Capítulo 1 - Eider

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Me desperté en mitad de la noche, sobre la arena espesa de una playa sin olas. Hacía frío, estaba oscuro y era una noche sin luna ni estrellas. Estaba sola. No había ni un miserable mosquito que me hiciera compañía. Y entonces me pregunté: "¿Qué hacía yo en una playa en mitad de la noche?" Intenté recordar qué hice el día anterior pero no me venía nada a la mente. No recordaba ni a mi familia ni a mis amigos, si es que los tenía. Lo único que conseguí, fue entrar en una especie de trance en el que recordé un sueño que tuve la noche anterior, un sueño en el que aparecía de repente en una ciudad en llamas. La gente corría y gritaba asustada sin verme, tratando de huir de algo que no fui capaz de distinguir. Uno de ellos me atravesó como si yo fuera un fantasma.

La mayoría de las casas que no estaban consumidas completamente por las llamas, estaban hechas de piedra con las puertas de un material que no logré descifrar. En algunas ocasiones se podía apreciar su decoración: unas rayas de color azul, verde, rosa, morado, amarillo, rojo y negro que separaba el piso de abajo del de arriba.
No sé muy bien cómo, pero conseguí atravesar las llamas hasta el corazón de la ciudad, donde todo estaba totalmente destruido. Lo único que no parecía ser una ruina era una especie de altar redondo que emanaba una columna de luz verde. Junto al altar, había un charco de sangre que me revolvió el estómago al imaginarme cómo habría llegado hasta ahí. Al acercarme a la luz, escuche a alguien que pronunciaba mi nombre como si fuera un secreto. Nada más intentar acercarme, fui absorbida por la columna de luz, mientras esta se extinguía hasta quedar en oscuridad.

Volví del extraño trance gracias a que sentí algo en el pie. Lo que me recordó, que estaba con mi pijama entero de unicornio rosa y descalza. Un atuendo de lo más apropiado para aparecer en una playa desierta en mitad de la noche.
"Por lo menos esta cosa abriga algo, podría ser peor" me dije a mí misma para intentar mejorar un poco las cosas. Pero desgraciadamente, no funcionó muy bien.

Miré hacia abajo, y vi la causa de las cosquillas: una asquerosa araña, de más de 40 centímetros de largo y otros 20 de alto, que intentaba escalar por mi pierna.

Grité y me puse en pie tratando de no vomitar. Nunca antes había experimentado tanto asco y terror a la vez. Esas cosas me dan pánico. Como si no fuera yo, empecé a pegar patadas, puñetazos y pisotones a doquier y conseguí arrancarle una pata al asqueroso bicho volviéndolo aún más repugnante y aterrador. La parte positiva, es que tenía algo para golpearlo con más fuerza. La negativa en cambio, es que tenía esa pata en mis manos y no paraba de chorrear un líquido amarillo mugriento. Por un momento sentí lástima por ese bicho. Quiero decir, debe de ser humillante que una adolescente de 16 años con un pijama de unicornio rosa super cursi te arranque una pata y te empiece a golpear con ella como una histérica. Ese sentimiento solo duró hasta que vi cómo le volvían a crecer dos patas más, donde antes había estado la que tenía en mis manos.

- Y el cuento de hadas continúa. Genial.-dije con un tono irónico de exasperación mientras buscaba un zapato XXL, o algo por el estilo, para aplastar a esa cosa de nueve patas.

De repente, sin previo aviso, la tierra empezó a vibrar fuertemente y vislumbré algo que se movía a lo lejos, más allá del mar. Lo que hizo que me cayera de espaldas al suelo del susto y que la araña saliera corriendo hacia el mar, con un chillido agudo que casi me reventó los tímpanos, muerta de miedo.

Sólo cuando me giré en busca de algo que me diera una pista sobre qué estaba pasando, me di cuenta de que no estaba sola.

Lapurna - Las Tierras TectónicasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora