Día 2 - Caímos en la trampa más absurda

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~Day 2 - Geranium: folly, stupidity~

-¡Corre!

Mikleo era pálido, era tremendamente pálido, como un tipo de espíritu descendido directamente desde el Cielo en el que algunos humanos habían empezado a concebir como la salvación tras la muerte, y cuyos habitantes serían sin duda guardianes y guías. Incluso dentro de su raza y sabiendo que los serafines solían estar dotados de teces pálidas y delicadas, su piel parecía hecha de la más fina y hermosa nieve. Tiempo atrás, Lailah le dijo que aquel era un rasgo común entre los de su clase, los serafines de agua, aquellos con una pureza más frágil y más cristalina y una apariencia que venía a transmitir lo límpido de su elemento. Era poético y elegante y, guiado un poco por el ego, Mikleo aceptó la explicación haciendo caso omiso a las burlas que Edna le lanzaba por lo bajini. Durante algún tiempo estuvo llamándolo "el Mikleo fantasma", acortado como Fantaskleo. Por tanto, ya de por si habitualmente no tenía ningún color en la cara. Cuando escuchó a Sorey chillar y salir huyendo como alma que lleva el diablo de la trampa que acaba de activar como un perfecto principiante de la exploración de monumentos antiguos, terminó de perder todo el nulo pigmento en la piel.

El serafín de agua tragó saliva y salió corriendo, poniéndose a la altura de su amigo. No sabía qué demonios había pasado, pero tampoco estaba seguro de querer averiguarlo. La última vez que les pasó algo como aquello, la marca de su propia mano contra su propia frente le duró tres días, e incluía que aquella vez sería más de lo mismo. Por supuesto, Sorey también estuvo tres días quejándose de la patada que había recibido en el culo. Por favor, solo por una vez en sus benditas e inmortales vidas ¿no podían explorar unas ruinas de forma tranquila? ¿Era tanto pedir? ¿Ofenderían a los Empíreos si una excavación les fuese bien? Tampoco pedía nada del otro mundo, no necesitaba que descubriesen unos vestigios impresionantes de una civilización hasta el momento desconocida. Solo tranquilidad, solo quería eso. Tranquilidad y quizá un picnic con helados a la salida de las ruinas, pero eso ya era opcional. Mikleo no lo entendía. Ellos dos estaban tan a gusto admirando los murales de aquel antiquísimo tiempo —habían llegado incluso a datarlo como de la Templanza de Avalost y, por una única vez, habían estado de acuerdo— y especulando su origen y la historia que contaba cuando, nadie sabe cómo, Sorey activó una trampa. El mecanismo debió ser similar a los condenados ojos de Lefay, que tras un maldito milenio Mikleo seguía sin superar, porque si no, no se explicaba cómo podría haber caído su compañero en un engaño semejante. Pero ahí estaban, gritando como críos asustados que han visto un fantasma. Lo que parecía una tarde agradable se convirtió en una carrera desesperada por salvar sus vidas mientras varias bolas negras gigantes los perseguían rodando desde tres direcciones distintas. Era esquivar una por los pelos y tener que tirarse al suelo antes de que una segunda les pasase por encima. Y luego levantarse, correr para no morir aplastados por la tercera, y vuelta a empezar.

-¡¿Qué demonios has hecho?!

-¡No lo sé! ¡Pensé que esas baldosas con forma redonda abrirían una puerta secreta!

Al serafín se le cayó el alma a los pies. ¿Baldosas sobresalientes en el suelo con forma redonda? ¡Si es que no podía ser más sospechoso! ¡Cómo no se le había pasado por la cabeza examinarlas con cuidado!

-¡¿Pero tú eres idiota?!

-¡No se me ocurrió que pudiera ser una trampa!

-¡Estamos en un templo milenario! ¡Por supuesto que hay trampas!

Al fin y al cabo, los antiguos siempre fueron creativos con el tema de la seguridad. Demasiado creativos. Maldita su creatividad y maldita la gracia que le hacía.

-¡No siempre las hay!

-¡Dime uno solo que no las tenga!

El serafín de tierra se quedó con la mente en blanco mientras huía. Fue lo peor que pudo hacer. Mientras repasaba a la carrera todas aquellas ruinas que habían visitado, pisó una nueva baldosa de efectos desconocidos ante la horrorizada mirada de Mikleo. Eso les pasaba por huir sin prestarle la debida atención a las cosas. ¿Es que no había aprendido nada en todos esos años? Aunque por lo menos efecto pudo ser peor, pero les provocó un déjà vu. El suelo se abrió bajo sus pies, dejándoles caer al vacío, a la nada más absoluta. El terror atenazó la garganta del serafín de agua, recordando todas aquellas veces que había creído ver su vida acabar al caer por un precipicio. Esta tampoco fue la última. A toda velocidad, Sorey se las arregló para atraparlo entre sus brazos a mitad de la caída. Mientras descendían el uno conjuró a la tierra y el otro al agua, salvándose por la burbuja de elementos que los envolvió a ambos y que acabó por depositarlos en un suelo a más de diez metros por debajo de las ruinas, empapados, embarrados y oliendo a perro mojado. Estaban atrapados en una especie de hoyo dónde crecían todo tipo de flores silvestres. Con los ojos entrecerrados, el albino acabó por divisar matas dispersas de geranios mustios por la falta de luz. Pese a estar medio muertos, seguían revitalizando el lugar con los llamativos colores de sus flores. Incapaces de contenerse, pasado el subidón de adrenalina y encontrándose ya juntos en el suelo, rompieron a reír abrazados. Al cabo de unas largas carcajadas, Sorey encontró las fuerzas para hablar.

-Palamides. -Jadeó con una gran sonrisa, provocando la interrogante mirada de su compañero-. En Palamides no encontramos trampas, solo acertijos.

Un bufido hizo eco en el pequeño hoyo mientras Mikleo ponía los ojos en blanco y luchaba contra una especie de sonrisilla torcida. Recordó el significado de los geranios y, a pesar de que tenía serias interrogantes sobre cómo sobrevivían en aquel ambiente, no le cupo la menor duda a cerca de que eran las flores perfectas para el momento.

Sin duda alguna, Sorey era idiota, pero era el mejor idiota de todos.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now