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El horario de atención del banco donde trabaja Julen es, en realidad, corto. Para las 6 de la tarde ya han cerrado, pero él no llega sino hasta las 7:15, porque pasa primero a comprar un sandwich en la tienda enfrente de la carretera. Esa es ha sido su rutina diaria, durante todo el tiempo que lo he observado.

Excepto hoy.

Hoy, a las 6:35, entra al edificio hablando con una chica.

Yo corro a la puerta principal del apartamento, asomándome por la mirilla con un ojo cerrado y aguantando la respiración, por si se le ocurre mirar hacia acá.

Mi gato esta afuera, en el pasillo, y en cuanto lo ve, se lanza a sus piernas y las ataca. Él lo toma por la panza y lo aleja, diciéndole a la rubia algo que no alcanzo a entender.

“Oh, es el gato de mi estúpida vecina, una mocosa que vive en la puerta de allá”, me puedo imaginar.

Escucho sus pasos, hasta que quedan delante de mi puerta, y veo cómo él gira la llave y no le permite abrir más de lo necesario. Apenas un espacio por donde caben sus piernas largas y su estrecha cintura. Luego, entra él, y cierra con suavidad.

“Pasa, Uli”, le he dicho al gato, y me ha obedecido.

Me quedo pegada a la puerta por horas. Cuando me canso, me siento en el sillón con desgano. Acaricio la tela de éste, despegando pelusas y sin encender la televisión.

No me quedé dormida, y la rubia no salió en toda la noche.

JulenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora