Siempre ha oído que los dueños de la noche son los borrachos, las putas y los poetas. Entre choques de cervezas la ven bailando en medio del local, moviendo las caderas derecha-izquierda, apenas sin poder respirar. La agitación, el sudor y ella viniéndose arriba con cada extraño acorde de la música actual. Miradas que miran sin ver nada y palabras vacías que suenan como un medio grito. Todos se sienten atraídos por esa sonrisa enigmática y se atrapan en la profundidad de unos ojos perdidos. La desean. Pero ellos no la conocen, y jamás lo harán. Porque si hasta el mismísimo diablo llegará a percibir un pequeño destello de todo su caos en una de sus carcajadas saldría huyendo. Todos quieren subir al cielo y volver a bajar. Pero ellos no lo saben. No saben que ella podría arrastrarlos al infierno y para ese dolor no habría final. Porque ellos no conocen hasta qué punto está rota su alma.
Que ya no le quedan alas. Que fumar mata, pero ella ya no puede estar más muerta.