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- Lo... lo siento, me quedé dormido... - me disculpé.
- No, no, debes estar cansado... son las dos de la madrugada... mejor que nos vayamos a dormir... - hizo una pausa – ya duermo en el sofá.
- Ni hablar. – me levanté y fui a la cocina. Apagué el cazo y vertí el chocolate en dos tazas. – si alguien tiene que dormir en el sofá, seré yo.
- No, tienes mal la espalda.
- No, ya no me duele tanto. – insistí.

No quería que mi princesa durmiera en el sofá.

- Ah, entonces ya no hace falta que vengas el miércoles. – se rió.
- No, no, yo voy igualmente. Aún me duele.
- Entonces duermes en la cama. – ya no insistí más, pero por supuesto que sería ella la que dormiría en la cama.

Aunque cabíamos perfectamente los dos... había comprado una matrimonial, por si las moscas. Le di su taza. Los dos nos fuimos a sentarnos a la mesa del comedor. Traje la bolsita de nubes.

- No te extrañe si el chocolate te sabe algo raro... - suspiré. Otra vez, el puñetero tema de siempre – es chocolate para diabéticos. – Perrie alzó la vista y me miró tierna.
- ¿Eres diabético? – Dijo, enternecida. Ya empezaba la pena de siempre por el pobre Zayn. – No te preocupes, piensa que no es lo más grave que uno pueda tener. – suspiró – mi padre murió hace tres años por un ataque cardiaco. – agachó la cabeza – así que... creo que los que estamos bien, tenemos que agradecerlo.
- Tienes razón. – le sonreí – pensé que serias como las otras, que sentían pena por mi, eso no me gusta, para nada.
- He aprendido que no tengo que tener pena por nadie... – Cruzó las piernas y se echó tres nubes en la taza. Con la cucharita las hundió. Luego las cogió con esta, y se las llevó a la boca. – Esta buenísima. No sé qué dices, sabe igual que el chocolate normal.
- Bueno. – sonreí – como ese no lo puedo comer... - reí.
- Es adorable verte reír. Mucha gente que tiene pequeñas enfermedades así, cambian de ser personas casi completamente normales, a ser obsesionados enfermos por su enfermedad. – se limpió la boca con un trapo de papel. – sienten compasión, pena, por si mismos.
- Ah, ya entiendo. – también tomé chocolate – así no se puede vivir...
- Lo sé. Nosotros, los doctores, aparte de intentar curar o rectificar lo máximo posible, lo que hacemos, es intentar convencer de que no tienen que resentirse por su enfermedad.

- Si, a mí, cuando era pequeño, también me hicieron una charla de esto... - Definitivamente, era una chica perfecta.

Mi chica perfecta... Y no sabía lo que pasaba... pero empezaba a sentir algo... que nunca lo había sentido antes por nadie. Seguimos hablando, escuchándonos y comiendo el chocolate caliente.

Mientras a fuera, seguía lloviendo, y en más de saciar, parecía que había mucha más lluvia, ahora con relámpagos. Era preciosa... aparte de que, era como a mí me gustaban, una chica a la que no le tenga que ir sacando tema... que sepa hablar y cambiar de conversación.

Me fijé más en ella. En pequeños detalles. Hasta en las pecas que tenía. Unas pestañas largas, unos ojos preciosos... llegué a pensar que hasta más que los de Gigi. Una boca deleitosa. Unas manos de diosa y unos dedos finos y largos. Unas uñas a la francesa. Unas piernas curvadas y magníficas. Y... entre toda esa perfección vi algo que no me gusto para nada. ¿Qué la había pasado?

- ¿Y estos moratones? – Dije señalando parte de su pierna y de su brazo.
- Ah... nada... - hizo una pausa – el otro día... me caí en el... baño. – Para nada parecía una respuesta verdadera. Pero no quería entrometerme, parecía que este tema le había sentado incómodo.
- Lo siento si te molesté con esta pregunta...
- No, no... para nada... - hizo un bostezo. – mejor... vayamos a dormir...
- Si. – será lo mejor.

Yo fui corriendo hasta el sofá y me tumbé. Me tapé con la manta.

- Eres malo. – dijo Perrie, haciéndose la enfadada. – te dije que yo aquí.
- No, tu ve a mi habitación. – Ella suspiró, rindiéndose.

La vi, de espaldas, pasar hasta mi habitación.
Y en sus hermosas piernas, había algún otro moratón. Ya. Una caída. Eso no se lo creía ni ella.
Me quité los pantalones y el jersey, quedándome en bóxers. Cerré los ojos. Ella había apagado las luces.

- Buenas noches, Zayn. – dijo, antes de tumbarse en mi cama, aunque no la veía.
- Buenas noches, princesa. – me atreví a llamarla.

Perrie no puso quejas. Así que saco la conclusión de que le gustó.

Estaba entrando ya en mi sueño más profundo.

- Zayn... - abrí los ojos, y entré la oscuridad, la vi.
- ¿Qué te pasa? ¿Estás incómoda? ¿Necesitas más cojines?
- No, no... - dijo suspirando - ¿puedes dormir conmigo?

Yo no sabía que decir. Me levanté poco a poco. Perrie pudo ver que estaba casi desnudo. Se sonrojó. Y lo vi, a pesar de la oscuridad. Terminé de destaparme.

- ¿Qué te pasa? – repetí, ya de pié.
- Truena mucho, tengo miedo. – dijo, y me abrazó. – mi padre murió en una noche de estas... tan tenebrosas...
- Vamos... - le sonreí – no te preocupes, si es lo que quieres, yo no tengo ningún inconveniente en dormir contigo. – Perrie sonrió.

Y fuimos hasta mi habitación. Encendí la lámpara. Ella se tumbó en el lado derecho. Yo en el lado izquierdo. Apagamos las luces por segunda vez. Y dimos las buenas noches. De repente, sentí sus brazos rodearme. Me volví a calentar.

- Si te pones a la otra punta de la cama, es como si estuvieras en el sofá. – se acurrucó a mi espalda, mientras sentía sus manos en mis abdominales.
- Ah... claro... - me giré.

Busqué su frente. Se la besé. Era increíble, todo lo que estaba pasando ese día. Perrie apoyó su cabeza en mi pecho. Su pelo rozaba mi hombro y mi pecho, acariciándomelo en un agradable cosquilleo.

- Gracias. – se durmió, dedicándome la última sonrisa.
- De nada, amor. – dije.

Le acaricié la cabeza, el pelo. Era la primera vez que estaba tan empegado con una chica. Y sin tan poca ropa. Y también era el día que mi miembro había estado más activo.

Mi Doctora (Adap. Zerrie)Where stories live. Discover now