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El hipócrita de Julen ha venido el día de hoy a pedirle a mi padre que le ayude con algo de sus impuestos que no entiende. Se le ocurre molestar tan temprano en la mañana, cuando ayer estuvo toda la noche con la rubia esa.

“Ven, Aletia, siéntate con nosotros”, pide mi padre.

“No tengo ganas”, respondí.

“Oh, vamos, Aletia. Esto de ordenar recibos es lo más divertido de ser adulta.”, bromea Julen.

Accedí, desparramando mi cuerpo en la silla y dando grandes sorbos a la taza de café espeso y amargo que me calienta las manos. Sin querer, me fijo en cómo Julen ordena todo: de forma meticulosa, en líneas, sin dejar espacios entre un papel y otro. Pero no me he quedado mucho, primero, porque estaba aburridísima, y segundo, porque se va la luz, yo no dormí en toda la noche y hace frío.

Subo a mí habitación, arrastrando los pies, con el gato siguiéndome.

Antes de cerrar los ojos por completo, oigo que tocan mi puerta. La madera cruje cuando Julen se asoma y entra, invadiendo mi espacio y arrodillándose a un lado de la cama.

“Tu padre me dejó pasar al baño”

“Es la puerta de...”

“No”, me interrumpió, negando y sonriendo, “Sólo quiero que conste que hoy vine, ¿Sí, Aletia? Que hoy, sábado 21 de agosto, vine a visitarte en la mañana”

“Sí”, respondo, encogiéndome en las sábanas.

“Repítelo, Aletia. Hoy... Sábado... 21...”

Mis palabras se arrastran, siguiendo las suyas. No me deja en paz, hasta que repito de corrido: hoy, sábado 21 de agosto, Julen Tate estuvo en mi casa toda la mañana.

Vuelve a darme un beso sonoro en la mejilla, y se va, dejándome, por fin, dormir, arrastrarme en la penumbra y cerrar los ojos.

JulenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora