oído hablar del gran oso que cuida estos bosques, pero nunca os había visto en persona.

- Estáis lejos de vuestras tierras, ¿a que se debe?.

- Vengo a ayudar a mis amigos – Arien señaló a los enanos- Espero que no tengáis problemas en que se queden esta noche bajo vuestro techo.

Beorn gruñó.

- No me gustan los enanos, pero si me lo pedís vos no puedo oponerme. Por cierto, ¿no se habrá comido vuestro tigre a alguno de mis animales?

- Os aseguro que no corren ningún peligro, podéis estar tranquilo.

Beorn esbozó levemente algo parecido a una sonrisa.

- Me gustaría hablar con vuestro animal, creo que nos entenderíamos. Por favor- dijo mostrándole el camino – Sentaros conmigo y tomaros algo.

Arien asintió con la cabeza y se dirigió a la mesa

- Os siguen un grupo de orcos, y nada menos que uno encabezado por Azog el Profanador.

- Lo se; desde que salimos de la Comarca. Tuvimos un encuentro con ellos al salir de la cueva del Rey Trasgo.

- ¿Trasgos?- dijo Beorn arrugando la nariz- ¿Qué os ha llevado a introduciros en esas apestosas y sucias cuevas?

Beorn sirvió leche en dos jarras más grandes que las que la elfa puediera haber visto nunca. Le ofreció una a Arien.

- Es... una larga historia. Pero fueron los trasgos quienes avisaron a Azog de nuestra presencia en aquellas tierras.

- Si hay algo que odio más que los enanos son los orcos. Creo que os he librado de ellos por un día o dos; pero debéis andaros con ojo, mi señora.

The Things We Lost In The FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora