Capitulo 4.-

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Salió de su despacho y miró a su alrededor para percatarse de que nadie lo veía. Se sentía como un tonto adolescente de 15 años… escondiéndose para no ser descubierto por sus padres. Volvió a observar por el pasillo. Soltó un suspiro. Al parecer todos estaban ocupados y él podría ir a verla sin ser interrumpido. Desde que había llegado quiso estar a solas con ella. Pero si no era una cosa, era otra. Y jamás lo lograba. Tenía ganas de ver aquellos ojos miel que amaba en secreto desde hacía tanto tiempo. Sin dudarlo entró a la cocina, haciendo un poco de ruido.

Ella se sobresaltó y se giró a verlo con el corazón en la boca. Se sintió algo aliviada al saber que era él. Aunque de repente se sintió nerviosa. No quería estar a solas con Na Dokyun. Carraspeó su garganta y volvió a mirar de nuevo al agua que comenzaba a hervir. Dokyun se acercó un poco.

—¿Qué estás cocinando? —le preguntó y respiró profundamente para encontrarse con el inconfundible aroma al romero. 

—Pastas —contestó ella simplemente.

—Mmm… mis favoritas. 

Ella lo miró de reojo y su corazón dio un vuelco. ¿Por qué… por qué le seguía pasando aquello? Era como que no podía superarlo. Lo había amado siendo una niña y lo seguía amando siendo una adulta. Ellos dos se conocían desde que su padre había sido contratado para ser peón de aquellas tierras. Dokyun tenía 15 años y ella 13… se habían amado tanto. Pero luego el se fue. Y después de unos años volvió casado. Ella también había hecho su vida. A veces se reprochaba por no haberse jugado por su verdadero amor. 

—Lo sé —le dijo luego de unos segundos. 

Dokyun se quedó quieto, observándola. Quería decirle algo, pero no sabía que. Tenía aquella estúpida sensación en el pecho. Se preguntaba a si mismo, qué era lo que le impedía confesarle que la seguía amando. Su esposa había muerto cuando Jaemin apenas era un bebé. E Irene se había separado del padre de Jeno hacía muchos años.

—Irene...

—¿Qué? —preguntó ella.

—¿Crees que aún estamos a tiempo?

Ella se giró a verlo como si hubiese dicho algo sumamente malo. Sus ojos estaban bien abiertos y había dejado caer el repasador sobre la mesada. 

—¿Qué? —murmuró.

—¿No lo crees?

—Yo…

Él dio un paso hacia ella. Se limitó a observarla fijamente.

—Voy a quedarme a vivir aquí —los ojos de ella se abrieron aun más —Y creo que voy a necesitar una… buena mujer para que me acompañe en la habitación grande.

Sus mejillas se tiñeron de un rojo casi intenso. 

—Dokyun —chilló avergonzada. Él rió por lo bajo. 

—Cásate conmigo, Irene —ella sintió que iba a desmayarse —Fui un cobarde hace 30 años atrás… por no pelear por ti. 

—Éramos jovenes, Dokyun—musitó ella y dejó de mirarlo. 

No podía mirarlo. Le dolía hacerlo. Le dolía recordar la manera en la que ella lo había esperado tontamente… y luego lo había visto llegar de la mano con una hermosa joven de cuidad. 

—Era un estúpido—murmuró él —Y lamento haberte hecho sufrir, lamento… lamento todo lo que pasó. 

—Ya no más —le pidió ella y se aguantó las ganas de llorar. Ya no era una niña, no iba a llorar delante de su dolor. Se armó de valor para mirarlo —La cena ya está lista, señor. Voy a avisarles a los muchachos…

Salvaje - Nomin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora