Día 5 - Lloraron los jacintos

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~Day 5 - Purple hyacinth: sorrow, forgiveness~

Pasó un año. Luego dos, y luego tres. Pasaron cuatro, cinco, y de pronto fueron diez. Y siempre dolía tanto como el primer día sin él.

Mikleo se encontró a sí mismo al borde del acantilado que alguna vez fue Camlann, observando el torrente de luz que poco a poco purificaba al mundo, que purificaba la tierra y le devolvía a Maotelus su sagrada bendición. ¿Cuántos años habrían pasado ya desde aquella batalla? ¿Hacía cuánto habían derrotado a Heldalf? En ocasiones todavía le parecía tremendamente irreal todo lo que pasó después. Sobrevivir cuando estaba dispuesto a entregar su vida junto a Sorey, aceptar la muerte del abuelo, el nuevo juramento de Rose... Hacía ya cientos de años de eso. Rose había muerto, Alisha también, y gracias a Zaveid había oído rumores de la existencia de una serafín de viento que se le parecía de manera sospechosa, pero que no los conocía de nada. Nunca fue a verla, nunca tuvo el valor de hablar con ella. Pensar en los recuerdos de los días que vivieron todos juntos le quemaba. El pecho le dolía ante el mero murmullo, ante el susurro del nombre que había amado y que había perdido. Y sin embargo, seguía allí, seguía yendo a Camlann cada año a torturarse y a desear un milagro.

Sabía que aquello no era real, que estaba soñando. Cuando abriese los ojos, Sorey estaría a su lado, tumbado junto a él sobre el pasto de algún prado del que se habrían adueñado durante su viaje. Probablemente lo encontrase despierto, siempre estaba despierto cuando él se levantaba. Antes no, antes había sido de sueño fácil, largo y pesado, pero desde que se convirtió en serafín, había perdido aquel hábito. Si bien le resultaba curioso, no podía quejarse de la sonrisa y los besos con los que le recibía nada más abrir los ojos. Todo lo que deseó durante más de un milenio volvía a ser real. Su toque, sus caricias, sus abrazos, sus palabras ilusionadas. Todo había vuelto, y ahora su cerebro quería jugarle una mala pasada y recordarle los sufrimientos del pasado.

Estaba envuelto en flores del color de sus ojos, ramilletes de pétalos que le atrapaban y le asfixiaban. Apenas podía respirar, se ahogaba. El escenario de los restos de Camlann fue sustituido por una prisión de flores en las que la pena no tardó en dar paso al agobio y al temor, solo para que el dolor volviese a golpearle con más fuerza en el pecho. Vio frente a sus ojos como Sorey hundía la espada en el pecho de Heldalf, como caía y se fundía con Maotelus, como se convertía en el receptáculo del único dragón blanco que jamás surcará los cielos. El Pastor dormía con una sonrisa, y un único pensamiento tenía cabida en su mente.

"Mikleo"

En su celda de flores, nada más escuchar su nombre, el serafín rompió a llorar. No supo por qué, solo notó como las lágrimas recorrían en tropel sus mejillas. Chilló el nombre de su amigo, trató de alcanzarlo, de rozarle. Gritó de dolor cuando se le borró la sonrisa, contemplando con horror cómo la malicia había estado a punto de alcanzarle en algunos períodos oscuros de la historia. Se revolvió e intentó ayudarle, intentó o bien protegerle o bien despertarle, pero nada funcionó. El efecto fue nulo, pues aquel Sorey realmente no existía, ninguno de los dos lo hacía. Si lo pensaba con un poco de calma, aquel era simplemente el efecto de verse sobrepasado, la manifestación que su mente había decidido hacer del miedo a volver a perderlo. Las flores no eran nada más que el último impulso que había guardado su cerebro antes de dormirse. Podía explicarlo todo con palabras lógicas, podía ponerlo todo en claro, pero ahí seguirían aquellos sentimientos, desbordándose sin remedio. Por eso se obligó a despertar.

Una exclamación ahogada rompió el silencio de la noche. Sorey lo miró desde el árbol en el que se había apoyado, a unos metros de él. Entre ellos había brasas, los restos de la hoguera que habían preparado, y unos metros más allá, en el extremo de su campamento, había un matorral de jacintos violetas. Todo tenía una explicación razonable. Se lo repitió varias veces en su mente como quién intenta tranquilizarse a sí mismo pero, cuando vio al serafín rubio levantarse y acortar la distancia que los separaba, supo que sus sentimientos se habían desbocado por completo.

-¿Estás bien, Mikleo? -Cuestionó el antiguo Pastor en un susurro, sentándose a su lado. Cuando pasó una mano por su mejilla, el serafín de agua supo que también había llorado en la realidad.

-Solo ha sido mal sueño. Perdona, no quería molestarte.

-Pero ¿qué dices? Nunca podrías molestarme. ¿Con qué has soñado?

-Contigo. -Sorey alzó una ceja, curioso, queriendo reclamar una explicación más extensa. Mikleo volvió a tumbarse, pero esta vez entrelazó su mano con la de su amigo-. Te vi durmiendo mientras purificabas a Maotelus.

-Pensaba en ti.

-Lo sé.

-Me pasé un milenio pensando en ti... para luego olvidarte. -Por un instante, la expresión de Sorey se torció en una mueca arrepentida y en una sonrisa amarga. Esta vez fue el turno del albino para rozar su rostro con la mano libre, apretando entre sus finos dedos la que se mantenía entrelazada-. Lo siento.

-Me recordaste. Nos recordaste a todos, y eso es lo que realmente importa.

-No dijiste lo mismo cuando me echaste en cara el tiempo que llevabas esperando. -Comentó el rubio sin mala intención, recuperando su espíritu bromista a la par que alegre.

-Porque no sabía que habías estado pensando en mí hasta el final.

Durante unos instantes, nació el silencio. Sorey se inclinó para rozar los labios ajenos y capturarlos en un tierno beso del que solo la luna fue espectadora. El serafín de agua le apretó la mano al notar sus labios unidos, acunando su mejilla entre su pequeña y tierna palma. Había crecido mucho, Sorey lo sabía y se enorgullecía, pero en el fondo seguía siendo tan dulce y delicado como siempre fue.

-Morí pensando en ti, Mikleo. Y ahora vivo para hacerlo.

-Yo siempre he vivido para ello, no es nada especial.

-Mentira. Es lo más especial del mundo.

Una suave risa escapó de los labios del albino, secas ya sus lágrimas y calmada por fin su alma. Puede que en esas tenues carcajadas, se escondiera la redención.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now