Capitulo 10.-

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Jaemin se acercó un poco más al pecho de Jeno, ya que de repente un frío viento se había levantado. En menos de dos minutos todo el cielo se cubrió de las negras nubes que Jaemin había estado contemplando unos cuantos minutos antes.
Jeno percibió el movimiento del castaño y miró hacia el cielo. Alzó ambas cejas. Esas nubes solo podían significar que en cualquier momento comenzaría a llover. Se acercó un poco más a él para brindarle seguridad. Su corazón latía muy fuerte, por varias razones, tenerlo así de cerca, sentir su perfume y el miedo/rabia que lo había invadido cuando aquel maldito infeliz lo había tocado. Jamás había sentido tanto odio hacia alguien. Si no fuera porque el menor lo detuvo, estaba seguro de que Min no hubiese quedado de pie.

Y de repente un rayo pareció partir la tierra. Jaemin ahogó un grito mientras que el caballo se paraba, asustado, sobre sus patas traseras. Jeno tomó con más firmezas las riendas y trató de calmarlo. Pero otro trueno llegó, el caballo comenzó a correr sin dirección, mientras que la densa lluvia se hacía presente. 

—¿Qué está pasando, Jeno? —preguntó asustado.

—Solo está asustado —dijo él —Y no obedece a mis órdenes de detenerse.

—Yo también tengo miedo —murmuró como si de un niño pequeño se tratara.
 
—Tranquilo, enano, no estás solo.

Jeno divisó que el caballo se dirigía hacia las afueras de las estancias, más hacia la nada que hacia el pueblo. Trató de detenerlo de nuevo, pero no tuvo éxito. Y la lluvia comenzó a ser torrencial, apenas se podía ver el camino. Entonces Jeno supo que tendrían que saltar.

—Jaemin, tenemos que saltar.

Él se incorporó un poco y lo miró aterrado.

—Debes estar bromeando —dijo.

—No puedo detener al caballo.

Entonces el castaño le quitó las riendas y comenzó a tirar de ellas con fuerza. Jeno lo miró divertido.

—¿Cómo se llama el animal?—preguntó nervioso.

—¡Helios! —dijo él. Jaemin volvió a tirar de las sogas.
 
—¡Para, Helios, para ya! —dijo elevando la voz lo más que pudo.

Y como si el caballo hubiese sido hechizado se detuvo. Jeno estaba realmente asombrado. Jaemin se alejó un poco y se bajó de un salto. Estaba completamente empapado y el agua seguía cayendo como si de una catarata se tratara.
Otro rayo hizo temblar todo. Jaemin gritó y entonces el caballo comenzó a correr de nuevo con Jeno a cuestas. 

—¡Jeno! —exclamó el castaño y comenzó a correr detrás de él. 

Su corazón dio un vuelco al ver que él saltaba del caballo. Helios siguió corriendo y Jaemin lo perdió de vista bajo la lluvia. Corrió hasta llegar a Jeno que estaba tumbado boca arriba sobre la tierra lodosa. Se arrodilló junto a él y se desesperó al verlo con los ojos cerrados. Tal vez se había golpeado la cabeza o algo por el estilo. 

—Jeno, Jeno, Jeno… —repitió su nombre nervioso y tomó su rostro con ambas manos. Lo acarició, tratando de secar su piel. Y entonces su ojos se llenaron de lágrimas —Por favor, salvaje, abre los ojos… sabes que le tengo miedo a las tormentas.

Él ni se movió. Tampoco hizo algún movimiento de abrir los ojos. Jaemin se mordió los labios para ahogar su sollozo. Y volvió a acariciar sus mejillas. ¿Qué iba a hacer el castaño solo con él desmayado? Por dios, lo necesitaba despierto. Necesitaba que lo abrazara y le dijera que la tormenta ya se iba a ir, que solo era una estúpida lluviecita.

De repente el mayor abrió los ojos y lo miró. Una suave sonrisa se curvó en sus labios al verlo con los ojos cerrados, rezando en voz muy bajita.

Salvaje - Nomin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora