Desde lo alto del árbol podía observarlo con claridad. Estaba buscándolo, o al menos buscando a alguien. La espesura del bosque lo hacía pasar casi desapercibido.
Un hombre adulto de unos treinta y tantos años caminaba entre los matorrales. Traía un machete en una de su manos con el cual cortaba los arbustos que le impedían el paso.
—Menuda Mierda—gritaba renegando de su tarea—manden a hacer el trabajo sucio a Morgan, claro como soy 10 tengo que obedecer. Pero esperen a que suba de rango. Se arrepenrirán.
El chico observaba todo desde arriba. Le parecía interesante el monólogo de aquel hombre. No quería interrumpirlo pero si no lo hacía el hombre se marcharía y él no tendría a quien interrogar. Se puso de pié sobre la rama tratando de hacer el menor ruido posible. Levantó sus brazos, estirándolos con el fin de relajarse un poco.
—Veamos—se dijo a sí mismo.
Cogió su URU que siempre traía pegado al cinturón, lo prendió, presionó el botón aleatorio y luego lo devolvió a su sitio. Se levantó los audífonos negros que colgaban en su cuello. Los abrió ligeramente y los soltó sobre ambas orejas.
El URU (último reproductor de ultrasonido), un singular invento que funcionaba como un reproductor de música ,revolucionario en su momento, era su preferido. Tenía cientos de canciones almacenadas en él.
Cuando los audífonos percibieron el calor y forma de las orejas, activaron automáticamente el reproductor dándole al usuario un pequeño intervalo de segundos para prepararse y autoajustando el cable para que éste permanezca ceñido a su cuerpo.
—Vamos bebé ¡Sorpréndeme!
El reproductor dió inicio a la canción.
—¡Oh si preciosa!......Jamás me fallas—musitó mientras saltaba desde lo alto de la rama rodando al llegar al pastizal.
Apenas se levantó dió un solo aplauso mientras movía la cabeza de un lado a otro contagiado por el ritmo de la música.
El hombre quien hasta ahora no se había percatado de que tenía compañía volteó por el ruido que ocasionó el muchacho al saltar. Se extrañó mucho al ver lo que tenía al frente:
Un puberto a quien le calculaba menos de 20 años aproximadamente estaba bailando, o al menos eso parecía, frente a él con unos audífonos negros puestos. Traía una camisa roja manga larga remangada hasta debajo del codo, un polo blanco por debajo de la camisa, unas muñequeras negras adornaban cada una de sus manos. Un pantalón negro y entallado cubría sus largas piernas que no dejaban de moverse haciendo un triste intento de baile. Unas zapatillas rojas que hacían un perfecto contraste con su camisa. Un llamativo colgante de lo que se suponía debía ser el símbolo del yin yang en su cuello se agitaba con sus movimientos, pero él solo traía el yang.
El muchacho era alto y delgado. Traía el cabello arrimado con las manos hacia un lado. A pesar de tenerlo desordenado, de alguna manera se le veía artísticamente despeinado.
—¿Qué es lo que quieres mocoso?
El muchacho no le respondió, seguía moviéndose de un lado a otro “bailando". El hombre gritó esta vez:
—¡MOCOSO TE ESTOY HABLANDOO!
El chico seguía moviendo su cuerpo al son de la música. Se sentía como un bailarín profesional. Tenía los ojos cerrados mientras disfrutaba la canción
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EL INICIO DEL FIN: YIN YANG
AksiyonDos personas, dos almas, dos hermanos. Han pasado algunos años desde "El gran terremoto" el suceso que inició la extinción de la civilización humana. Un grupo de sobrevivientes lucharán por mantenerse vivos, entre ellos dos personas muy peculiares q...