Hay días en los que me permito esto. Me permito echarte de menos y pensar que cuando vuelva a casa me estarás esperando en el portal con una sonrisa en los labios. O quizás te espere yo, como esas noches frías de octubre. Y quizás vuelvas a llevar una disculpa entre los dientes por haberte retrasado. Hay noches que parecen estar echas a tu medida. A nuestra medida me atrevería a decir. Noches en las que lo único que me apetece es acurrucarme entre tus brazos mientras no dejas de insistirme en sí me abrigo lo suficiente. Noches echas de ti.
Hay madrugadas en las que me despierto y te busco a tientas. Madrugadas en las que lo único que necesito es escuchar en ruido de tu corazón, con mi mejilla en tu pecho. O madrugadas en las que la mejor canción de cuna pienso que sería tu respiración.
Mío. Nunca. Me asfixio. Me pregunto. Te echo de menos. Respiro. Apareces. Me rompes. Una y otra vez. Y me falta el aire. Porque me faltas tú.
