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Julen ha venido a visitarme, mi padre no está. Se lo avisé, y aún así entró, examinando la casa y dejando en claro lo mucho que le sorprendía que, después de cinco días, no hubiese llegado todavía la luz.

Sus zapatos estaban llenos de lodo, tenía el suéter mojado, quizá porque estaba lloviendo y cuando llegó al edificio no traía paraguas.

Se sentó en el comedor, y le ofrecí un té. Se negó a la oferta y me pidió que lo acompañara.

“¿Quién era la rubia con la que venías el otro día, es tu novia?”, pregunté, sin valor. Con indiferencia, mas bien. Desgane.

Su uña rascó la superficie de la mesa de cristal. El gato empezó a maullar. Sonrió, con las gotas de lluvia deslizándose por la punta de su nariz.

“¿Por qué te preocupa?”, cuestionó, y no pude responder. Me preocupaba, porque él se había fijado en mí. Me dijo que era linda, eso no se le puede olvidar. A mí. No a esa rubia. A mí.

“Pensé que me invitarías a algún lado, es todo.”

“Todavía te puedo invitar”

“Ya no quiero que me invites, ya tienes a la rubia.”

“No tengo a la rubia. Te puedo invitar.”

Me fijé en el reloj. Haberlo visto entrar al edificio fue mera casualidad, eran las cuatro y pico de la tarde.

“Hoy no fuiste a trabajar.”, afirmé. Asintió, suspirando, haciéndome percibir su aliento hasta donde estaba. Olía a una mezcla desagradable de cigarro y limón. Tan fuerte, que tuve que arrugar la nariz para que no me dieran arcadas.

“Repite, Aletia: hoy, jueves 26 de agosto...”

Hoy, jueves 26 de agosto, Julen Tate se pasó toda la tarde en mi casa. Vimos la tele un rato y al final, me dio un beso.

JulenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora