—Fue un accidente. Todo sucedió tan repentinamente.—Mientras el padre de Scarlett relataba el trágico fallecimiento, Gustave permanecía incrédulo ante esa historia. Comenzaba a sospechar. Se despidió recalcando sus condolencias y disimulando su intriga ante como se dieron las cosas. El atropellamiento, lo irreconocible del cadáver, el tiempo, su cabeza no dejaba de darle vueltas al asunto. Tenía un fuerte afán de buscar respuestas, su corazón palpitaba con esperanza.
Gustave tomó un taxi ya que quería estar solo, vio el reloj en su muñeca y presuró dio las indicaciones al chofer de dirigirse a un café que quedaba cerca. Ahí se encontraría con Vanessa, su estancia en Chicago sería una breve ya que debía regresar a Londres a seguir cumpliendo con sus compromisos, pero no podía macharse sin antes verla. Al llegar la divisó en la lejanía de inmediato, con su abundante melena rizada.
—Espero no haberte hecho esperar mucho, disculpa.
—Apenas llegué hace quince minutos, descuida. ¿Café, té? Yo invito–decía con ese gesto afable que siempre acompañaba su rostro, mientras la mesera esperaba tomar la orden.
—Gracias, un té de menta sin azúcar, por favor. Te ves estupenda—no evitó apuntar.
Vanessa se sonrojó y bajó la mirada. Hace mucho no estaba delante de Gustave no obstante siempre lograba conseguir ponerla nerviosa.—Gracias—respondió tímidamente al cumplido. La conversación entre ambos fluyó con la naturalidad de quien no se ha apartado del otro durante mucho tiempo. El tema de la repentina muerte de Scarlett ocupaba una vez más el eje de la charla. Gustave tomaba una pausa para un sorbo de té, algo decepcionado de no obtener detalles que pudieran arrojar una pista a su teoría de que tal vez Scarlett no está muerta. Mientras, Vanessa se fijó en los transeúntes que pasaban en las afueras y suspiró.
—A veces no evito sentirme un poco culpable.—Gustave apartó sus labios de la taza lentamente, como si de una confesión se tratara se inclinó buscando intimidad en ese público y atestado espacio y sin tener que hablar demandó saber porqué.
—Hubo momentos en los que deseé que Scarlett no estuviera en mi camino, para así yo poder aproximarme a ti, ¿sabes? Todo porque tenía un inmenso "crush" por ti. Y ahora mira... Esto es terrible, fue y será mi mejor amiga pero yo...—Gustave la interrumpió y tomó sus manos, plantando un dulce beso en ellas. No podía fingir que esas eran noticias nuevas.
—Vanessa, no seas tonta. Tú no tienes la culpa de nada. ¿De acuerdo?—secó una lágrima de su mejilla.
—¿Te enamoraste de ella? ¿Verdad?
—Sí.
—Tal vez si se hubiese decidido por ti y no por Lucas...
—¿Dónde está él?—Gustave preguntaba intentando ocultar su incomodidad.
—Nadie lo sabe. Luego del accidente, se desapareció. Ni si quiera tuvo la cortesía de estar presente en su funeral. ¿Puedes creerlo? Maldito.
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Al llegar a casa estaba exhausta, Lucas y yo conversamos por largo rato en el café. Tenía que acostumbrarme a mi nueva vida sin ser una niñata. Al final del día esta fue mi elección y comportarme así solo terminaba hiriendo a Lucas. Ninguno de los dos lo merecía.
—¡Me daré una ducha!—Grité ya corriendo por las escaleras. El agua caliente se sentía muy bien, mientras recorría mi cuerpo me permití cerrar los ojos. Seguía el rastro del agua con mis manos y lentamente cosquilleaba mi piel con las yemas de mis dedos. Recorría mis senos, mientras los pezones se endurecían al pellizcarlos. Poco a poco deseaba más placer así que deslicé mi mano hasta acariciar mi entrepierna y mordiendo mis labios procuraba no hacer evidente mis lánguidos gemidos que en crescendo agarraban fuerza. Todo mi cuerpo estaba caliente y no solo por el agua que ya hacía vapor. Mis sentidos se desconectaban ante la delicia de mi tacto y ya cuando comenzaba a temblar solo veía su imagen, embistiéndome, amándome, tomándome por completo a la vez que suplicaba no parara.
"Gustave".
—Gustave—pronuncié en voz alta abriendo los ojos en media flor de mi gozo y dejando de tocarme de sopetón. Me inundó la culpa una vez más.
Sin poder mirarme frente al espejo me sequé y puse la pijama, bajé a la cocina por un vaso de agua. El televisor se escuchaba de fondo en el zaguán. Al asomarme buscando a Lucas vi un brazo caído cerca de la chimenea. Me tapé la boca para ahogar el grito. Era Lucas inconsciente en el suelo. Reprimí el impulso de socorrerle cuando vislumbré una sombra que rápido se desplazaba por el salón. Era uno de ellos. Un Exterminador.
Regresé a la cocina y tontamente busqué un cuchillo, volví hacia la sala y justo cuando iba a entrar vi a Lucas de nuevo esta vez con sus ojos abiertos, pidiéndome que no me acercara. Hice ademán de dar un paso hacia el frente y entonces cuando gritó "¡Scarlett, atrás de ti!", el Exterminador se abalanzó sobre mí con torpeza lo que me ayudó a zafarme.
—¡HUYE, SCARLETT! ¡CORRE!—Lucas gritó mientras ya estaba a su lado, intentando decirle que no podía dejarlo ahí, solo. Me empujó con tan poca fuerza que apenas me movió, no obstante volé y a causa de un golpe. El Exterminador dio conmigo. No recuerdo que pasó después pero al abrir los ojos aún estaba cerca de la chimenea así que tomé un tronco en llamas y le prendí fuego al sofá. Lucas estaba peleando ya hecho una gárgola pero apenas podía contra los tres Exterminadores que tenía encima. Las llamas se apoderaron del lugar a toda prisa y entre el humo que me intoxicaba ya al borde de la asfixia perdí el rastro de Lucas y el resto. —¡LUCAS!—grité en balde, el fuego ya me consumiría así que corrí hacia la salida más próxima, corrí y corrí pidiendo auxilio.
Ya sentía como perdía el conocimiento mientras tosía descontroladamente. —Por favor, ayuda mi...
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TRES MESES DESPUÉS...
—¿Me comunico con el Sr. Gustave Bellamont?
—Sí, el mismo. ¿Quién habla?
—Habla el Dr. Claes, del hospital psiquiátrico Sint-Pieté. Tenemos recluída a una paciente que alega usted es allegado suyo. No hace más que nombrarle, dice llamarse Scarlett. De apellido Blunt, ¿se le hace familiar?
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Amanecer de la Noche
RomanceCómo poder regresar a la normalidad cuando nada hace sentido… Cómo poder saber lo que es real cuando se duda de lo que se tiene de frente… ¿Cómo poder amar sin saber quién eres? Para Scarlett Blunt, sus dieciséis primaveras han sido tan banales...