Prólogo

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No dejes que cambie mi corazón, manténme separado de los planes que ellos persiguen… Y a mí, a mí no me importa el dolor, no me importa la violenta lluvia, sé que puedo aguantar porque creo en ti. -Bob Dylan

30 de mayo, 1431 Ruan, París, Francia.

Ya la noche profunda servía como un manto frío y lleno de misterio. Las calles estaban desoladas y silenciosas, siendo solo el arrastre de las hojas por los remolinos de viento los únicos ruidos perceptibles. Todo permanecía a oscuras y sin señal de vida. Hileras ocupadas por casas y edificios cerrados eran testigos de lo que al parecer sería una noche tranquila. Pero el poste de madera rodeado de paja, ramas y heno seco era el augurio de que sería todo lo contrario. La hoguera estaba montada. En la espera de lo nefasto, lentamente comenzó a escucharse una ola de ruido revoltoso en la lejanía levantarse, irrumpiendo toda quietud. Aun las pétreas bestias continuaban en su centenario sueño, en las alturas, respetando lo establecido. Manteniéndose al margen. Cada vez el alboroto se aproximaba más y más, volviéndose en uno reconocible. Indubitablemente era una turba. La muchedumbre de gente bulliciosa, confusa y colérica causaba estrépitos, que resonaban por todas partes. En el umbral de la vieja calle de la placedu Vieux Marchéya se asomaba el notorio grupo de personas que cargaban antorchas encendidas. Muchos con tea en mano vociferaban endemoniados deseos de sangre y corrupta justicia. Mientras que una minoría ocultaban los deseos de llorar.

-¡Mátenla! ¡Maten a la bruja!-exclamaban unos.

-¡Hereje!-acusaban otros.

La plaza ya se había forrado de gente. Liderando a la multitud los soldados llevaban de brazos esposada, a la pobre doncella de tan solo diecinueve primaveras. Que luego de traer victoria a su pueblo en tiempos de guerra fue condenada a tan prematura muerte. Con delicadas vestiduras blancas haciéndola parecer una aparición celestial, obedientemente se posó frente a la gran estaca de madera que llevaba un papel clavado en la parte superior con las palabras: hereje, reincidente, apóstata, idólatra.

-Juana, ve en paz, la Iglesia ya no te puede proteger más y te libra a las manos del brazo secular-con eso el infame acusador dio por culminado su sermón.

Juana se levantó de sus rodillas al terminar una última plegaria. Ahora sus pies quedaban a merced de ramas para que el fuego calara sin dificultad a su ser. Todos expectantes. Fanatismo que se mofaba de la verdadera fe, crueldad por doquier. El público veía y disfrutaba una sádica función. Algunos no tenían vergüenza riendo a todo pulmón.

- ¡Ruán!, ¡Ruán!, ¿puedes sufrir por ser el lugar de mi muerte?- gritó antes de que el verdugo diera el fogonazo y se perdiera entre las llamas y risas de los presentes.

El fuego comenzó a arder, llevándose consigo el alma de aquella joven, reduciéndola a cenizas pero a la vez levantando a las pétreas bestias, quienes presenciaron el macabro espectáculo de la inocente que fue herramienta de nada menos que el todopoderoso.

Desafiantes custodios del recinto sagrado contra los embates malignos, depositarias del encargo divino, empezaron a salir del letargo, iniciando la transformación. Así de sus sólidas e intencionadamente aterradoras formaciones de piedra, se alzaron en vuelo siendo ángeles vengadores de la verdadera justicia de Dios. Por el que fueron perdonados indultando las penas que en un pasado les convirtieron en almas despiadadas, desviadas del camino legítimo.

Combatieron e hicieron pagar a las maléficas deidades que hace apenas unos momentos se regocijaban con la moral de aquellos débiles humanos que solo pedían muerte y pecado. Asolaron las calles, y batallaron a los demonios. Ejerciendo su función de ser… los guardianes encubiertos frente al mal.

Tan rápidos como ráfagas de viento, subestimados y confundidos con los enemigos, siempre están vigilantes y en la espera, protegiendo a los humanos de la noche siempre perfecta para ser el escenario de la tentación y oscuro provecho.

Alas membranosas, piel con escamas, colmillos y fauces, ahuyentan y retan al peligro. Expían sus culpas defendiendo el lugar en donde viven, y a los habitantes de él.

Siendo piedra de día y guerreros de noche.

Amanecer de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora