CAPÍTULO 2

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"Ni siquiera tienes idea de cómo cuidar a un bebé" me reprochaba interiormente con Arthur de nuevo en mis brazos, quien no dejó de llorar desde que lo encomendé a Sir Héctor y ahora dormía plácidamente en mi abrazo.

-Parece que te has calmado.

Me sentía más tranquilo a pesar de que el problema no se había resuelto y se hacía cada vez más complicado, pero algo en la serenidad del rostro dormido del pequeño me reconfortaba.

Por ahora solo debía enfocarme en el asunto del dragón rojo, al culminar la tarea podría llevarlo de vuelta con Sir Héctor y el plan se ejecutaría a la perfección; no era algo tan sencillo alterar la esencia de Arthur ya nacido, sin embargo, a fin de evitar exponerlo a una cantidad tan grande de energía mágica directamente, una opción relativamente segura era alimentarlo por un tiempo con la sangre del dragón mezclada con leche, si bien me era casi imposible obtener la sangre del dragón podía crear una copia exacta de ella.

Trabajé duro por varias semanas para crear la sangre de mejor calidad, Arthur no representó ningún obstáculo pues era preocupantemente tranquilo si sentía mi presencia cercana a él, dormía mucho y solo lloraba cuando deseaba ser alimentado.

En una ocasión confié en dicha situación y lo dejé solo en casa, Uther solicitaba mi servicio como consejero y además precisaba hablar sobre el asunto de su hijo, el rey estaba consciente de que el heredero se encontraba bajo mi cuidado. La reunión se extendió más de lo esperado, el atardecer se convirtió en anochecer antes de que pudiera volver y a mi retorno Arthur lloraba desconsoladamente en la oscuridad de mi habitación.

Me apresuré a su encuentro y tan solo mi tacto sirvió como un consuelo a su tristeza, él no podía verme en la negra oscuridad pero me buscaba con desesperación, lo tomé en mis brazos tratando de arrullarlo mientras encendía una vela con el objetivo de que pudiera mirarme, la tenue luz nos permitió contemplarnos, aún era un bebé pero sus expresivos ojos podían comunicarlo todo.

-¿Tenías miedo? No pasa nada, ya estoy aquí.

Arthur sonrió al escucharme, me preguntaba si ya era capaz de entenderme o únicamente fue un reflejo ante la sensación de calma que le provocaba encontrarse en mis brazos.

Esa noche, al igual que en las demás, me mantuve despierto hasta que el bebé cayera dormido, puedo asegurar que en sus primeros años de vida fue en la que tardó más tiempo en conciliar el sueño, canté para él durante horas y no fue hasta la madrugada cuando tomó firmemente mi dedo índice y se dispuso a dormir. Continué mirándolo durante no sé cuánto tiempo, era lo más bello que había visto en mi vida, aún no lograba descifrar el sentimiento que me provocaba estar próximo a él pero me había hecho consciente de que era algo positivo pues no podía evitar sonreír o sentir una dulce presión en el corazón. Cómo ya era costumbre, besé su rostro y me acurruqué a su lado cuidando no despertarlo.

Mientras Arthur era un bebé jamás logré darle ni una gota de sangre del dragón rojo.

KOMOREBI: The light shining through ÁvalonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora