CAPÍTULO 01 - ¿FAMILIA?

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—¿Código?

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—¿Código?

—E2603 —bostecé.

—Nombre completo.

—Clara Emilia Quiroz Arias —sonreí.

Empecemos, mi nombre es Emilia, tengo veintiún años y en mi corta vida tengo un gran número de faltas en mi currículum, y sin duda el que destaca más es el hecho de ser una ladrona. Sinceramente, no es algo que me enorgullece, pero aquí estamos.

Mi historial, antes de entrar aquí no era para nada bueno, diría que hasta me avergüenzo de haber hecho lo que hice y haberme metido en cosas de las que ahora me acechan. Lamentablemente, el pasado no se puede cambiar, solo toca aceptarlo y vivir con ello, porque ¿Qué otra cosa se puede hacer?.

Acepto sugerencias.

—Firme aquí.

—Okey —dije pesadamente. No dormí en toda la noche y no se si era por la felicidad de salir de la correccional o por la preocupación de pensar lo que me sucederá al salir de aquí.

—Bien señorita, ya puede irse.

—De haber sabido que estaría así de emocionada, hubiera.. —la señorita me miro sin ninguna expresión. —Nah, olvídelo.

—¿No era eso lo que querías desde que entraste?

—Lo quería, pero pensando bien en las cosas este es el único lugar donde puedo estar en paz.

Frunció el ceño —Solo espero no verte de nuevo por aquí.

—No prometo nada —agarre mis cosas y me di la vuelta dispuesta a salir del lugar. —Adiós Iris.

Sentí el aire puro chocar con mi cuerpo y lejos de darme paz, sentí un poco de temor, probablemente sea porque he estado mucho tiempo dentro que el exterior me aterra.

—Emilia.

Una suave y tierna voz llego a mis oídos, por lo que voltee a su dirección.

—Deysi.

Se acercó para abrazarme.

—Que alegría verte, pero ahora libre.

—Libre nací y así moriré, querida.

Miré detrás de su hombro y había una camioneta cerca, de el bajó un hombre que conocía perfectamente, aquí se cumplía la ley de dos gotas de agua —Emilia.

—Señor Quiroz, buenas tardes.

La seriedad que tenía en mi rostro no pensaba cambiarlo por nada, este hombre y yo, nunca nos llevaríamos bien.

—Papa, si nos hubiéramos demorado un poco mas, ya no la encontraríamos.

—Te doy toda la razón, ya no me hubieran alcanzado.

—¿No pensabas que vendríamos a recogerte? —pregunto mi progenitor.

—La verdad, no.

Después de ello, ella solo asintió y no dijo nada mas. El silencio empezaba a reinar entre nosotros, esperando a que mi padre dijera alguna palabra, la verdad no esperaba nada, ya me había dado por vencida de esperar algo por su parte.

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