Día 1 - Entre pétalos azules

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~Day 1 - Blue tulip: tranquility, trust~

Luminosos rayos de sol se colaban a través del único agujero que había en el techo de la caverna. Con el paso de los siglos y de forma completamente natural, seguramente gracias al movimiento de las placas tectónicas, en la piedra se había formado un respiradero que desde lejos parecía circular. Por él penetraban los únicos haces encargados de iluminar aquel tranquilo y escondido lugar, sumergiendo las profundidades que a oscuras habrían sido inhóspitas en cataratas plateadas y blancas. Recóndito e inexplorado, Sorey y Mikleo eran los únicos que habían puesto un pie allí en eones. La cueva no tenía nombre, ellos podrían ser los encargados de bautizarla si quisieran. Oficialmente, era su descubrimiento; no el primero, pero sí uno de tantos. Una suave brisa proveniente del exterior creaba la melodía encargada de acompañar a ambos aventureros, ululando entre las columnas de piedra de la caverna. Todo el suelo estaba inundado, era un lago subterráneo de apenas unos centímetros de profundidad. La luz centelleaba sobre las aguas cristalinas, tiñéndolas gracias a su reflejo sobre las paredes cuyos minerales refulgían con todos los colores del arcoíris. A lo largo de todos los años que llevaban viajando juntos, la pareja había descubierto lugares hermosos. Aquel tenía un algo especial, una atmósfera que hacía tiempo no encontraban. Era un sentimiento de paz, de calma absoluta. Era como ese supuesto remanso de tranquilidad sacra que, se supone, deben ser los santuarios. Quizá se debía a lo remoto, quizá a las flores que crecían a orillas del lago. No lo sabían, pero tampoco les quitaría el sueño. Probablemente se limitarían a disfrutarlo, ahora que tenían una eternidad entera para ello.

Las calmadas aguas lamían sus ropas, haciendo que se les pegasen al cuerpo. Se habían despojado de la mayoría de prendas quedando descalzos con solo los pantalones y las finas camisas interiores. Sorey estaba sentado en el suelo del lago sin importarle lo más mínimo si se mojaba o no. El serafín de agua se había colocado sobre su regazo, aunque todavía apoyaba las rodillas en la piedra. Cada pierna estaba situada a un lado del antiguo Pastor, quien no tenía ningún reparo en rodearle la estrecha cintura con los brazos. Empapaba con sus manos mojadas la ropa que lo cubría, haciendo que se le pegase a la piel tibia. Seguía teniendo un cuerpo esbelto. Quizá no tanto como antes —había crecido en aquellos mil años sin él, se le notaba con claridad en los hombros ahora un poco más anchos o en los centímetros que ahora ya no le acomplejaban— pero Mikleo seguía siendo el ser delicado y etéreo que siempre fue. Su cabello albino caía en cascada sobre sus hombros y su espalda, suelto tras permitirle a Sorey que le desatase la coleta en la que habituaba a recogerlo. Aquella concesión fue casi como una especie de regalo especial. La luz los bañaba más que el agua, creando una escena que podría haber representado a la perfección el romance entre dos ángeles. Con sus ojos entrecerrados, su mirada violeta lo contemplaba a través de una densa capa de pestañas. Al sentir la mano del que un día fue humano en su mejilla, acariciándole como si fuera lo más hermoso del mundo, se estremeció. Sus labios se movieron levemente para besar la parte de la palma que había reposado sobre su boca.

-Solo hay una cosa -comenzó Sorey hablando con lentitud, como si temiese romper con sus palabras la quietud de aquel lugar sagrado- que echo de menos de cuando era el Pastor.

-Déjame adivinar. ¿La constante atención de todo el mundo puesta sobre ti?

El serafín de tierra rio con suavidad. Ambos sabían que no, aunque no llegó a negarlo. Tampoco hacía falta. Nunca había sido una persona egocéntrica, para nada. De hecho, hasta agradecía dejar de ser un foco de atención constante.

-La armatización.

-¿Y eso?

