Día 3 - Se desató la angustia

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~Day 3 - Marigold: jealousy, despair~

-Por quinta vez, Sorey, estoy bien.

-¿Seguro?

-Segurísimo.

El serafín de tierra frunció el ceño como si por más que escuchase las mismas palabras no pudiese estar conforme con la respuesta. No es que desconfiase, pero después de lo ocurrido allí fuera, tampoco podía creerlo a pies juntillas y con los ojos cerrados, que era como solía confiar en Mikleo. En su habitación de la posada de Gododdin había un ramo de caléndulas reposando en un jarrón encima de la mesilla de noche. El potente color naranja era lo único que le daba un poco de alegría a la situación y ni eso podía levantarles el ánimo. Todavía respiraban agitados, todavía sentían miedo. Entre los pompones de pétalos, reposaba una única peonía, un recuerdo de los desagradables sucesos de la noche. Por el horizonte, entre las escarpadas montañas despuntaba el alba. Aunque no lo dijera, a Mikleo aún le temblaban las manos. Sorey era capaz de verlo, por mucho que su compañero las retorciese y escondiese en un vano intento por despistarle. Y precisamente por eso no era capaz de confiar en sus palabras.

Cierta confusión desesperada le atenazaba la garganta. Quería decir mil cosas, pero no sabía por dónde empezar, no sabía qué decir. Su único recurso había sido enfocarse en las artes curativas, pero ahora que sus lesiones se encontraban sanadas, eso ya no le valía. Solo le quedaba el recuerdo de la ira que lentamente se iba transformando en algo incluso más mezquino. Si cerraba los ojos estaba seguro de que todavía podría ver a la perfección el momento en que Lunarre lamía el rostro de Mikleo como si quisiese devorarlo ante sus ojos. Si presionaba los párpados con algo más de fuerza, sería capaz de vislumbrar la sangre goteando desde el leve corte en su cuello. Al abrirlos, las manchas secas en la ropa ajena solo lo empeorarían todo. Se le encogía el estómago con solo rozar en sus pensamientos el nombre de aquel sentimiento que no quería manifestar. Un corazón puro como el suyo no estaba acostumbrado a semejante cantidad de inquina. Sin ser del todo consciente, acabó por fijar la mirada en las flores. Tragó saliva. Prefería ver cualquier cosa —lo que fuera—, antes de volver a mirar al albino y experimentar esa desagradable sensación de culpa.

-Sorey...

-¿Sí?

-Tú tampoco estás bien. -Habló el serafín de agua con calma, como si buscase las palabras correctas. Se había soltado el pelo y se había quitado la túnica ensangrentada-. ¿Qué ocurre?

Unas palmadas amables sobre el colchón le hicieron sitio a su lado, sobre la cama. Siguió rehuyendo sus ojos, pero no declinó la oferta. En temas de preocupación mutua amenazaban con cambiarse las tornas constantemente, ya era algo habitual. Cuando se sentó a su lado pudo notar el frío toque de sus dedos rozando su mejilla. Se miraron. Se miraron y se besaron durante un corto segundo, ambos con los labios temblorosos.

-¿Crees que se avecinan tiempos oscuros?

-Puede. Por desgracia, la emboscada de hoy no ha sido ningún incidente aislado. -Aquella era una amenaza para el sueño que ambos compartían, una amenaza real, e incluso después de mil años, el dolor de la desesperación era tangible-. No somos los primeros serafines a los que atacan, Sorey, y no seremos los últimos. Vencimos al grupo de Lunarre pero... odio decirlo, de verdad, pero probablemente habrá más ataques y los habrá peores. Si no, no habría necesidad de un nuevo Pastor.

Sorey tragó saliva. Le pesaba el pecho y le costaba respirar. Mikleo fue capaz de verlo, porque Mikleo siempre era capaz de ver absolutamente todo. Por eso cogió la Crónica Celestial, su receptáculo, y acarició las cubiertas como si estuviese acunando a un niño. La suavidad era la clave de cada uno de sus gestos, la dulzura con la que pretendía tranquilizar a su amigo. Esbozó una leve sonrisa que, aunque tierna, estaba triste y cansada por todas las emociones sufridas. Luego posó con sumo cuidado los labios sobre las gruesas tapas de aquel libro, inundándolo de energía divina y de pureza renovadora. La desesperación, los celos, la ira, la vergüenza, la culpa, todo eso podría causar malicia. Y todo eso se disolvió en el aire solo con un beso de cierto ángel que llevaba velando por él toda su vida. Sorey sonrió —con pocas ganas, pero lo hizo—, algo más tranquilo al notar como la esencia del agua recorría todo su ser, aplacando el dolor en su pecho. La situación prometía cosas terribles, sí, pero ellos ya habían vivido una Era del Caos sin precedentes. Se sobrepondrían, sabía que lo harían.

Juntos lo harían.

-Un nuevo Pastor, ¿eh?

-He oído que se llama Jude.

-¿Sabes ya cuántos Señores Subordinados tiene?

-De momento, creo que solo está Lailah como su Señora Primordial. La última vez que hablé con ella, viajaban solos. -Mikleo alzó una ceja, contento con el cambio de ambiente pero con su habitual aire arrogante-. Estás pensando lo que creo que estás pensando.

No era ninguna pregunta. Cada vez más genuina, una sonrisa se abrió paso por el rostro del serafín de tierra. Y su compañero albino no pudo hacer más que suspirar.

-Así que nos vamos de nuevo a pelear contra infernales.

-¿Estás de acuerdo?

-No tengo otra opción. Si te dejo ir solo, acabarías matándote o perdiéndote.

-Te recuerdo que te he salvado la vida esta noche.

-Y alguna que otra vez más, pero sigo ganando por goleada. -Al ver que el otro serafín iba a hacer el amago de tocarle la garganta y que, por lo tanto, iban a volver a la atmósfera pesada de preocupación, Mikleo le sacó la lengua, burlón-. No pienso dejarte salvar el mundo a ti solito otra vez, que luego se te suben los humos.

-Tampoco te pases. -Rio el rubio, prefiriendo acariciarle la mejilla-. Los humos solo se me suben cuando me doy cuenta de que viajo con el serafín más hermoso de todos.

Mikleo negó con la cabeza, puso los ojos en blanco y se levantó de la cama. Necesitaba un baño. Es más, necesitaba un baño y deshacerse de la ropa que se había destrozado durante el ataque. Podría haberla reparado con algún arte seráfica de suma utilidad sacada de la manga, sí, pero prefería olvidar los oscuros sentimientos de aquella noche. Sorey tuvo la misma idea, así que acabaron duchándose juntos, ignorando que quizá toda su desesperación había acabado en las caléndulas.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now