Te encantaba ser mi Romeo, colándote por mi balcón y alguna noche entre mis sábanas. El amor nos duró tan poco como la tragedia, aunque la diferencia entre los protagonistas de la obra de Shakespeare y nosotros, es que yo estoy bebiendo en un sombrío bar y tu estás sudando otras camas. Pero seguimos igual de muertos. Porque metáfora o no, el vacío que siento en el pecho se parece a la daga de Romeo, y los labios, puertas del aliento, acto suicida. Te has llevado todas las carcajadas y toda la música que sonaba por el viejo altavoz de mi habitación, allá hacía las nueve, cuando el cielo oscurecido me indicaba que faltaba poco por verte. Aunque por suerte, al amanecer me dabas los buenos días con una cálida sonrisa, perfecta para este frío invierno. Sin tener que huir a ninguna parte me estrechabas entre tus brazos y me susurrabas secretos que jamás creíste confiables. Aunque poco a poco fui viendo esa parte de ti oculta, retorcido como un niño en mi regazo, temiendo su propia sombra. Tú no fuiste desterrado, aunque aún estás a tiempo. Quizás esa sea tu condena cuando decidas volver veloz sobre tu caballo, en un tardío intento de valentía por salvar mi rasgado corazón. Porque no quiero repetir la misma historia. No quiero ser una Julieta mas muriendo de amor por alguien incapaz de convencerme de hacer las maletas deprisa y sin mirar atrás, o por alguien incapaz de conseguir que me suba al primer avión destino fueron felices y comieron perdices sin importar si nos quedaremos para siempre, o pararemos de camino. Prefiero vivir de amor, y que las alas me lleven lejos de tu cobardía, Romeo.
Por eso déjame reescribir esta historia y darle otro final, contigo o sin ti, pero con un corazón dispuesto a palpitar.
