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Entiendo por qué mi padre esta tan contento de que Julen haya venido a cenar. Es un chico que sonríe bastante y corta con mucha clase lo que hay en su plato antes de meterselo a la boca. Tiene los ojos más verdes que jamás había visto y usa suéteres cerrados con camisas de lino debajo. Es justo la clase de chico con el que mi papá querría que me casara: guapo, de clase media-alta y se ofrece a pasarte el salero.

Nos contó que terminó la universidad hace un año, y tiene el puesto de gerente en un banco de aquí cerca. Se mudó porque la distancia y la renta le convenían. Que le gustan las películas de acción y no tenía muchos amigos en la escuela. Que su padre y su madre siguen vivos y que no se llevan bien.

Al final, mi papá decidió levantarse al baño y dejarme sola con él. Se me quedó viendo por unos minutos, mientras el gato le maullaba y yo trataba de masticar mi comida sin ahogarme.

“Eres muy linda” dijo al final. Y mi gato seguía maullando, como si alguien le estuviera pisando la cola.

Levantó la copa de vino espeso y continuó: “¿Crees que a tu padre le moleste que te invite por un postre después de la cena?”

Y yo me sonrojé, cómo no. El tenedor tintineó en mis dientes. Casi sentí que la luz parpadeó alrededor.

“Aletia...”

“¿Sí?”

“¿Qué día es hoy?”

“Primero de agosto”

“Hoy, primero de agosto, casi te invito a salir. ¿Verdad? Primero de agosto.”

Al final, no lo hizo. Me dio un beso baboso en la mejilla antes de irse y salió, cruzando el estrecho pasillo que nos separa, dándole vuelta a la llave y abriendo, lo necesario para pasar y nada más, la puerta.

JulenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora