Capítulo 5: "Peligro"

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-¡Hola Ramón!

-¡Hola Niña Scarlett, se le ve bien!

Aun cargaba con la agradable sensación que Lucas dejaba esparcida en todo mi cuerpo. Para ser una pesimista estaba esperanzada con la idea de que tal vez, las cosas saldrían bien. Que tendríamos una segunda cita en donde podríamos tocar temas más profundos y en donde me dejaría besar por sus codiciables labios. Mientras tanto ahora debía regresar a la realidad. En casa me esperaba mi madre la cual a pesar de mi puntualidad ya sabía que debía estar esperándome con una cara larga llena de recriminaciones que me harían sentir pésima en sus ojos. ¡Ah! Y como olvidar la sesión de preguntas donde me exigiría lujos y detalles sobre mi supuesto trabajo otorgado en apenas el primer día de clases. Sería tarea ardua crear una falacia lo suficientemente convincente para ella. No era tonta, pero al mismo tiempo yo tampoco. Ya había puesto a Ness sobre aviso por si las moscas. Le conté sobre el castigo, por supuesto obviando la parte de Lucas y mi… cita, ¡Dios! Aun me niego a creerlo, y di órdenes de que mis padres no se enteraran bajo ningún concepto dejándole saber que cualquier cosa yo estaría en su casa haciendo la tediosa y muy, muy difícil tarea. Esa parte estaba totalmente cubierta. Ahora sería inventar un proyecto de una materia sobre la que no tuviera vasto conocimiento y ¡voilá! Ya estaba la mitad del camino hecho. El resto sería pan comido.

Mi ensayo de puras mentiras “blancas” quedó a un lado al sentir como mi corazón se retorcía con una lacerante punzada a la vez que las puertas del elevador se abrían. Me apoyé en la pared con un brazo rogando que ya desapareciera el malestar. Ya recompuesta me dispuse a sacar las llaves para entrar a casa pero me topé con la sorpresa de que ya estaba abierta.

-¿Mamá?-llameé con dudas en la puerta, siendo cautelosa de todo lo que estaba a mí alrededor caminé despacio.

Todo se veía justo como lo dejé en la mañana. El recibidor con una pequeña mesa pegada a la pared en donde había un bol en cristal carmesí donde depositábamos las llaves. La amplia sala se iluminaba por las paredes de cristal que circundaban toda un ala mostrando esa impresionante vista. Casi todo era blanco, excepto algunas cosas que por sus brillantes colores primarios se destacaban en toda la habitación. Mi madre pensó que una decoración tipo zen sería buena para recargar las energías, además de que la mayoría de sus amigas le lavaron el cerebro con la “magia” del Feng Shui. Había serenidad pero paulatinamente comencé a percibir ruidos y ricos aromas. Provenían de la cocina.

Tilapia a la plancha. Mamá estaba preparando la cena.

Fui entonces a reportarme arrastrando los pies. La puerta del refrigerador estaba abierta siendo una barrera, por lo que no podía verla. Conveniente.

-Hola ma. Huele bien, ¿necesitas ayuda?

-No gracias. Todo está bajo control aquí.

La puerta del refrigerador se cerró haciendo cierto lo que supliqué en mis adentros fuera un error de mis sentidos. 

Frente a mi Gustave Bellamont me sonreía. Las mangas de su camisa estaban enrolladas hasta los codos y cargaba vegetales en las manos. Mostró una sonrisita burlona entrándome un escalofrío.

Esto no puede estar pasando.

-¿Qué rayos haces aquí? Y, ¿Qué le hiciste a mi madre?

-¡Hija! Justo a tiempo para la cena.

Mi madre se unía a nosotros con una toalla de cocina en la mano y una sonrisa de oreja a oreja. Miré a Gustave con el rabillo del ojo, recelosa y tensa. Su presencia me llenaba de sensaciones incómodas e intuía que su visita acompañaba una doble intención.

Amanecer de la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora