Capítulo 11

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XI


Varsovia, 1945

El dos de septiembre, tras largos años de lucha y demasiadas pérdidas, la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin. Desde ese pequeño hotel en Varsovia, ambas lo celebraron con ahínco, sabiendo que habían dejado atrás la inmadurez y la juventud, que la guerra las hizo crecer, las cambió pero no consiguió separarlas.

Inés miraba a Irene casi con veneración, el uniforme militar que acostumbraba a vestir desde que la guerra había finalizado en Europa con la toma de Berlín y la liberación de los campos, le daba un toque elegante y misterioso. Sus ojos grisáceos reflejaban la crueldad que había presenciado y el latir de su corazón, su humanidad completamente asqueada por el nivel de maldad que alberga el ser humano en su interior.

En la habitación que compartían, mandó instalar una cuna para Stella y muchas noches, Inés se desvelaba encontrando la cama vacía y a Irene sobre la cuna, observando con cariño ese pequeño milagro que habían hecho suyo, acariciando sus rosadas mejillas, susurrándole tiernas palabras y provocando que el corazón de la castaña se hinchase de alegría... No habían sido sus mejores momentos, por poco pierde a su amada en esa guerra absurda pero la paz se estaba instaurando y ellas eran madres de un pequeño regalo del cielo, un bebé superviviente del horror.

Era en esas noches cuando Irene, tomada por sorpresa, se deslizaba entre las sábanas acurrucándose en los brazos de la castaña, dejando que esta desordenase sus cabellos, escuchando su corazón y relatando de forma mecánica cada uno de los actos que cometió durante el año que estuvieron separadas... A cuantos alemanes sedujo para extraerles información, cuántos la metieron en su lecho y cuántos terminaron su vida en sus manos...

Le contó cómo investigó la muerte de Andreja con ahínco, al igual que el asesinato de Markus en el bosque, como dio con el traidor que las había vendido hacía ya tanto tiempo y le dio muerte, tras extraerle los nombres que necesitaba, qué grandes cargos alemanes dirigieron la operación, quienes fueron los responsables de esas muertes que aun le pesaban en el alma. Uno a uno los encontró, los sedujo y les dio caza, terminando con sus vidas sin pestañear, hallando un poco de paz tras vengar a aquellos que durante y breve periodo de tiempo fueron su familia.

Inés escuchaba, con un nudo en la garganta y los ojos humedecidos. En ocasiones al cerrar sus ojos imaginaba cómo habría sido su vida si se hubiesen quedado en parís, mas ese no fue su camino, tuvo que viajar al infierno, luchar contra el diablo, huir y perder a la mujer que amaba durante un largo año, para darse cuenta de que no quería pasar un solo segundo más de su vida lejos de ella.

A sus casi treinta años, Irene ya no era la niña rica que escapaba de su casa a montar a caballo con su sirvienta, era una mujer, fuerte y decidida, valiente y temeraria, dispuesta a todo por aquellos a los que amaba. En esas noches eternas de desvelos, entre recuerdos y confesiones que aligeraban su alma atormentada, hacían el amor sedientas, ansiosas por sentirse, por marcarse, prometerse que todo iba a empezar de cero, que volverían a ser felices, tenían todo el futuro por delante y la promesa de una nueva vida, juntas, con su pequeña estrella judía, su milagro, el bebé que la vida les había regalado en medio del caos y el horror.

Con Europa volviendo poco a poco a la normalidad, de forma lenta y con una amenaza distinta a cualquier guerra que hubiesen vivido hasta el momento tras las tensiones entre los soviéticos y Estados Unidos, Irene se reunió con los hombres para los que, diligentemente, había trabajado un largo años, buscando el cumplimiento de una promesa, la ciudadanía americana para Inés, Stella y ella misma, poder empezar de cero lejos de las ruinas de un continente que se caía a pedazos.

Mientras los americanos preparaban los papeles y su reubicación en el nuevo continente, Irene habló con Alec largo y tendido. El joven no le perdonaba que se marchase como lo hizo, que los abandonase, mas al conocer los actos de la morena, al saber que había luchado por vengar a su familia, el perdón se instaló en el corazón del muchacho.

Con algo de dinero que la morena había ahorrado ese tiempo, compró un terreno en el cementerio de Varsovia, donde las tumbas con los nombres de Markus y Andreja Vazko aún perduran, tumbas vacías pues sus cuerpos no fueron capaces de encontrarlos o trasladarlos debido al caos de la guerra, pero al fin y al cabo un lugar en su Varsovia querida donde poder llorar a esos héroes por todos olvidados.

Cuando llegó el momento de cruzar el Atlántico, Alec decidió quedarse, no podía concebir vivir en otro lugar que no fuese su tierra natal, ni estar lejos de la tumba de su padre y de su hermana, poniendo fin así a su extraña convivencia, dejando partir a aquellas mujeres que salvaron su vida, que cuidaron de él y le enseñaron a ser el hombre que fue toda su vida, justo y recto como ellas.

Las vio partir sabiendo que ese adiós era el definitivo, que una vez viajaran al nuevo mundo Europa quedaría en el olvido para ellas. Las vio subir tras una larga despedida a ese avión que las llevaría lejos, con la pequeña Stella en sus brazos, las vio cerrar ese capítulo de sus vidas para iniciar uno nuevo en el otro lado del mundo.

Varsovia, 2002

Alec permanecía callado, con una pequeña sonrisa en el rostro, sus ojos fijos en las llamas, quizás rememorando ese avión, ese último adiós...

Elsa había recogido durante horas esa historia de guerra, traición, muerte y espionaje, de dolor, infierno y amor, cuanto más descubría de Irene más le fascinaba esa mujer, la forma en la que vivió, tan intensa, temeraria y valiente, tan enamorada de Inés en una época donde la sociedad las crucificaría por un amor así.

Al centrar su mirada el reloj se dio cuenta de que había anochecido hacía ya tiempo y ella había entretenido al señor Vazko todo el día, sintiéndose de pronto una intrusa inoportuna y sin saber cómo proceder.

Fue Alec quien rompió el silencio, con un susurro parecido más bien a un recuerdo difuminado.

-New Port.

-¿Disculpe? No le entendí bien.

-New port era el nombre del pueblo donde las mandaron los americanos, se que estuvieron ahí cerca de diez años... recibía noticias siempre que el telón de acero lo permitía.

-Está muy cerca de Boston.

-Supongo que es su próxima parada señorita Mills.

-Partiré pronto, pero antes me gustaría visitar la tumba de Markus y Andreja, son una parte importante de la historia que estoy recogiendo.

-Estaré encantado de llevarla, ahora me gustaría descansar y usted debe volver a su hotel, se hizo tarde.

-¿Entonces le veo mañana señor Vazko?

-A las ocho, no se retrase... Y llámeme Alec, conoce toda mi vida, es extraño que siga tratándome de usted.

Con una sonrisa Elsa se despidió de su anfitrión, la noche estaba fría mas sus pensamientos inconexos, invadidos por la guerra y los ojos oscuros de Irene entretuvieron su camino hasta que llegó al hotel sin apenas darse cuenta.

Sin sueño, cogió sus notas pasándolas a limpio, escribiendo una historia olvidada a la par que fascinante.

Cerca de las tres de la mañana se acostó, pensando en su siguiente destino, volvía a casa después de todo,  New Port estaba relativamente cerca de Boston, podía hacer una parada para hablar con la señorita Villacis y explicarle cómo iba la investigación.

New Port, un pueblo pesquero con nombre de cuento, se durmió con una sonrisa en el rostro imaginando cómo sería esa nueva vida por la que Irene tanto lucho, esa vida en América lejos de las ruinas de un continente viejo y cansado.

Continuará...

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