Capítulo 17

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XVII

New Port, 2005

Empezaba a hacer frío, el clima otoñal de New Port acompañado de la brisa marina aun después de tantos años calaba sus huesos mas nunca le importó.

Mudarse no fue una decisión difícil ya que tras escribir la historia de Irene supo que su vida había cambiado para siempre. Andaba por las calles del pequeño pueblo, testigo mudo de tantos recuerdos congelados en el tiempo como en una fotografía, una sonrisa surcaba su rostro puesto que, tras un arduo trabajo, bajo su brazo llevaba la copia impresa de su libro, el mismo que salía esa semana al mercado y que esperaba llegase a todos los corazones del mundo, el libro que narraba la vida de Irene Montero.

Sin apenas darse cuenta y sin que ese hecho turbase su ánimo, su mente voló tres años atrás, cuando presenció el adiós de una mujer cuya vida había cambiado su forma de ver el mundo. Irene, su nombre aun resonaba en su cabeza más veces de las que podía enumerar. En el momento que la vio partir supo que jamás sería la misma.

Recordaba esos días con ternura, celo y nostalgia, recordaba la desolación de Begoña al quedarse sola en el mundo, su dolor eclipsando su raciocinio, recordó como en ese momento decidió que su destino había sido forjado, su camino incierto buscando su lugar en el mundo llegó a su fin, debía quedarse con Begoña y eso hizo, una decisión que tres años más tarde le parecía la mejor que tomó en toda su vida.

Durante meses hizo uso de cada uno de sus contactos, encargándose de darle el último adiós a Irene como esta merecía, procurándole un entierro en New Port junto a su amada para que así, junto a Inés, pudiese descansar en paz toda la eternidad.

Tras el entierro, al que todo el pueblo acudió a dar su último adiós a una mujer que, a pesar de no haber conocido personalmente muchos de ellos, era un eco de un pasado idílico en el que la alcaldesa disfrutaba de su amor por esas calles suspendidas en el tiempo.

Alec, desde Polonia, viajó con el corazón destruido pues la mujer que salvó su vida por fin se reunió con su padre y su hermana, con la muerte de Irene sintió que se marchaba una parte de su alma.

La decisión de vivir en New Port no fue difícil, el testamento de la señora Green dividía sus posesiones de forma equitativa, la casa de Paul se la entregó a su hija Harper y a Begoña le dejó la mansión del pequeño pueblo donde Stella creció, donde Inés y ella fueron felices, donde fueron una familia y ahí fue donde decidieron instalarse.

Durante esos años, Elsa fue ordenando y recopilando las memorias de Irene, sintiendo que su labor no había sido concluida, ella conocía a esa mujer, conocía su historia mas debía enseñársela al mundo. Con el apoyo de Begoña, ardiente por homenajear a su abuela y ensalzarla. La convivencia y el cariño con el paso del tiempo se fue madurando, tornándose en afecto sincero, en amor.

La joven periodista sonreía, su vida había tomado un sentido completamente distinto al imaginado mas era feliz, tenía un hogar en un pueblo que la maravillaba, una mujer hermosa de la que estaba completamente enamorada y bajo su brazo el fruto de su trabajo y su esfuerzo, su libro, el libro de cómo el amor puede transformar a una persona y convertirla en extraordinaria.

Llegó a su casa, esa mansión que durante años permaneció cerrada y expuesta al olvido, ahora lucía blanca, impoluta y majestuosa, como debió ser en aquella época dorada en la que Irene plantó el abeto que adornaba su jardín.

Mientras giraba la llave en la cerradura, recordó que debía ir a recoger las rosas a la floristería, al día siguiente sería domingo y cada semana, junto a Begoña, visitaban el cementerio cambiando las flores que adornaban aquel lugar donde Irene e Inés descansaban, sobrecogidas aun después de tanto tiempo por la magia que se respiraba en el aire, la magia de un amor que no murió, que resistió los embistes de la vida y el tiempo, un amor que, aunque Irene olvidó su nombre, siempre se mantuvo en su corazón.

Entró en su casa, notando de inmediato el calor que su hogar desprendía y sonriendo al escuchar los pasos acelerados de Begoña y su manía de bajar la gran escalinata a zancadas. Antes de poder quitarse la chaqueta, la joven morena de ojos pardos se lanzó a su cuello riendo, robándole un tierno beso y perdiéndose en su abrazo.

Tras esa calurosa bienvenida, Begoña la miró expectante, con los ojos brillantes y una enorme sonrisa, nerviosa y acelerada pues no le había dejado leer una sola palabra del libro hasta que este estuviese publicado.

-¿Ya lo tienes?

-Sí, ya lo tengo, me lo acaban de dar.

-¿Cuándo sale publicado?

-Mañana estará en todas las librerías.

Antes de que pudiera protestar, Begoña le arrebató el libro que tenía bajo el brazo, mirando la portada con avidez, acariciándola con ternura. La misma fotografía que durante años Elsa guardó como su talismán, la fotografía de Irene antes de partir de España, la que inició toda su historia, enmarcaba toda la portada dejando solo espacio al título y el nombre de la autora.

-¿Quién soy? Me gusta cómo título.

-Sabía que te gustaría... Esas fueron sus palabras.

-Me gusta pensar que ahora es feliz, después de todo lo que vivió.

-Lo es, ahora está con Inés y esta vez nada ni nadie va a poder separarlas.

-¿Me lo lees?

-Claro, ahora mismo.

Tras una sonrisa compartida y un nuevo beso, Begoña desapareció veloz en dirección a la salita donde repiqueteaba el fuego mientras Elsa colgaba su abrigo, agradeciéndole al destino y a la vida que cruzase su camino con el de Irene.

Cuando entró en la salita, vio a su mujer esperándola, sentada frente al fuego con el libro en las manos y en su rostro una sonrisa de niña, hinchando su corazón de pura felicidad mientras tomaba asiento a su lado y dejaba que esta se acurrucase entre sus brazos, abriendo el libro y comenzando a leer.

-¿Quién soy? Supongo que todo el mundo en algún momento de su vida se ha hecho esta misma pregunta.

Yo pienso que somos aquello que nos compone, que nos hace felices, que nos hace libres y, si hay una palabra que defina quién soy, fui y seré toda mi vida es el amor, yo amé, amo y amaré, por amor siempre he luchado y jamás me he dado por vencida.

Nací y crecí en una familia de bien, criada entre algodones y opulencia mas mi alma era libre, no tenía claro quiñen era yo, si una señorita española o un ave enjaulada entre salones de la nobleza. No supe quien fui hasta que la conocí, hasta que me enamoré, hasta que ella entró en mi vida, su nombre Inés Arrimadas y, puedo asegurar que si alguna vez olvidó, si mi mente se empeña en borrar los recuerdos de toda mi vida, jamás borrará ese nombre de mis labios porque yo, Irene Montero, la amé desde el primer momento en que la vi y jamás dejaré de hacerlo...

FIN

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora