Capítulo IV: "Replicas"

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Nada era lo mismo, ni lo volvería a ser en Pueblo Escondido. Les hacía falta uno, en un sitio donde no existía la maldad, donde la gente simplemente era incapaz de dañar a su prójimo había ocurrido una desaparición misteriosa. Tenían a un posible sospechoso de lo más misterioso que alegaba demencia, un grupo de padres de familia consternados pidiendo justicia y un Pueblo ahora.... Inseguro.

Todos y cada uno de los habitantes ahora se sentía simple y sencillamente vulnerable. Todos veían por las ventanas con recelo, esperando despertar al día siguiente con la noticia de que Carmen había aparecido con una disculpa o qué simplemente se hubiese fugado en un arranque de rebeldía. Pero sabían que ella no era así y eso lo volvía mucho más complicado de lo que ya era.

La tarde del día siguiente, el Pueblo recibió una visita o más bien, una llegada. Un taxi amarillo llegó a la calle principal con un individuo a bordo. Era un joven de traje formal que miraba la escuela preparatoria maravillado.

—Preparatoria San Ángel—dijo el chófer con enfado—. No sé que lo trae a éste sitio, nadie viene por voluntad propia. Y menos después de hoy—.

El joven se quedó confundido mirando al chófer, le parecía extraña la referencia.

—¿Sucede algo?—.

—Una joven desapareció ayer—dijo y escupió en una pequeña urna que estaba sobre el asiento del copiloto—. Es solo cuestión de tiempo para que empiece la paranoia, es un pueblo pequeño. Cualquiera podría ser el asesino—.

—Pero acaba de decir que ella desapareció—.

—Seamos sinceros, señor....—.

—Sebastian Cuellar—.

—Señor Cuellar. En un pueblo así, donde nadie hace nada malo. Si una joven desaparece y no la ven en el lapso de la noche a la mañana no va a aparecer respirando—.

Sebastián se quedó en silencio y pasó saliva, después solo saco algunos dólares de su bolsillo y se los entrego al conductor.

—Gracias por traerme—señaló y salió del vehículo.

—Buena suerte señor Cuellar—el chófer cerró la puerta y se marchó.

El joven suspiró mirando a su alrededor, mientras que el taxi se alejaba más a cada instante. Se preguntaba si había hecho bien en llegar a ese lugar que ahora parecía un pueblo fantasma a las 4 de la tarde. Pero dejando todo atrás, se aferró a su maleta y caminó hacia la escuela.

******

Ángel David se detuvo frente a su nuevo hogar, una casa de dos pisos en un área alejada del resto del pueblo. Era un rancho delimitado por un cerco compuesto por barrotes y alambres de púas. El inmueble se miraba viejo y olvidado. Sin mencionar que el bosque se asomaba detrás de él. Costaba creer que hace un par de semanas, un anciano malhumorado vivía en ese lugar. El patio delantero tenía un juego de columpios oxidados y un viejo tractor con los neumáticos averiados. Dentro de la propiedad se miraba el automóvil negro del agente del trámite de la herencia.

Grecia miraba la casa maravillada mientras que Cecilia estaba preocupada por las viejas tejas del techo que amenazaban con caerse. Ángel David no dejaba de pensar en que iba a requerir mucho trabajo.

—¿Les gusta?—preguntó él sonriendo, ocultando su desagrado por la casa.

—Necesitará algo de trabajo, pero va a estar bien—ella borro su semblante de sorpresa y sonrió para tomar a su esposo de la mano y regalarle una sonrisa sincera.

—Vamos a estar bien—dijo él y miró a la pequeña Grecia—. Se los prometo—bajó del automóvil—.

La familia descendió del vehículo y caminaron hacia la puerta principal. El casero le regaló un par de llaves a Ángel David, así que las tomo para abrir la puerta pero no fue necesario utilizarlas. Cuando puso su mano en la manija, la puerta se abrió.

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