Día 4 - Sumergimos nuestras sonrisas en anémonas

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~Day 4 - Anemone: unfading love, sincerity~

-Pareces una sirena.

-¿El infernal sirena o las de las historias humanas? Aunque creo recordar que eran lo mismo.

-Las de la mitología, pero las que no son infernales.

-Al final todas lo son, Sorey. Son como las ninfas y las hadas.

-Pues tú no. -Desde su cómodo lugar a la orilla del lago, tumbado en una piedra lisa y templada por el sol del mediodía, el serafín de tierra se alargó para rozar los labios del de agua. Mikleo sonrió, sabiendo que a continuación recibiría algún que otro cumplido tan adulador como sincero-. Tú eres una de esas sirenas de los cuentos para niños, de las hermosas y bondadosas que guían a los marineros a puertos seguros.

-Esas no existen. Las verdaderas sirenas son infernales con plumas y muy mal humor.

El rubio puso los ojos en blanco, dejándose caer para demostrar su frustración y soltando un quejido cuando su cabeza se golpeó contra la roca. Mikleo le regaló una de sus sonrisillas burlonas. Acto seguido se sumergió en las cristalinas aguas de aquel lago donde habían decidido pararse a descansar y a refrescarse. No cubría mucho y no era muy grande, pero sí lo suficiente como para poder nadar en él con toda tranquilidad. Tenía las dimensiones perfectas, y no solo en ese sentido lo era. De aguas puras, resplandecientes y frías, Mikleo se encontraba encantado en una manifestación tan hermosa y limpia de su elemento. Últimamente había empezado a sentir los ríos que cruzaban por las ciudades más sucios de lo que deberían y eso le disgustaba. Había tardado meros segundos en dejar la ropa a un lado y lanzarse al agua, maravillado con el tacto sedoso que envolvía su cuerpo y con la tierra suave y arcillosa que a veces se le colaba entre los dedos de los pies. Por toda la orilla flotaban flores, anémonas blancas, violetas y azules, cada una de un tono más brillante y más curioso que el anterior. Sorey también se había bañado con él, pero el agua helada hizo que necesitase salir a recuperar el calor al cabo de unos minutos. Desde su sitio privilegiado, se limitaba a disfrutar de las vistas, y no solo las del paisaje. Hacía años —cientos de ellos— Mikleo no sabía nadar. Era lógico si tenemos en cuenta que habían nacido y crecido en Elysia, una aldea de montaña, pero gracioso si recordamos que el agua era su fuente de energía. Se ve que, durante el letargo del Pastor, en algún momento aprendió a manejarse y se le daba bien. Mejor que bien incluso, pero claro ¿qué no se le daba bien a ese dulce serafín? Nadaba como si lo hubiera hecho siempre, como si el agua fuese parte de él, una extensión de su cuerpo. Él y su elemento se pertenecían mutuamente, y todo el lago parecía vibrar aceptando a aquel ángel en su seno.

-No me lo recuerdes. -Bufó, haciendo una última referencia a las sirenas. Incapaz de mantenerse quieto, bajó de un salto de la piedra al agua, estremeciéndose al notar el frío líquido empapar la parte baja de su espalda. Mikleo se sumergió por completo solo para volver a emerger unos metros más cerca de su amigo, con el cabello albino pegándosele a la frente y a los hombros, revelando por una vez su flequillo el preciado aro que había heredado de su madre. Los rayos del sol hacían brillar su pálida piel-. Nos dieron una paliza la última vez que pasamos por Glaivend.

-Invadimos su nido. En parte fue culpa nuestra.

-Me dejaron cicatrices.

-Fuiste muy descuidado. -Sorey gruñó algo por lo bajo, como si se molestara. En realidad no lo hacía, no podía molestarse con él, pero recordaba con dolor los arañazos que le habían dejado en el brazo aquellos bichos plumíferos-. No me mires así, subestimarlas fue culpa nuestra.

-Vale, pues retiro la comparación con las sirenas. -El serafín de agua le contempló con una ceja alzada, divertido. Ante sus provocaciones, el rubio no pudo hacer más que tratar de atraparlo entre sus brazos. Esquivó su jugueteo y le salpicó agua helada, riendo ambos como niños pequeños. Eso no evitó que el serafín de tierra quisiese hacer gala de cierta franqueza aplastante-. Yo solo quería ilustrar lo hermoso que me pareces. Porque probablemente seas lo más bello que he visto nunca.

Sonrojado y mascullando algo entre dientes para huir de la vergüenza, Mikleo se escondió bajo el agua, nadando con los ojos abiertos y rodeándole. Sorey se dejó hacer al sentirle tras su espalda, al notar como esos delgados brazos blancos rodeaban su cintura y como apoyaba una ardiente mejilla en el hueco de su hombro para, segundos después, morderle sin fuerza.

-Solo he dicho la verdad, y lo sabes.

-Podrías ahorrarte tanta sinceridad.

-Pero no quiero. -Con una sonrisa siempre afable, el que un día fue Pastor se dio la vuelta, acunando entre sus manos el rostro ajeno. Volvió a rozarle los labios con los suyos, y esta vez fue el serafín de agua el encargado de juntarlos de una manera más pasional, más acalorada. Se tocaron las pieles de sus pechos al intensificar el contacto, al morderse la boca mutuamente. Se amaron de forma incondicional en aquel lago, como siempre hacían, entregándose a las caricias y a los suspiros-. Sería un crimen no decir lo que pienso cuando estoy contigo.

-Es un crimen cuando me das datos erróneos sobre ruinas.

-Que te equivoques al examinarlas no hace que mis datos sean erróneos.

-¿Equivocarme? ¿Yo? -Haciéndose el ofendido, el albino le apartó de un suave empujón en el pecho. Sorey le agarró la muñeca con suavidad y ambos acabaron forcejando bajo el agua, marcado el cariño y la diversión en cada uno de sus actos. Acabaron con las piernas del serafín albino enroscadas alrededor de las caderas ajenas-. Perdona, pero mi historial de victorias no dice lo mismo.

-Perdonado quedas.

-¡Sorey!

Fingiendo enfado, Mikleo le salpicó agua directamente a la cara, comenzando una pelea que tendría dos ganadores y cuyo resultado sería presumiblemente placentero. Las risas con las que le respondió Sorey fueron lo más absolutamente sincero del universo. Y de su amor inagotable solo fueron testigo las flores.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now