-No lo sé. Estar aquí me recuerda a cómo era armatizarse contigo. -Tan verdes como siempre lo habían sido, brillando con una profundidad en la que Mikleo podría perderse gustoso, los ojos del antiguo Pastor se fijaron en los ajenos. Hablaban frente a frente, con sus rostros a pocos centímetros de distancia. Notaban con facilidad sus cálidos alientos al mover los labios-. Me transmitía el mismo sentimiento. Paz, calma, intimidad... Era volvernos uno de la forma más pura.

-Solo lo hacíamos para luchar.

-Puede, pero eran sin duda las mejores batallas.

-Serás... -Masculló Mikleo, notando que le ardían las mejillas-. Creo recordar que también te gustaba mucho la armatización de Lailah.

Las cejas de Sorey se elevaron en dos pícaros arcos rubios. Sonreía, siempre lo hacía. Y su sonrisa tomó tintes distintos al notar como el otro serafín dirigía sus inquietas manos hacia su cabello, jugueteando con el coletero de plumas que usaba para sujetarlo.

-¿Eso que noto en tu voz son celos?

-Para nada. -No mentía. Su antiguo Señor Subordinado esbozó una media sonrisa que no tardó ni unos segundos en convertirse en una completa-. Nunca he tenido la más mínima razón para estar celoso.

-¿Ni siquiera cuando Sergei pensó que Rose y yo estábamos casados?

-Ahí estaba demasiado ocupado riéndome.

-Menos mal. Siempre temí que creyeses que había algo entre nosotros. -Con suma suavidad, Sorey besó su labio inferior, permitiendo que un dulce suspiro se le escapase ante el roce. Cuando se separaron de aquella caricia que apenas duró un instante, su atención se vio atraída por algo-. ¿Y eso?

Mikleo siguió la mirada de su eterno amigo, compañero y amante, pensando erróneamente que se dirigía hacia su pierna. En realidad no, pero se había posado muy cerca de esta. Sobre el agua, a poco más de dos centímetros del tobillo del albino flotaba un pétalo azul claro de forma ovalada. El serafín lo sostuvo entre los dedos unos instantes, antes de darse cuenta de que no era el único. No los habían visto antes, pero el lago estaba repleto de ellos. Provenían de las estrechas orillas, que prácticamente eran pequeños jardines donde crecían montones flores.

-Esos son... -Comenzó Sorey, dudoso.

-Tulipanes azules. Qué raro, pensaba que no se daban en Gleenwood.

-La naturaleza es sorprendente. -Admitió el rubio, acariciando con sus manos la espalda ajena. Le hizo cosquillas, logrando que una sonrisilla floreciese en esos pálidos labios.

-Mucho. Aunque tiene cierto sentido poético.

-¿A qué te refieres?

-En la cultura antigua, durante la Era de los Dioses, los tulipanes azules simbolizaban tranquilidad y confianza. -Contestó el serafín de agua, retomando el contacto visual-. ¿No era eso lo que te transmitía nuestra armatización?

-Y justo lo que transmite este lugar.

-¿Lo ves?

Su expresión, antes tan relajada, se volvió a convertir en esa que ponía cuando se enorgullecía de tener razón. A otro le podría haber molestado, pero no a Sorey. Cuando le veía sonreír así, él solo podía compartir la felicidad de su triunfo.

-¿Estudiaste el lenguaje de las flores durante la Era de los Dioses?

-Estudié muchos lenguajes. Mil años no se pasan rápido, y dan para mucho.

Mil años. Mil años tardó Sorey en purificar a Maotelus. Y mil años estuvo Mikleo esperando, creyendo en él, creyendo que volvería. Si lo que compartían no era confianza, entonces esta misma no existía en su mundo.

-Pues tendrás que enseñármelos. -Sugirió mientras depositaba otro beso, esta vez en el borde de su mandíbula. El serafín a modo de afirmación dejó escapar un ruidito de conformidad-. Tenemos que recuperar todo el tiempo perdido.

Como respuesta, recibió una sonrisa cómplice. Al fin y al cabo, estaban en ello.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now