El Despertar

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Legolas fue el primero en salir de la tienda. Bajó las escaleras hasta la plaza y recorrió las calles de la antigua Ciudad del Valle apartando hombres y elfos a su paso, aunque la mayoría se dirigían hacia el mismo sitio que él, su paso era más lento del que Legolas estaba dispuesto a tolerar en esos momentos. 

Las noticias volaban en una ciudad como aquella, y más en aquellos momentos en los que la gente prefería distraerse con cosas que no fueran sus propias penas. Y una elfa que todos creían muerta entrando junto con un gran Tigre del Norte era algo que llamaba la atención. 

El corazón de Legolas latía rápido y fuerte en su pecho mientras sus pies parecían no tocar apenas el suelo. La adrenalina que le habían producido las palabras del hijo de Bardo solo hacían más que aumentar. Que Arien estuviera viva eran las mejores noticias que podía recibir.  Y cuando la vio en la entrada del pueblo subida encima se Shanga el nudo que tenía en el estómago desde hacía días desapareció.

Llegó hasta ellos separando a todos los que se ponían en medio y consiguió agarrar a Arien justo cuando la elfa parecía perder las pocas fuerzas que la quedaban, y se deslizó del lomo del tigre cayendo en sus brazos. 

- Rehta! (ayuda!)- gritó Legolas intentado que Arien no se le resbalara. Pero lo único que había conseguido era que el gentío se le acercara más y más- Déjenla respirar. ¡Apártense!- dijo en tono brusco empujando con la mano la pierna de un señor. Shanga comenzó a rugir apartando a la gente con movimientos de cabeza y enseñando los dientes.-  Rehta! - volvió a gritar por encima del barullo que se había formado. Y esta vez dos elfos más acudieron, y entre los tres colocaron el cuerpo de Arien en una camilla- Te pondrás bien - le susurró aunque la elfa no lo escuchara. 

Para cuando levantaron su cuerpo Gandalf venía hacía ellos a paso ligero ayudándose de su bastón. Posó la mano sobre la frente de Arien y miró a Legolas a la vez que asentía. 

Se abrieron paso entre la confusión, y seguidos por Shanga se la llevaron hasta una tienda que Bardo había mandado rápidamente preparar para la elfa. El hombre les abrió la puerta para que pasaran, y con cuidado posaron a Arien el camastro. A la luz del farol de aceite posado sobre una silla de madera, como única luz en la estancia, el rostro de la elfa parecía más pálido que de costumbre.

- Solo tiene una leve fiebre. Bardo, tráeme unos paños mojados.

El hombre salió y Legolas se colocó al lado de Gandalf 

- ¿Una leve fiebre? - Legolas lo miraba con los ojos muy abiertos y un claro nerviosismo en el rostro. Se arrodilló al lado de la cama junto al mago y miró a Arien de arriba abajo- Mithrandir eso no es normal. Los elfos no enfermamos.... 

- No está enferma-  el mago apartó los mechones de pelo de la cara de la elfa cuyos párpados estaban cerrados en un profundo sueño .- Solo era para que Bardo saliera de la tienda. Trae, toca su frente- Legolas frunció el ceño- Vamos, hazlo. 

Legolas posó la palma de la mano en la frente de la elfa 

- Pero si que tiene calor...

Gandalf asintió pasando sus manos desde la cabeza de la elfa hasta sus pies intentando notar algo, lo que fuera que le pudiera confirmar su sospecha. Aquello que le comenzó a inquietar desde que Arien le manifestó cuan sensible era a ciertas energías. 

- Cuando Arien era pequeña su temperatura corporal era superior a la de cualquier elfo, como si un fuego vivo emanara de su piel. Logramos estabilizarlo durante unos cuantos años, pero ahora parece que nuestros métodos han dejado de tener efecto.

- ¿De qué estáis hablando?

Gandalf se giró hacía Legolas. El elfo sindar, tan impasible, y sereno, era incapaz ahora de esconder sus emociones. Aunque estas nunca habían sido un misterio para Gandalf. 

The Things We Lost In The FireDonde viven las historias. Descúbrelo ahora