Capítulo 1

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I

Un suspiro de cansancio abandonó sus labios sin prisa, sus pasos la llevaban inertes a un punto inexacto, sin rumbo fijo, sin prestar atención al reloj que marcaba las seis de la tarde ni a los vendedores ambulantes de esas atestadas callejuelas, era sábado y día de mercado aunque muchos de ellos ya se estaban retirando.

Su mente estaba repleta de miedos, preguntas sin respuesta y determinación. Había perdido el trabajo por seguir sus ideales, no estaba arrepentida mas las facturas no se pagaban solas y no sabía cómo llegaría a fin de mes. No quiso dar su brazo a torcer, estudio periodismo para informar sobre la realidad, para contar esas historias que el mundo olvida y son tan importantes como el respirar, las historias que llegan al corazón de las masas, que traen consigo ideales nobles... Se negaba a defender una guerra absurda, se negaba a seguir informando sobre mentiras que el gobierno inventa para tener tranquila a la población.... Su negación fue su ruina, sin trabajo y degradada en su profesión, no sabía qué iba a ser de ella y sus pensamientos la guiaban por esas calles repletas de vida, de gritos incesantes... gentes con sus problemas, sus propias complicaciones, risas y llantos, corazones que laten, cada uno de ellos una historia que contar, anónimos, héroes en las sombras.

De pronto sus ojos caramelo se posaron en una mujer, de avanzada edad. Caminaba a duras penas sujetando un bastón y con la mirada perdida entre el gentío buscando a alguien a quien había extraviado.

La anciana mujer siguió andando, ajena a lo que acontecía a su alrededor pero la joven periodista fue testigo de cómo esta perdía su monedero. Una ola de compasión recorrió sus venas, quizás la pobre mujer tenía una baja pensión, no sabía nada de su vida mas lo justo era devolverle lo perdido. Lo tomó sin demora y alcanzó a la mujer, haciéndose notar tocando suavemente su brazo.

Sus ojos, llenos de una larga vida que contar, se clavaron en ella interrogantes cortándole el aliento por unos segundos.

-Disculpe, se le cayó el monedero

La joven periodista le entregó su pertenencia ante la mirada estupefacta de la anciana, esta la miraba como intentando ver más allá de ella, descubrir quién era, como era su vida, a qué se dedicaba...

-Gracias Joven, fue usted muy amable... Su rostro me es conocido ¿Nos vimos antes?

-No lo creo, pero quizás me ha visto en televisión, solía ser reportera.

-¿Solía?

-Reportera de investigación, pero ya no lo soy, me despidieron...

No entendía por qué le contaba su vida a una anciana en medio de la nada, quizás para desahogarse con un completo desconocido, quizás porque supo antes de que los acontecimientos se dieran que el destino la había llevado al lugar indicado, a toparse con la persona que iba a cambiar su vida.

La anciana la miraba, analizándola, pensativa y callada mientras la joven esperaba impaciente, no quería ser grosera mas debía marcharse y tenía la sensación de que esa mujer necesitaba hablarle a pesar de su silencio.

-Reportera de investigación y desempleada... ¿Cree usted en la suerte, en el destino que se entrecruza?

-Creo en lo que veo.

-¿Cree que podría venir mañana a tomar el té a mi casa? Tengo un trabajo que proponerle, quizás esté interesada.

La mujer le entregó una tarjeta con un apellido, Green, y una dirección, marchándose de ahí a paso lento, dejándola completamente estupefacta sin comprender que acababa de ocurrir.

Al día siguiente, tras haberlo pensado concienzudamente, la curiosidad pudo más que el recelo y se presentó en la dirección que esa anciana le había proporcionado, abriendo los ojos maravillada ante la enorme mansión victoriana que se presentaba ante ella.

Tragó saliva con dificultad y llamó a la puerta, esperando paciente a que alguien abriera. No pasaron ni dos minutos cuando el típico chirriar de las puertas antiguas al abrirse hizo aparición y ante ella se presentó una mujer, de mirada clara y cabellos oscuros, piel blanca y tersa, una sonrisa dulce en sus labios y la incógnita en sus ojos.

-Buenas tardes, Soy Elsa Mills, la señora Green me citó aquí.

-¿Mi Abuela? Bueno pase, yo soy Begoña Villacis, no sé qué querrá de usted mi abuela.

-Yo tampoco lo sé, si le sirve de consuelo...

Sin más, la joven morena guió a la periodista por los pasillos de esa enorme y solitaria mansión, en dirección a la biblioteca. En la puerta le pidió que esperara mientras la anunciaba, unos minutos que parecieron horas. Cuando finalmente la joven salió con una sonrisa, Elsa aterrizó ya que su mente estaba muy lejos, perdida en sus propios pensamientos mientras contemplaba los cuadros que adornaban ese pasillo.

-Mi abuela la espera, pasé sin más...

Asintió y le devolvió a esa muchacha la sonrisa, era agradable y dulce. Entró en la biblioteca aun con un nudo en el estómago, maravillándose unos instantes con la cantidad de libros que esa inmensa sala albergaba, acercándose al centro de la estancia.

Una chimenea encendida proporcionaba calor ya que el día estaba helado, junto al hogar, la anciana señora Green descansaba en un sillón con un libro entre las manos, Orgullo y prejuicio de Jane Austen perdida entre sus páginas sin prestarle atención. A sus pies descansaba un dálmata, bello y elegante. El perro elevó la mirada hacia su inesperada invitada, analizando si su dueña corría peligro, mas volvió a echarse sin más. Elsa se acercó con miedo a interrumpir la lectura de la señora, mas esta dejó el libro en un instante clavando su mirada en ella, esa mirada cargada de historia, de pasado, mientras una sonrisa nacía en sus labios.

-Ha venido...

-Me intriga su propuesta.

-Tome asiento.

Sin hacerse de rogar, Elsa se sentó en la butaca dispuesta para ella, en frente de su extraña anfitriona y esperó a que esta rompiese el silencio, sus ojos parecían perdidos en la inmensidad, en ninguna parte, quizás atesorando recuerdos.

-Usted cuenta historias ¿Verdad? Investiga, busca los hechos y los narra.

-Eso intento, buscar la verdad y contarla.

-¿Buscaría la verdad para mí? ¿Escribiría una historia si yo se lo pidiera? Le pagaré, por supuesto.

-¿Qué tipo de historia?

En ese momento, la anciana le tendió una fotografía, parecía antigua, quizás de los años treinta, no lo podía decir con exactitud. En ella se veía el retrato de una joven hermosa, de unos dieciocho años, cabellos morenos, mirada oscura... La antigüedad de la foto no le dejaba adivinar mucho más de ella.

-Mire detrás...

Elsa obedeció en el acto, tras la fotografía un nombre, Irene Espinoza, Madrid, 1934. La periodista alzó la mirada enfrentándose a su extraña anfitriona una vez más.

-¿Quién es ella?

-Eso debes averiguar, necesito que la investigues, que sigas sus pasos, que descubras quién fue y lo escribas, escribe un libro con su vida y entrégamelo ¿Puedes hacerlo?

-Claro, pero tendría que ir a España, indagar desde este primer dato.

-Todos los gastos serás pagados, tú solo debes recoger su vida y entregármela... A parte de los gastos mientras estés investigando recibirás un salario, me encargaré personalmente de firmar los cheques, mi nieta está avisada de este encargo, ella misma se pondrá en contacto contigo semanalmente para cubrir tus necesidades, ¿Aceptas Elsa Mills?

La joven tragó saliva una vez más, la oferta era tentadora, la fotografía que tenía en sus manos atrapante, la idea de descubrir quién fue esa mujer y su papel en la historia no era tan descabellado ¿Por qué no hacerlo? Al fin y al cabo estaba sin trabajo y tenía facturas que pagar. Tenía un nombre, tenía un lugar y una fecha, suficiente para tirar del hilo y descubrir toda la red que componía la vida de esa mujer.

-Acepto, descubriré quién fue y se lo haré saber.

Continuará...

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora