Día 7 - Y con el aroma a lavanda

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~Day 7 - Lavender: hope, untaited~

La magia entre los serafines bien podría considerarse como un reflejo del alma. La magia de Sorey, por lo tanto, era como un espejo de su pureza incorruptible, de su bondad y de sus deseos por crear un mundo limpio de toda malicia, un mundo en el que convivir en paz. Mostraba su fuerza innata, su capacidad para enfrentarse y sobreponerse a las injusticias. Su magia y sus artes superaban el concepto de un serafín de tierra común, su dominio, aunque afianzado a su elemento, tenía matices que lo hacían radicalmente distinto. Brillaba con luz propia, con una luz plateada que no hacía más que brindarle esperanza a quién quisiera aceptarla. Y Mikleo siempre sonreía al encontrarse amparado por esa luz. Sentía que le calmaba el alma.

En el suelo yacía un serafín de viento herido. Había estado a punto de convertirse en dragón, pero la pareja llegó a tiempo. Se enfrentaron al draco y lo purificaron con éxito, apenas salieron de allí con un par de heridas leves. Les resultaba curioso, sobre todo porque en el pasado vencer a un draco solo los dos habría resultado una hazaña imposible. Las llamas plateadas bañaron todo el lugar al ser invocadas por el antiguo Pastor, y el reflejo de un dragón blanco pareció dibujarse en el aire durante unos segundos. El serafín de agua lo vio por el rabillo del ojo, y sonrió al hacerlo. No era la primera vez que se les aparecía, y cada vez estaba más seguro de poder confirmar su hipótesis. Maotelus los había bendecido, había tomado a Sorey como la personificación de sus deseos y le había otorgado un poder que sería para siempre. Cuando le usó como receptáculo, Maotelus no solo se hospedó en su cuerpo, también en su alma, y su divinidad nunca se evaporaría del todo. Por eso Sorey había vuelto a convertirse una vez más en la esperanza. Era la del Empíreo, la de Mikleo y la suya propia. Y una vez se desvaneció en el cielo la visión del dragón, la purificación concluyó. El serafín de viento cayó inconsciente, pero la pareja se encargó de curarlo. Las artes sanadoras siempre fueron uno de los fuertes del albino, que no tardó en tratar tanto las heridas ajenas como las propias. Cuando terminó, permaneció sentado en el suelo, entre los matorrales de flores violetas. Tenían el color de sus ojos y desprendían un aroma agradable que no le era ajeno. Como se negaban a dejar a aquel serafín a la intemperie, decidieron quedarse con él hasta que despertara. Distraído, Mikleo comenzó a hacer una corona flores de lavanda, entrelazando los tallos con los dedos. El perfume que se extendió por el ambiente hizo sonreír al rubio. También se trataba del por el color, pero asociaba esa planta a su compañero por diversas razones. Porque si él era puro, entonces Mikleo era imposible de corromper y de manchar.

-Sorey -aunque aparentaba estar concentrado en su pequeña manualidad, la voz del albino fue la que le sacó a él de su ensimismamiento-, ¿cuánto recuerdas sobre la purificación de Maotelus?

El serafín de tierra frunció el ceño, momentáneamente confuso. Por regla general, no solían tocar el tema. Era, quizá, su único tabú. Estaba realcionado con muchos momentos difíciles, con la muerte del abuelo y con la suya propia. Hablar de ello, incluso con todo el tiempo que había pasado, todavía les resultaba doloroso.

-No demasiado, la verdad. -Contestó tras unos segundos de silencio-. Bloqueé todos mis sentidos, así que lo poco que recuerdo son los momentos de después de la batalla. Y luego despertar en Elysia.

-Ya veo...

-¿Por qué lo dices?

-Simplemente estaba pensando en Maotelus y en ti. Parece que te cogió cariño.

-Bueno, pasamos mil años durmiendo juntos. -Bromeó Sorey, recibiendo una carcajada atragantada por parte de su amigo-. Otra cosa me extrañaría.

-Nunca admitiré que tienes razón, que conste. -Mikleo le devolvió la burla. Mantuvo la sonrisa en los labios, sí, pero la mirada en sus ojos se volvió levemente más pensativa. Estos seguían fijos en sus propias manos, en los tallos que trenzaba para ocultar su color verde tras las bonitas flores malvas-. ¿Crees que podrías armatizar con él?

-Ahora soy tan serafín como tú, Mikleo. No creo que dos serafines puedan armatizar. Como mucho, podría hacerlo con el nuevo Pastor. ¿Cómo me habías dicho que se llamaba?

-Jude, si mal no recuerdo. ¿O ese fue el de hace cuarenta años? -El albino frunció el ceño, antes de negar para sí mismo con la cabeza-. Poco importa. No sabemos si dos serafines pueden armatizar, Sorey.

-Pero se supone que la armatización es la fusión entre humano y serafín, esa es su base.

-Puede, pero hablamos de un Empíreo y de ti. No me sorprendería que desafiarais toda lógica. -Sin parecer muy convencido, el antiguo Pastor frunció el ceño ante las palabras de su amigo. Mikleo no le hizo ningún caso a sus gestos incrédulos y siguió trabajando en silencio en su corona de flores. Al cabo de unos minutos, se puso en pie-. Terminé.

Su declaración vino de la mano de una sonrisa cálida. Parecía de especial buen humor, pero Sorey no sabía por qué, sobre todo teniendo en cuenta que acababan de enfrentarse a un infernal. Sus dudas se disolvieron en el aroma a lavanda cuando el serafín de agua llegó hasta él sorteando al inconsciente y le colocó la corona en el pelo, entre sus rebeldes mechones rubios. Las sonrisas conjuntas dieron paso a una suave risa, una que quedó silenciada con un beso. El antiguo Pastor tocó las flores, dejando sus yemas de los dedos impregnadas de la suave y elegante esencia que ahora los envolvía. Segundos después posicionó sus brazos alrededor de la cintura contraria.

-¿Y esto?

-Me apetecía. -Se sinceró Mikleo, encogiéndose de hombros-. Pensé que te quedarían bien.

-¿Por qué?

-Eso lo voy a dejar como un secreto.

-¡Hey, no es justo! -Sorey frunció los labios en un gracioso puchero al quejarse-. A mí siempre me acabas sacando todos los secretos.

-Me los confiesas tú accidentalmente porque eres un bocazas. -Le corrigió el albino, depositando un dulce beso en su mejilla, tremendamente cerca de la comisura del labio-. No es culpa mía que no sepas callarte.

Sin embargo, por más pucheros que puso, Mikleo se negó a ceder. No podía confesarle que era su esperanza en la vida, su luz blanca e impoluta, porque en el fondo ambos sabían de sobra que eran el faro del otro. Tampoco se atrevía a decirle que en realidad le encantaba que las lavandas hicieran juego con sus ojos, así que prefirió entretenerle con jugueteos hasta que el tercer serafín se despertó. Y luego reanudaron su camino, su marcha hacia un mundo limpio de malicia.

The Languaje of Flowers [SorMik Week 2019]Where stories live. Discover now