La mirada azulada de Daryl se paseó por el cuerpo de Alice y se fijó en el moretón que poseía en el tobillo. ¿Debía decirle que la podía ayudar o simplemente mandarla a la enfermería? No quería decirle nada, se sentía entretenido mirarla con la boca ligeramente abierta mientras observaba la casa con asombro. Era cierto que él al principio no le tomó asunto al nuevo hogar pero en cuanto dejó la rudeza de lado, se dio cuenta que la casa era preciosa y muy lujosa a comparación de lo sitios en los que había vivido o estado. Se relamió los labios y esperó paciente a que la chica terminara de babear con las galletas recién hechas por Carol.
—¿Tienes hambre?—se atrevió a preguntar.
Alice tragó saliva y no supo que contestar, pues se había perdido en aquella brillante mirada.
—Me gustan tus ojos—admitió Alice sin una pizca de vergüenza.
Ahora Daryl era el nervioso. ¿Cómo esa chiquilla era capaz de ponerle nervioso con tan solo decirle eso? Carraspeó ligeramente y trató de esquivar la reciente confesión.
—Deberías darte una ducha y ponerte ropa nueva. La tuya está hecho un asco.
Alice bajó la mirada a su atuendo y le dio la razón.
—¿Dónde está el baño?
Daryl la llevó hasta el sitio acordado y le mostró cual sería su habitación hasta que la trasladaran a otro lugar. Y antes de marcharse dejó sobre su cama un vestido floreado y unas sandalias que esperaba que le quedaran.
Alice se detuvo frente aquel espejo pulcro y sintió pena de sí misma. Estaba dando asco, no podía creer que hubiera estado tan a la ligera con Daryl delante. Al final tampoco le dio muchas vueltas al asunto, precisamente no disponía de agua suficiente para darse una ducha todos los días. Era el fin del mundo, al diablo la higiene. Alice se río de sus propios y cochinos pensamientos, para así comenzar a desvestirse. Se tocó los pechos, aquellos que se ponían de punta al sentir el aire del exterior y se preguntó por qué demonios eran tan extraños. Lo que menos le gustaba de su cuerpo eran sus pechos. No eran redondos y le disgustaba.
—Al menos hay grasilla—dijo restándole importancia.
Todo se debía a sus compañeras insensibles del ejercito. La habían acomplejado.
—Pero mira ese culo, par favaaaaar. Como para que Daryl le de un bocadito—escucho sus propias palabras y no tardó en taparse la boca.
¿Le habría escuchado? Sus mejillas se tiñeron de un rosado suave y no tardó en quitar su vergüenza con agua tibia. ¡Se sentía de maravilla!
—Es el puto agujero negro—susurro asombrada, viendo como el agua bajo sus pies ya no era transparente, sino marrón—que limpita estoy, colega.
Salió de la ducha sin tardar mucho, pues no quería malgastar el agua a lo tonto. Salió del baño con la toalla envuelta en su cuerpo y corrió a toda pastilla hacía su improvisada habitación. Allí se encontró con el dilema si aquel vestido le entraría. Pasar hambre le había ayudado a bajar un par de kilos, pero la grasa localizada de su abdomen no ayudaba del todo. Como cuando se sentaba y veía los rollitos formarse, se mofaba de ello pues no tenía con quién comentar lo graciosa que le parecía su barriga.
Mientras se enfundaba en ese vestido elástico y suelto, pensó en lo raro que fue encontrar esta comunidad. Hacía tiempo que no veía a tanta gente reunida. Para su desgracia las sandalias veraniegas les iban pequeñas por lo que no tuvo remedio que salir descalza tras asegurarse de estar presentable para cualquier persona pulcra del lugar.
—Llevo unos calzoncitos de abuela, son enormeeeees—comentó consigo misma, ya era una costumbre que había adquirido en plena soledad apocalíptica—. ¡Qué cómodos!
—No son de Carol, si esos es lo que piensas. No habían tallas más pequeñas—añadió el cazador al escucharla bajar.
Alice tenía un tono de voz algo alto. Se sobresaltó ante la voz masculina y se quedó al inicio de las escaleras.
—No me quedaron las sandalias, mis pies son enormes—dijo mientras se encogía de hombros—saqué las patotas de mi progenitor. Soy pie grande, ¿has visto esa película?
Daryl se río para si mismo y pensó en como solucionar para que la chica no fuera descalza por la vida.
—Te puedo dejar uno de los míos.
Alice alzó los brazos y frunció el ceño.
—Tengo los pies grandes pero no tanto—se quejó algo ofendida pues había visto lo grande que eran sus botas. Soltó una risa por lo ridícula que había sonado—. ¿Tienes unas chanclas? Me vendría genial eso por ahora.
Daryl asintió y se marchó a su habitación a cogerlas. No tardó mucho en llegar al salón, observó como la chica miraba entretenida por el ventanal y le pareció el ser mas frágil e inocente del mundo.
Ella que había escuchado sus pisadas acercarse, comentó;
—Las estrellas desde aquí se verían genial. Estoy deseando que anochezca.
—Desde una de las torres de vigilancia se pueden apreciar mejor—dijo Daryl sin vacilación, cosa que en su interior fue pura sorpresa.
Aquella extraña le transmitía confiaba y no lograba comprender por qué.
—¿De verdad?—preguntó emocionada—. Yo suelo subirme a los árboles más altos para apreciar el cielo más cerquita. ¿Podría ir donde dices?
—Claro, hoy me toca vigilancia. Pero primero deberíamos ver como tienes ese tobillo. Te acompañaré a la enfermería.
Alicia asintió emocionada y juntos salieron de la casa.
—¿Después podré comer algo? Las galletas esas por ejemplo—soltó con la vergüenza cargada en su sistema—. O puedo ir a pillar algo fuera, no pasa nada.
—Tranquila, no pasaras hambre mientras estés aquí. Te miran el tobillo y comerás algo.
—Vale, gracias Daryl. Eres muy amable.