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Fui hasta su habitación. También tenía una cama matrimonial. Encendí una lámpara. Me quité los pantalones y la camisa, quedando en bóxers. Perrie se estaba cambiando en uno de los baños. Fui curioso y aproveché. Empecé a mirar las fotos. Instintivamente abrí uno de sus cajones. Me encontré con su colección de braguitas y tangas. Cogí uno de ellos. Negro, casi transparente. Oh dios mío. Creo que volví a empalmarme. Fui a dejar de nuevo la tanga en su sitio, cuando lo vi. Vi una cosa que aún hizo que mis bajos ardieran más.

Algo rozó mis piernas. Algo peludo. Yo me asuste y ese chisme se me cayó en la moqueta. Miré hacia abajo.

-Miaaaouu. – un gato tricolor ronroneaba, restregándose en mis piernas.
-Ei, ¡me asustaste! – en ese momento la puerta del baño se abrió.

Cogí rápidamente el vibrador que se me había caído y lo volví a esconder entre las braguitas. Me senté de nuevo en la cama. El gato saltó y se colocó en mi regazo.

-Ala, veo que ya conociste a Estrella. – si... tan juguetona como su dueña.
-Si... - me reí – muy cariñosa.
- Venga, amor – la cogió, pero la gata clavó las zarpas en mi bóxer. – venga, venga, suéltalo.
- Oh dios... - puse los ojos en blanco... puñetera gata.

Al fin se soltó. La dejó en el comedor y cerró la puerta de la habitación.

-Lo siento... - se rió – es tremenda. Túmbate boca abajo.
- Vale. - hice lo que me pidió.

Ella iba con unos shorts cortos azul claro y un jersey de tirantes básico rojo. Se sentó en mis piernas.

- Si te duele, me lo dices.
- Ajá. – hundí la cara en la almohada. Ella untó algo en mi espalda. Algo frío y líquido.
- Está frío ¿eh? – noté como sonreía – es una especie de lubricante para masajes.

Empezó a masajear mi espalda.

-Oye ¿te molesta que me haya sentado aquí? Si te peso me lo dices...
- Para nada, tú tienes un peso pluma – le dije. Y era cierto.

- ¿Aquí? – ella tocó mis gemelos.
-Más arriba... - palpó mis muslos.
- ¿Aquí?
-Si, aquí. – demasiado cerca... Ella los tocó, apretó y aflojó.

Mi miembro se ponía duro por momentos. Estaba tan incomodo que me moví un poco, intentándolo colocar de otro modo. Me di cuenta de que su trasero quedó encima de mis pies. Rocé, disimuladamente su entrepierna con el talón de mi pie. Mierda. Ella seguía excitándome, aunque tan solo acariciara mi espalda y piernas. Volví a intentar moverme.

- ¿Qué te pasa? ¿No te gusta? – dijo, disgustada.
- No, no, para nada... es que... - corté la frase. No podía decírselo... que vergüenza, por dios.

Ella paró de tocarme.

- ¿Es que? – dijo, curiosa.
- Lo que me molesta es mi pene...

-¿Se te ha puesto... duro? – dijo ella, casi en un susurro.
-Si... - nuestras voces parecían más roncas.

Hubo una pausa, demasiado larga. Ella se levantó un poco.

-Gírate...

Yo lo hice. Me di la vuelta. Sentía el rubor en mis mejillas. Se volvió a sentar. Ahora no en mis piernas. Ahora un poco más abajo de mi erección. Se inclinó.

-Bésame... - me dijo, ahora sí, susurrando.

No lo pensé dos veces. Cerré los ojos y me dejé llevar. Sentí su lengua entrelazarse con la mía. Nunca sentí una atracción tan fuerte por una chica. Ella era especial. Al fin, se separó. Yo tenía su dulce sabor en mi boca, mi saliva con su saliva. Estaba claro que el mejor beso de mi vida.

– Zayn... te quiero, aquí, ahora... Nunca he deseado tanto a un hombre... - volvió a darme uno de esos besos tan alucinantes.

Mientras sentía que su mano bajaba, seguía bajando... Estaba demasiado nervioso. Pero aún más excitado. Apartó el bóxer. Sentí mi miembro libre. Pero enseguida fue atrapado por su mano. Esa mirada... llena de lujuria, pasión. Necesidad de mí. Si no paraba de masturbarme, iba a estallar pronto. Aparté su mano suavemente. Giré sobre nosotros mismos, de manera que quedó ella debajo. Acerqué mis labios a su cuello. Lo mordí, lo besé. Pero yo quería más. Sin pensarlo le quité aquella maldita ropa.

Perrie me terminó de bajar el bóxer con los pies. Ahora ella estaba en sujetador y braguitas. Las manos me temblaban. Perrie se inclinó, invitándome a desabrochar su sujetador. Dios mio... y pensar que nunca había llegado a tanto... tras algunos intentos y risas, conseguí desabrocharlo. Se volvió a tumbar. Creo que me excité más, al verla casi desnuda. Tenía unos pechos perfectos.

- ¿Qué... me ves? – dijo ella, con la voz seductora.
- Eres... preciosa... - me incliné hacia a ella. Rozando mis labios con su busto. – dime que es lo que quieres y yo te lo daré... - no podía creer que aquello lo hubiera dicho yo... de verdad estaba completamente cegado de lo que iba a ocurrir.

Ella se inclinó de nuevo, me cogió de la barbilla y me besó la frente.

- Sabes que es lo que quiero en estos mismos instantes...

Si, lo sabía. Quería dominarla, quería llevar el ritmo, todo. Quería controlar mi primera vez. Adaptamos la típica postura del misionero. Los dos preparados para la penetración. Ella suspiró. Se escondió entre mi hombro y mi cuello y lo besó. Se abrió más de piernas para mí. Para que me adentrara más en ella. Empecé a moverme, lentamente. La velocidad aumentó. Sentí como una electricidad subía por mi cuerpo. Hasta que los dos quedamos satisfechos de completamente todo. Quedé rendido encima de ella. Su respiración aún estaba agitada. Igual que la mía. Si, acabábamos de hacer el amor. Por lo menos para mí, eso no era solo sexo. Cuando se hace el amor, todo es más tierno, se necesitan besos, abrazos, caricias. Amor. Y yo había sentido todo eso. Un escalofrió recorrió mi cuerpo.

- Dicen que cuando tienes un escalofrió es que un ángel está cerca... - le acaricié el pelo. - Y ese ángel eres tú... - ella sonrió y me besó el hombro. ¿Ese era el momento? Fui a preguntarle.
- Voy al baño... - se levantó y se dirigió a la puerta. – ¡me estoy meando! – se rió. Yo sonreí.

Me tumbé de nuevo en la cama. Dios mío. Parecía que nos conociéramos desde hace años. Era impresionante lo bien que estábamos el uno con el otro. La quería... la quería mía y solo mía...

Me fijé mejor en las fotos de su mesilla de noche. En una salía abrazada con un chico. Alto, más o menos como yo, ojos verdes y parecía fuerte. Sonreían. ¿Y si era...? En ese momento se escuchó la puerta de entrada.

-Ven hermosa... - la voz de un hombre.
- ¿Seguro que no está? – era la voz de una mujer. Pero no de ella. ¿compartiría casa con alguien?
-No, no está, mi novia trabaja por la mañana en el hospital. 

Oh dios mío. ¿Hablaba de Perrie?

Mi Doctora (Adap. Zerrie)Where stories live. Discover now