Capítulo 6

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VI

Tras marcharse de la residencia militar, Elsa sintió un nudo en el estómago, en su boca el regusto amargo que dejaban los detalles de esa historia, la época en la que Irene vivió no era fácil y sus decisiones marcaron un antes y un después en la vida de muchas personas. Daniel perdió las piernas mas salvó la vida y su dignidad, a cada paso que daba en pos de esa mujer extraña más conectada a ella se sentía, se encontraba a si misma preguntándose qué habría sido de ella, qué sentía, qué la hacía sonreír, por qué lloraba...

Aterrizar en Varsovia supuso dar un paso más en pos de respuestas, le había costado más de lo que imaginaba dar con Alec Vazko, el hijo del famoso falsificador que durante la Segunda Guerra Mundial proporcionó nuevas identidades a millares de personas para que salvaran la vida.

Alec era el único que podía seguir proporcionando los detalles de la vida de Irene, no tenía conocimiento de cuánto podía saber ese hombre ya que en la época que le interesaba investigar no era más que un niño.

Conduciendo el coche de alquiler y siguiendo un mapa a duras penas, llegó a la urbanización donde residía Alec, un complejo de casas completamente idénticas apartadas de la metrópolis, del centro de la ciudad.

Arreglando sus ropas con cuidado, se acercó a la entrada de la residencia de Vazko, llamando a la puerta y esperando pacientemente a ser recibida. Alec la estaba esperando, consiguió hablar con él por teléfono y concertar una entrevista, a pesar de que no explicó los detalles de la misma.

Cuando la puerta se abrió, un hombre de rostro suave y sonriente, con los ojos oscuros y el cabello nevado, le dio la bienvenida invitándola a pasar.

-Usted debe ser Elsa Mills, Hablamos por teléfono.

-Efectivamente, y usted es Alec Vazko, el hijo de Markus Vazko, el gran falsificador.

Ante la mención del nombre de su padre, sus ojos se iluminaron mientras una triste sonrisa aparecía en su rostro, conduciéndola a una salita acogedora, llena de libros por todas partes y señalándole una de las butacas junto al fuego, tomando asiento justo en frente.

Elsa dispuso todo lo necesario para seguir recogiendo su historia mientras su anfitrión perdía la mirada en las llamas que bailaban indecentemente sobre los leños en la chimenea, para finalmente romper el silencio, su voz era suave, era la voz de un niño que creció demasiado deprisa, de un hombre cuya alma albergaba los horrores de una guerra cruel y despiadada.

-¿Vino para hablar de mi padre?

-No exactamente, estoy escribiendo la historia de una mujer que vivió aquí en Varsovia al inicio de la Segunda Guerra Mundial y todos los indicios me han guiado hasta su padre, quizás usted pueda esclarecer algunas cosas.

-Yo era un niño en esa época, rondaba los doce años, pero si puedo ser de ayuda lo haré ¡Quién era ella? ¿Cómo se llamaba?

-Irene Espinoza, quizás no la recuerde muy bien o no recuerde nada de ella, usted lo ha dicho era joven.

-Era joven, pero a Irene no puedo olvidarla, es imposible hacerlo...

Varsovia 1939

Irene e Ione llegaron a Varsovia de madrugada, se acercaba septiembre y el calor estival era asfixiante, estaban exhaustas tras viajar por caminos poco transitados una distancia tan larga, evitando de cualquier manera encontrarse con los soldados alemanes que deambulaban las carreteras, vigilaban los trenes y los coches que pretendían entrar en Polonia, la invasión era inminente y no podían fallar.

Estaba oscuro y las piernas apenas las sostenían pero habían llegado a salvo a ese sótano en la casa de uno de los hombres de la resistencia, la hazaña de Irene había corrido como la pólvora y todo hombre contrario al régimen nazi estaba dispuesto a ayudarla, era una mujer valiente y decidida a terminar con Hitler, una pieza valiosa de ese puzle que montaban en las sombras.

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora