Día 6 - Por la gloria de la ipomea

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~Day 6 - Morning glory: bonds, departure~

El primer paso del viaje siempre era el más difícil de todos. Lo fue cuando abandonaron Elysia en busca de Alisha y del mundo exterior, tantísimos años atrás. Lo fue cuando el grupo abandonó Camlann sin Sorey, roto más de uno por el dolor de la pérdida. Lo fue para Mikleo cuando se embarcó en su propia aventura personal, cuando se despidió de Rose y Alisha ante sus tumbas y trató de cortar los lazos que le unían con los serafines que formaron como él parte de sus vidas. Huelga decir, eso sí, que esa última parte no le salió como esperaba. También lo fue para Sorey cuando repitió sus acciones y abandonó tierra pura mil años después, lanzándose en solitario a un mundo nuevo y desconocido del que no le quedaba memoria alguna. Sin embargo, no lo fue cuando salieron juntos de la vieja Gododdin tomados de las manos. Su partida, todas ellas, cada una de sus marchas de algún lugar remoto o de alguna ciudad misteriosa, no significaba un comienzo, y quizá por eso ya no les daba tanto miedo como en todas aquellas ocasiones pasadas. Ya habían dado el primer paso de un viaje juntos que duraría toda la eternidad, lo tuvieran a bien los Empíreos o no. Y lo habían dado tomados de las manos, sonriéndose y mirándose a los ojos. Lo habían dado con los dedos tan entrelazados como sus almas, con expresiones cómplices que no eran sino fruto de toda una vida juntos.

Mikleo acarició con las yemas de los dedos los suaves pétalos de la flor de una ipomea. En su búsqueda de Lailah y el nuevo Pastor se habían detenido a explorar unas ruinas, tan incorregibles como siempre fueron. Observaban y estudiaban un mural lleno de grabados antiguos, atisbando por entre las hojas de las enredaderas los detalles que se dejaban ver. Por supuesto, procuraban no hacerle daño a las plantas. Sorey apartó unos tallos verdes, descubriendo un extraño símbolo bajo ellos.

-Mira aquí, Mikleo. -Le llamó con una sonrisa-. Este es claramente el símbolo de la Abadía. Te lo he dicho, estas ruinas son de la Era de la Oscuridad, o quizá un poco anteriores.

-Y yo te digo que es imposible, no son tan antiguas. -Bufó el serafín de agua, apuntando con el bastón de su madre a una de las esquinas del muro-. Allí, ¿lo ves? Ese es el escudo de la dinastía Lowell. Este sitio no tiene más de trescientos años, estoy casi seguro.

-Entonces ¿por qué está en tan mal estado?

-Hace relativamente poco tiempo, esto fue zona de guerra.

-Pero la construcción es mucho más antigua. Mira a los arcos de esas paredes. Son claramente milenarios, el estilo arquitectónico lo dice todo.

-Son claramente una imitación. Te llevo años de ventaja en esto.

-No es justo. -Sorey hizo un puchero, aparentando estar enfadado-. Encima alardeas de ello. Te has vuelto ruin con el tiempo.

-Ya, ya. Sigue con tu rabieta solo por no ser capaz de datar unas ruinas correctamente. Aunque debo recordarte que ya te ganaba antes.

-Mentira. Mis teorías eran tan válidas como las tuyas. Y esta vez...

-Esta vez puedo llevarte a la biblioteca en la que se guardan los registros de la construcción de este templo. -Con una sonrisilla bravucona, Mikleo jugó su carta del triunfo. Frente a él, la morena tez de su compañero de aventuras pareció empalidecer.

-Claro. ¿Y qué es lo siguiente, que me digas que estabas cuando lo construyeron?

-De hecho, sí, lo estaba. -Y ahí el pobre serafín de tierra se cayó con todo el equipo. El albino estalló en carcajadas, obviando la nostalgia que le evocaban momentos como aquel-. No me mires así, estabas tan ilusionado por explorar el sitio que no pude negarme. Ha sido muy divertido verte hacer teorías.

-Eres maligno. -Masculló Sorey, desilusionado. Aquello solo se le pasaría con una de sus clásicas guerras de cosquillas porque, la verdad sea dicha, para ellos la mejor medicina siempre eran sus propias risas-. ¿De verdad llevas todo este rato burlándote de mí?

-Solo un poquito. -Confesó Mikleo-. Pero puedo compensártelo. Sígueme.

Casi incrédulo, el antiguo Pastor alzó una ceja. Sin embargo, no desobedeció, y juntos siguieron a la ipomea al interior de las ruinas, a su centro mismo. Conforme avanzaban, más espesa se hacía la vegetación, como si quisiese simbolizar el vínculo que unía a los dos serafines. Las flores azules, rosas y moradas le daban color a las piedras grises y brillantes, dejando que la obra de los humanos se convirtiese en todo un monumento de la naturaleza. Pasados unos minutos caminando, ambos serafines comenzaron a oír el rumor del agua corriendo por los canales que enmarcaban el salón principal del templo. Mikleo sonrió, invadido por unos recuerdos de los que Sorey no tenía constancia. Había pasado algunos años viviendo en aquel templo, aunque ya no se acordaba de cuántos. Antes por allí cerca hubo una ciudad, una bastante próspera, pero la guerra más reciente la redujo a cenizas. Fue una pena. Había estado realmente cómodo entre los lugareños y sus plegarias, por mucho que su alma exploradora e inquieta le rogase cada día al despertar que partiese, y le suplicase cada noche al irse a dormir que aquella fuera la última. Solo le hizo caso a su instinto cuando allí ya no quedó nadie a quién bendecir.

Nada más entrar al salón principal del templo, el grito ahogado de Sorey no se hizo esperar. Mikleo tomó su mano y la apretó, entrelazando sus dedos con una sonrisa inexplicable. La guerra, quién sabe por qué razón, respetó aquel lugar, manteniéndolo tan hermoso como lo había sido cuando lo construyeron. Quizá los soldados le tenían miedo a la ira de los serafines, o quizá los veneraban también. Una fina capa de polvo cubría los altares que se encontraban en cada punto cardinal, pero por lo demás, la naturaleza con su sabiduría infinita, con su agua pura y con sus plantas, había mantenido intacto el lugar. En el centro de la sala, había una estatua de piedra blanca. Representaba un ser, un hermoso ente que no podía ser humano. Portaba una jarra, y de esta manaba la cascada que le daba vida y cauce a los riachuelos que decoraban el templo. La escultura se había tallado en torno a un manantial natural gracias tanto a la creatividad humana como a ciertas artes seráficas un poco caprichosas. El serafín de tierra contempló pasmado aquel trabajo impecable que la flora salvaje se había encargado de perfeccionar. Las ipomeas vestían la estatua, regalándole una corona de flores. Era un trabajo sublime, el retrato perfecto de un rostro que conocía tan bien que podría dibujarlo con los ojos cerrados. Y retrataba también sus sentimientos, todo lo que había guardado durante aquellos años. Su sonrisa tenue, tan llena de dolor y tan amable al mismo tiempo, la expresión de unos ojos vacíos que vivían anclados en la espera de un amante dormido. Era él, y era innegable.

-Mikleo... -susurró el rubio, mirando en dirección a la figura de piedra- este... este es...

-Sí, este es mi templo. -Dedicándole una sonrisa, el serafín de agua se acercó hacia su representación, que era unos cuantos metros más grande que él-. Las gentes de la zona lo hicieron por la leyenda que creé al regalarles lluvias. Se estaban muriendo de hambre por la sequía y, por alguna razón, no pude evitar actuar. Este fue su agradecimiento.

-¿Fuiste el Señor de la Tierra de esta zona?

-Durante algún tiempo. Con la guerra entre el Imperio y la República de Auldrant, la zona quedó devastada y todos los humanos se marcharon. Nadie pisa por aquí desde entonces, así que dejé de darles mi bendición.

-No me lo habías contado.

-Necesitaría mil años para explicarte todo lo que he vivido.

-Si lo deseas, los tienes. -Fijando sus ojos en el verdadero Mikleo y retirándolos de la estatua, Sorey se adelantó hasta tomar entre las suyas ambas manos del serafín y acariciarlas con inmenso cariño. El albino le sonrió, sabiendo que aunque le quedasen mil historias por contarle, su vínculo seguía siendo el mismo-. Solo con que me lo pidas tendremos todo el tiempo del mundo.

-Lo sé, y prefiero que lo usemos en crear nuevos recuerdos antes que aburrirte con los míos.

Sorey asintió con una sonrisa suave. Besó su mano y, tras regalarle una plegaria vergonzosa a la estatua —una gracias a la que Mikleo estuvo quejándose durante días— partieron juntos de nuevo.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now